viernes. 19.04.2024

Los trileros

A mediados de los años 80 en Madrid todavía era posible encontrar en varios sitios emblemáticos de la ciudad a los trileros y sus cómplices...

A mediados de los años 80 en Madrid todavía era posible encontrar en varios sitios emblemáticos de la ciudad a los trileros y sus cómplices, intentando hacer caer en sus redes al primer incauto que pasase cerca. Todavía me acuerdo de las veces que he presenciado el desquicio de una víctima buscando entre el gentío al tramposo que se esfumó en un santiamén con el botín y también de las veces que he escuchado el grito de “agua” que los compinches sueltan para avisar de la proximidad de la “pasma”.

Si alguien echa de menos ahora a esos tahúres que eran unos sinvergüenzas con sorna y que tenían un toque de gracia que encajaba en la España de los bribones y tunantes, pues aquí tenéis hoy unos políticos y gobernantes para rememorarlos, pero éstos con muy poca gracia y muchísima jeta.

Es de trilero aparecer ante unos periodistas detrás de una pantalla de plasma, teniéndolos al lado, ahí mismo, pero eludiéndolos expresamente. 

¿No es de trilero lo de Cospedal y su “en diferido”?  ¿No es de trilero lo de Ana Mato que ve y no ve según  le tercia? ¿O acaso no es de trilero lo de Fátima Ibáñez cuando considera una forma natural de movilidad externa la obligación de emigrar, de exiliarse, para poder ganarse la vida?

Hablando de emigración, el otro día a un inmigrante senegalés le denegaron la nacionalidad porque no conocía el nombre de la mujer de Zapatero. Me consta otra denegación por no saber el nombre del alcalde de Getafe.

¿Me puede decir alguien cuantos españoles conocen el nombre de la mujer de Zapatero o de Rajoy o el nombre del alcalde de Getafe? Todo el mundo conoce el nombre de la mujer de Aznar, no tanto por llamarse Botella, sino por lo famosa que la hizo aquello de las mezclas entre peras y manzanas.

A este ritmo dentro de poco a los inmigrantes, para concedernos la nacionalidad, nos van a preguntar por el contenido de las columnas de Losantos, de Albiac o quizás por las crónicas de Herman Tertsh. Sería preferible renunciar a la nacionalidad antes que llegar a esos extremos. Leer y aprenderse las iluminadas elucubraciones de tan “lúcidos” columnistas podría resultar mucho más perjudicial que quedarse sin la nacionalidad.

Bárcenas y su peineta es el paradigma del trilero, ese seguro que lleva practicando el timo desde pequeño y en los lugares de más y mejor solera de la ciudad. Qué soltura y qué poderío, ahí lo tenéis peinadito, afeitadito y bien puesto entrando y saliendo, exhibiendo su domino del malabarismo ante la mirada de las víctimas, de los cómplices y de los compinches, mientras los aprendices de fullero se esfuerzan por colarse y ver de conseguir copiar algo de su arte.

Los trileros