sábado. 20.04.2024

Ocultando fragilidad

Asistimos, en plena perplejidad, al devenir de los acontecimientos relacionados con el PP que debiera gobernar este país, con una intención clara de proporcionar...

Asistimos, en plena perplejidad, al devenir de los acontecimientos relacionados con el PP que debiera gobernar este país, con una intención clara de proporcionar estabilidad, confianza y generación de puestos de trabajo, mientras que lo que en realidad está ocurriendo es que ni hay estabilidad, mucho menos la confianza es capaz de emerger y los puestos de trabajo brillan por su ausencia. No es que podamos criticar al partido gobernante sólo por no acertar en la dirección de sus actuaciones, sino que es la falta de actuaciones acertadas la que puede justificar la ausencia de progreso.

Hace unos días escuché, con mucho interés, un debate mantenido en la cadena Ser entre un economista, Santiago Niño, y la escritora marroquí, afincada en España, Najat El Hacchmi, analizando el peso de la inmigración en la economía española. Todo derivaba de que el economista afirmaba y mantenía que ''El permiso de residencia tenía que estar vinculado a un contrato de trabajo''. La escritora rechazó, con argumentos sólidos, las implicaciones que tiene una afirmación como ésta. Estuvo brillante, con un español impecable y unos argumentos contundentes. Y un debate como éste, nos trae a la mente, lo injustos que podemos llegar a ser, precisamente por frágiles, por falta de convencimientos en lo que hacemos, por carencia de esperanza fundada, por imprudencia cuando tomamos medidas de tipo económico, tanto en épocas de bonanza como en momentos de crisis. Santiago Niño, él solito, reconocía que el problema de la economía española es otro, el de incapacidad de crear puestos de trabajo. Si se fueran del país los más de seis millones de parados, la cifra de paro podría llegar a ser del 0%, pero la población ocupada no aumentaría un ápice. Es decir, si se fueran unos tres millones de inmigrantes, disminuiría la cifra estadística de paro, pero la población ocupada sería la misma. Triste drama. Innecesaria la propuesta de expulsión de inmigrantes de Niño y prescindible su sugerencia por contradicción en sí misma, como el mismo evidencia.

La realidad se resiste a la descripción que otorgan las cifras. Es por ello que, admitiendo la fragilidad de nuestro sistema económico, limitemos el de nuestra mente, que es posible y necesario. Veamos, la culpabilidad en la crisis es múltiple, diversa y amplia. Es sumamente arriesgado el focalizar un protagonismo por encima de otros. Y, en todo caso, en esta cuestión hay liderazgos más claros que otros. El hecho de ser cuantitativamente numerosos los inmigrantes, no los culpabiliza con mayor enjundia. Es posible, mejor, seguro, que en el boom inmobiliario, cuando la inmigración parecía ser necesaria, se dio rienda suelta a la desregulación más salvaje conocida, facilitando la entrada de mucha gente. Los empresarios camparon por sus respetos, no lo olvidamos, ni ellos tampoco, que están en severa deuda con los demás y todavía no han pedido ni excusas por ello. Los gobernantes de turno no fueron exigentes ni capaces de entrever que el futuro nunca es igual al presente y que las alegrías de entonces, traerían dramas personales con el tiempo. Ciertamente, estos gobernantes incapaces de encarar una planificación certera, debieran resultar afectados ante una sociedad que reclama aciertos y no equivocaciones. Lo que es completamente impresentable es que ahora se proponga que abandonen los que vinieron bajo el efecto llamada, como dieron en bautizar al hecho. Muchos de ellos, grandísima parte de ellos, vivieron con todos sus contratos en regla, previos a su venida, se instalaron, trabajaron durante años, algunos superan la decena ampliamente, criaron a su prole o la trajeron aquí en otros casos, de alguna forma se integraron y modificaron su vida y ahora cuando quedan sin trabajo, se les dice que como no tienen contrato en vigor, que están de más aquí. Nada ejemplar resulta este itinerario. Si no se tratara de personas, es posible que el manejo como meros componentes de los mercados pueda aceptarse. Pero son personas, que además de trabajar tienen muchas otras facetas que las hace humanas. Y es en este punto en el que hay que reflexionar sobre el significado de propuestas que tratan a las personas como mercancía de libre cambio, comercio y movimiento.

No puede basarse la ayuda internacional al uso de la fuerza de trabajo de las personas. Los movimientos de las personas buscando un porvenir, que se les niega en el lugar de nacimiento o de residencia, no puede confundirse con la producción de carne humana dispuesta al sacrificio. Porque de eso se trata cuando solamente se concibe a las personas como portadoras de la fuerza del trabajo como moneda de cambio. No parece que tengamos demasiado claro los derechos fundamentales de las personas. No recordamos con suficiente frecuencia el relato de los Derechos Humanos, como los elementos básicos, inevitables e inexcusables por el hecho de ser personas. Es más, la perversión que supone el no hacerlo, choca con las convicciones humanitarias inherentes al derecho natural, del que los humanos estamos dotados por el simple hecho de nacer como tales.

Es de reclamar con mucha insistencia y alto, bien alto, lo nefastas que son determinadas propuestas que, efectuadas desde la libertad de pensamiento y de expresión, vienen a formularse en momentos críticos en que pueda renacer o hacer resurgir el populismo, cuando se contempla  la propuesta desde una sociedad que anda perdiendo la esperanza de recuperación de la normalidad, al ver que sus dirigentes poco o nada parecen entender de las claves que permitan recuperar lo que nunca debimos perder. En un colectivo desprovisto de futuro, como el actual en vigor en nuestro país, propuestas de desprecio de un colectivo, pueden suponer radicalización de posturas e intransigencia en la aceptación de unos miembros que dieron mucho por todos, incluidos ellos mismos, y que ahora están corriendo la misma suerte que los demás. Pero eso, la misma suerte, porque están compartiendo presente y, mientras puedan, quieren compartir futuro. Nos equivocamos en muchas cosas. Probablemente, sea mucho pedir que no lo hagamos. Lo que no es posible es que aceptemos impasibles cualquier cosa que ocurra.

Nos empeñamos, colectivamente, en ocultar nuestras debilidades. Las tenemos y son muchas. De no tenerlas no estaríamos como estamos. La ocultación no es buena consejera. Meter la cabeza bajo tierra, al estilo avestruz, simplemente es ignorar, si hay alguna posibilidad, de recuperación. Ocultar siempre tiene la contrapartida de que la inacción pueda desencadenar peores males. Esta vez, todavía peor porque creemos que por ignorancia nos salvamos. El gobierno está en esta tesis. Piensa que ocultando, al menos, gana tiempo. No es capaz de pensar que lo pierde. A nosotros nos afecta, porque nos implica, porque nos involucra, porque nos envuelve. Ocultar los problemas es soslayar la opción de salida. Y, a la vista está, que somos frágiles. Incapaces de dilucidar la salida. Propuestas “creativas” hay todos los días. Propuestas “nefastas” hay más de las deseables. Propuestas “innecesarias” suelen ser frecuentes. Pero propuestas “inconvenientes” no deberían ver la luz, por lo que pueden desencadenar, además de por lo poco que resuelven. Es que hay veces que, callados, somos más elocuentes que hablando. Será porque “suena” mejor. ¡Será por eso!

Ocultando fragilidad