viernes. 19.04.2024

La ejemplaridad pública y el patriotismo de cartón piedra de los ‘populares’

Que en España estamos atravesando a nivel político un momento crítico es una obviedad. Desentrañar las causas que nos han llevado a esta situación, es una labor harto compleja, y que no pueden ser expuestas en unas breves líneas. No obstante, quiero detenerme en la falta de ejemplaridad pública y en el patriotismo de cartón piedra de los populares.

Que en España estamos atravesando a nivel político un momento crítico es una obviedad. Desentrañar las causas que nos han llevado a esta situación, es una labor harto compleja, y que no pueden ser expuestas en unas breves líneas. No obstante, quiero detenerme en la falta de ejemplaridad pública y en el patriotismo de cartón piedra de los populares. Estas reflexiones podrían ser extrapolables a buena parte de nuestra clase política.

Que el tesorero del PP con un despacho contiguo al de Rajoy tenga en unas cuentas en Suiza 22 millones de euros; que además la cúpula dirigente del PP recibiera dinero negro en sobres, para no cotizar en Hacienda; que la actual secretaria general del PP, sea capaz, además de dejar sin servicio de urgencia a muchos pueblos de Castilla la Mancha, mayoritariamente de gente de edad avanzada, de tener la desfachatez de decir que no le consta ese reparto del botín, que una ministra sufrague los cumpleaños de sus hijos con dinero de Don Corleone y a su vez elimine el programa de Teleasistencia, son todos ellos ejemplos de la carencia de valores éticos. Con el agravante de tener la pretensión de darnos día tras otro lecciones de ejemplaridad. Surrealista. Me parecen muy pertinentes en estos momentos algunas reflexiones extraídas de la lectura de un extraordinario libro Ejemplaridad pública del filósofo Javier Gomá, del que expongo alguno de sus contenidos. Toda vida humana es un ejemplo y, por ello, sobre ella recae un imperativo de ejemplaridad: obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando en él un impacto civilizatorio. Este imperativo es muy importante en la familia, en la escuela, y sobre todo, en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo, para cohesionar la sociedad, y si es negativo, para fragmentarla y atomizarla. El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Las instituciones públicas han sido conscientes o deberían serlo del efecto multiplicador para potenciar la convivencia de determinados modelos públicos.

Los políticos, sus mismas personas y sus vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Como autores de las fuentes escritas de Derecho-a través de las leyes- ejercen un dominio muy amplio sobre nuestras libertades, derechos y patrimonio. Y como son muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los gobernados y se convierten en personajes públicos. Por ello, sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada. Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ende, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo aquello que no esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten y que no contradigan un conjunto de valores estimados por la sociedad a la que dicen servir. No es suficiente con que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. Si los políticos lo fueran, serían necesarias muy pocas leyes, porque las mores cívicas que dimanarían de su ejemplo, haría innecesaria la imposición por la fuerza de aquello que la mayoría de ciudadanos estarían haciendo ya con agrado. Saint-Just ante la Convención revolucionaria denunció “Se promulgan demasiadas leyes, se dan pocos ejemplos”, Circunstancia que no ha cambiado sustancialmente en la actualidad.

Con la democracia liberal, se acrecienta todavía más la necesidad de la ejemplaridad del profesional de la política. Además de responder ante la ley, es responsable ante quien le eligió. Frecuentemente, observamos que un político sin haber cometido nada ilícito se hace reprochable ante la ciudadanía, por lo que debe dimitir y se hace inelegible, al haber perdido la confianza de sus electores. Mas la confianza no se compra, no se impone: la confianza se inspira. Mas, ¿qué es una persona fiable? La confianza surge de una ejemplaridad personal, o lo que es lo mismo, la excelencia moral, el concepto de honestum. Cicerón en su tratado Sobre los deberes, nos lo define, como un conjunto de cuatro virtudes: sabiduría, magnanimidad, justicia y decorum ( esta última es la uniformidad de toda la vida y de cada uno de sus actos). Es evidente hoy que esta ciceroniana uniformidad de vida, incluyendo la rectitud en la vida privada, es determinante en la generación de confianza ciudadana hacia los políticos.

Frente a ese político ideal que genera la confianza de la ciudadanía, existen otros comportamientos políticos que producen en buena lógica el sentimiento contrario. Véase, los manifestados por aquellos políticos del PP que jalearon en el Parlamento con estruendosos aplausos los mayores recortes de nuestra democracia. E incluso, alguno de ellos, cuando se dio a conocer la reducción de las prestaciones del desempleo, añadió “que se jodan”; u otro que al anunciarse la eliminación de la paga de Navidad de los funcionarios, gritó con auténtico frenesí “¡a trabajar!” Regocijarse ante la desgracia ajena, esto es sadismo o crueldad. Tampoco deberían sorprendernos tales comportamientos, ya que como señalaba Azaña, y lo estamos constatando día tras día, muchos acuden a la política no para realizar un servicio a la comunidad, sino para otros fines menos altruistas: el deseo de medrar, el instinto adquisitivo, el gusto de lucirse, el afán de mando, la necesidad de vivir como se pueda y hasta un cierto donjuanismo. Mas, estos móviles no son los auténticos de la verdadera acción política. Los auténticos, los de verdad, son la percepción de la continuidad histórica, de la duración, es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. Ni que decir tiene que los recortes ejecutados por el gobierno de Rajoy, faltando a su palabra y el que falta a su palabra a más ya no puede faltar, no están respaldados por el sentimiento de la justicia. Y todo lo relacionado con el caso Bárcenas, con los pagos en dinero negro a la cúpula dirigente del PP, produce un sentimiento de asco y de hedor. La sede de la calle Génova se asemeja cada vez más a una fosa séptica. Todo huele a podrido. Esta cuadrilla eran los que pretendían darnos lecciones de patriotismo. Estos caballeros deben pensar que patriotismo es sinónimo de patrimonio. Como también el envolverse en la bandera y besarla con pasión, el entonar el himno nacional, el festejar la fiesta del 12 de octubre --sin saber qué se celebra, si es la Fiesta de la Hispanidad, la de la Raza, de España, de la Virgen del Pilar--, el presenciar desfiles militares, o descorchar botellas de champán con el triunfo de la selección española de fútbol. Este es un patriotismo de cartón piedra. Ser patriota es mucho más. Ser patriota es poner lo público por delante de lo privado. Es querer lo mejor para tu país y tus conciudadanos, lo que se consigue entre otras cosas pagando los impuestos y haciendo caso omiso de los paraísos fiscales o no acogerte a una amnistía fiscal. Así se empieza a ser patriota. Por ello, me parece muy acertada la definición de "patriotismo" hecha por Mauricio Viroli, entendido como la capacidad de los ciudadanos de comprometerse en la defensa de las libertades y de los derechos de las personas. La virtud cívica o política se define como el amor a una patria, entendiéndola no como una vinculación a la unidad cultural, étnica y religiosa de un pueblo, sino como amor a la libertad común y a las instituciones que la sustentan. Esa virtud cívica es la que se debe fomentar, por ello "Es urgente instruir a los jóvenes sobre la historia de nuestra patria, enseñarles a amar a quienes lucharon por nuestra libertad". El autentico patriotismo es que ningún ciudadano, ninguna ciudadana quede expuesto a la miseria ni abandonado a su suerte en tiempos de desventura. Es que todos tengan exactamente los mismos derechos, los mismos deberes y las mismas libertades y oportunidades, de verdad, sea cual sea su cuna o su sexo. Es que cada persona esté protegida en sus necesidades elementales. Es que todo el mundo adquiera tanta cultura, tanta educación y tanta formación como sea posible, para vivir mejor, para ser útiles y para ser difíciles de manipular y someter. Es que la justicia sea igual para todos, y que las cargas y alivios sociales sean escrupulosamente proporcionales a las posibilidades de cada cual. Es que, en caso de duda, nos pongamos siempre de parte de los débiles. Este es el verdadero patriotismo. No el de envolverse en banderas, ni el de entonar himnos, ni el de festejar fiestas, ni el de presenciar desfiles militares.

La ejemplaridad pública y el patriotismo de cartón piedra de los ‘populares’