viernes. 26.04.2024

La representación

El concepto de representación tiene varios sentidos. La ejecución de un rol; los actores representan un papel. La expresión de un símbolo; el crucifijo representa una religión. La potestad de una delegación; los diputados representan la soberanía popular. En definitiva, aquellas personas o cosas dotadas de representación están sublimadas. No son ellas mismas;  por sí, portan una abstracción específica.

El concepto de representación tiene varios sentidos. La ejecución de un rol; los actores representan un papel. La expresión de un símbolo; el crucifijo representa una religión. La potestad de una delegación; los diputados representan la soberanía popular. En definitiva, aquellas personas o cosas dotadas de representación están sublimadas. No son ellas mismas;  por sí, portan una abstracción específica. El problema viene dado cuando la realidad en relación a su representación está distorsionada. Es decir, cuando la foto está borrosa, desenfocada. Rasgando la foto no se consigue solucionar la realidad. La quema de libros o de imágenes religiosas, por no recordar episodios más truculentos, no son precisamente períodos históricos loables ni propositivos. Tampoco son la solución; el ludismo, antiguo movimiento obrero que destrozaba las máquinas por entender que su instalación provocaba el despido de obreros,  no sirvió de nada. El problema no eran las máquinas como no lo son las representaciones.

El actual entorno social que habitamos está para pocos edulcorantes. El paro masivo está provocando fracturas y dramas sociales que no se percibían desde hacía tiempo. Las jibarizadas cuentas públicas están llevando a que se enciendan todas las alarmas en el Estado de Bienestar Social. Para colmo, la visualización de corrupción política, que no es ninguna novedad, se agudiza. En definitiva, el sistema está fallando;  algunos expresan que está al borde del colapso. Los barómetros sociales indican que la temperatura social está muy caliente y que todo aquello que representa y simboliza el sistema  está deslegitimado.

Los partidos políticos y las instituciones parecen impotentes para responder a la actual situación social. Entre otras cosas, porque su capacidad está muy limitada; han perdido poder en favor del buró europeo. Son representantes de una soberanía popular que no es soberana, sino condicionada. También es cierto que la capacidad de innovar socialmente por parte de las instituciones es muy limitada. Demasiada burocracia. En estas estamos. Nadie tiene la solución a esta encrucijada social.

Pero todo el mundo sabe que, de ésta,  saldremos. La cuestión es cómo. Por ello, me permito, más que soluciones, aportar algunas actitudes que entiendo necesarias en todos aquellos que creemos que la salida a la actual crisis debe ser otro modelo,  más sostenible socialmente.

Por un lado, las organizaciones, políticas y sociales, que vertebran la sociedad, que canalizan los diversos intereses sociales, de clase,  se deben abrir. Si no quieren convertirse en meros clubs, los mecanismos de apertura, contacto, trasparencia, regeneración, renovación de valores deben activarse de manera urgente y prioritaria. La ventaja de las organizaciones sociales es su porosidad, su capacidad de canalizar las demandas sociales. Si se pierde la naturaleza de absorción social;  si los poros se encuentran obstruidos,  pierden su utilidad.

Por otro lado, hay que evitar que la demagogia populista, y las actitudes totalitarias y excluyentes se impongan. Y no me refiero a lo que se denomina antipolítica, que no es sino otra forma de política, de participación cívica. La situación social es extrema, pero las salidas deben ser democráticas, y si me apuran, conciliadas.

La sociedad, en sí misma, es estructuralmente conflictual. La paz social no existe, ni ha existido jamás. Por ello, siempre han sido necesarios los mecanismos de representación social y política. De ahí que el “Contrato Social”, en sus diversas ediciones,  sea indispensable. Sirve, no para reforzar a los fuertes;  sino para proteger a los desamparados. Que nadie se crea que sin mecanismos de representación, sin amortiguadores, las cosas irán mejor a los desposeídos.

También considero que hay que fomentar la cooperación social; el refuerzo del vínculo, de la fraternidad. No se trata de sustituir al sistema público de protección social por otro de caridad. Se trata, simplemente,  de reforzar la sociedad. Hacerla más activa; ser capaz de vincularnos con el otro, mediante la solidaridad.

Ese refuerzo de la sociedad no sólo debe enfocarse en el mutualismo, en la ayuda mutua. Se debe también intervenir desde el plano ciudadano.  Participando en procesos sociales; con sentido político de influencia y de cambio. La ciudadanía es un derecho y un deber.

Por último, sin agotar las cuestiones, considero preciso reivindicar la autenticidad, releer y traducir a los pensadores del pensamiento crítico sobre el discurso social hegemónico. Entender que las necesidades humanas son mucho más sencillas y simples que las necesidades sociales impuestas. Que gran parte de nuestro malestar, no nos es propio sino que nos es ajeno; nos viene dado. Proviene del malestar de nuestra cultura, de unos valores que asumimos de forma acrítica. Valores culturales donde el fetichismo hacia las mercancías nos lleva a ambicionar cosas inútiles. Lo auténtico nos debe hacer huir tanto de lo iconoclasta,  como del fetichismo consumista.

En fin, si queremos no representar ningún papel sino vivir conforme nuestros principios es mejor ser honestos. Actuar de acuerdo con nosotros mismos. Y en estos momentos de turbación, quizás sea bueno empezar por los principios.

La representación