jueves. 25.04.2024

Locos inmaculados

Lo peor del derrotismo es que convierte a las personas en derrotadas. España hoy no es una sociedad en la que el derrotismo esté trenzando el cabo de anclaje...

Lo peor del derrotismo es que convierte a las personas en derrotadas. España hoy no es una sociedad en la que el derrotismo esté trenzando el cabo de anclaje a una situación desesperada. España hoy ya es, sin ambages, una sociedad derrotada.

Pasear por las calles de las ciudades de este país produce un efecto irreal, parece que no pase nada, pero algo fantasmal se percibe. Se ha mitigado el gasto lúdico en vivir bien, menos tapas, menos amigos y menos libros, pero por lo demás… aquí no pasa nada. Y así es, no pasa nada. La vida se ha detenido, actuamos como zombis o autómatas programados para sobrevivir un día más.

No pasa nada, el país entero se encoge de hombros y responde a su perplejidad adoptando la nada como centro de gravedad de una vida que ya no conduce a ninguna parte. Como los boxeadores noqueados que con los brazos por las rodillas reciben golpe tras golpe, esperando alguno de ellos que le tumbe, no para mitigar el dolor, sino para que tan atroz situación tenga por fin una justificación, así se comporta el yo colectivo que representa a la sociedad española actual.

Excepto unos locos inmaculados que, por libre u organizados en plataformas de acción concreta siguen manifestando el vigor propio de disponer de la sabia de la vida, el país en su conjunto parece haber dejado de latir. La transformación política no ha superado el estado de embrión  y antes de haber madurado para tener fisonomía y asideros para sumar voluntades ha quedado diluida en una especie de sueño romántico de aquello que pudo ser por lo bonito y deseado. Como las alucinaciones que sufre el boxeador noqueado una vez ha perdido, por efecto de los golpes, el sentido de la realidad.

Si la acción política ha quedado reducida a una mera ensoñación que puede estar justificada por las dificultades de organización de propuestas tan abiertas como la del 15-M, la cotidianidad de cada uno de nosotros, sin esa dispersión, es igualmente leve, sin peso, tampoco deja huella. No es decepción en la acción política, es que estamos noqueados, no tenemos energía para responder y, como el desafortunado boxeador,  tampoco encontramos razones para hacerlo.

En la esfera de la economía real no nos va mucho mejor. En la acción de empresa resulta sorprendente lo extendida que se halla la desidia corporativa que produce efectos similares. Digan lo que digan las cifras del cuadro macroeconómico, que dicen que algo va mal o muy mal, resulta aún más preocupante la actitud de la mayor parte de las empresas y de los propios profesionales que las integran. El desden y el rechazo a abordar nuevos compromisos, nuevos retos y alejarse de la resignación y la adaptación a la mecánica cotidiana que toda empresa debe tener por bandera, se ha transformado en un hábito que le lleva a la situación de enfermo que toma caldo a la espera del fatal desenlace.         

Torpes zombis, ciudadanos muertos que lo desconocen vagan entre la pútrida vida social en la que la corrupción y la banalidad ha convertido lo que tradicionalmente ha sido una sociedad jovial, vibrante y animosa.

Se comprende tan deprimente actitud, no se sale así como así de la estupefacción que produce contemplar una vez más  el hecho de que de nada sirve tener un sueño y esforzarse por conseguirlo, aquí siempre obtienen el premio los inmorales, los aprovechados, los zafios y su corte de pazguatos y sobrecogedores. No es fácil aceptar que diez años de bonanza económica y dinero barato se han ido por el desagüe de alguna alcantarilla en un barrio residencial próximo a la costa sin que nadie haya hecho el más mínimo gesto por evitarlo. Si ese dinero, energía e ilusión hubieran ido a la economía real, a promover empresas y a poner en marcha proyectos ¿en qué situación estaríamos ahora?

Para la esperanza sólo queda algo propio de la tradición de este país, la de sus locos inmaculados. La vida, el ejemplo y la dedicación que de manera descomprometida con nada que no fuera su pasión han dejado algunos de los más grandes, de Bartolomé de las Casas a Rafael Sánchez Ferlosio, pasando por tantos y tantos que deberían ser los referentes de la resurrección: Jose Luís Sanpedro, Jose Luís López Gómez,  Santiago Sierra, Andrés Iniesta… los locos inmaculados que nos muestran el camino.

Locos inmaculados