miércoles. 24.04.2024

Frente a la razón indolente, es imprescindible la razón crítica

Desde el inicio de la crisis los españoles nos hemos visto bombardeados y amonestados por los grandes poderes políticos, económicos y mediáticos con un relato monocorde...

Desde el inicio de la crisis los españoles nos hemos visto bombardeados y amonestados por los grandes poderes políticos, económicos y mediáticos con un relato monocorde: que de la situación tan grave que estamos padeciendo, nosotros somos los culpables por haber vivido por encima de nuestras posibilidades, lo que ha significado el haber contraído una deuda pública monumental, y como debemos pagarla, de no hacerlo sobrevendrá un cataclismo, tenemos que poner en práctica una política de consolidación fiscal, de ahí los recortes inevitables en nuestro Estado de bienestar, mas al final de este camino lleno de sacrificios para “todos” llegaremos a la Tierra de Promisión, que supondrá crecimiento económico, y como corolario llegará como fruta madura, la creación de empleo en grandes cantidades.  Mas este relato se muestra en un envoltorio edulcorado. Reformas estructurales, ticket moderador, proceso de regularización de activos tóxicos; a los brutales ataques a los servicios públicos puestos en marcha por Dolores de Cospedal, se les dio el  nombre "Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos", etc. Esto es una auténtica patraña. Una mentira repetida ininterrumpidamente puede llegar para algunos a convertirse en una verdad. Lo más grave es que una parte no pequeña de la ciudadanía española la ha asumido con excesiva mansedumbre y además  como inevitable, al considerarla que esta es la única alternativa posible para salir de esta crisis. Considero que es muy peligrosa tal aceptación, ya que supone la imposición del pensamiento único, y este destroza la esencia de la democracia. Sin alternativa, no hay democracia. Mas este ha sido el gran triunfo del neoliberalismo, el haber cegado la posibilidad de pensar otra alternativa diferente. Naturalmente que las hay. Como señala Juan Carlos Monedero en el prólogo al extraordinario libro El Milenio Huérfano, del portugués Boaventura de Sousa Santos “Santos dirige el grueso de su esfuerzo a desgarrar los velos que ocultan la realidad de la opresión social e intelectual. Sólo cuando el dolor se hace consciente puede ese dolor convertirse en conocimiento, de manera que después pueda activarse una voluntad que lleve a buscar la capacidad política que termine construyendo la transformación. Doler, saber, querer, poder y hacer son pasos de una progresión necesaria que empieza cuando a la razón le duele el dolor. Sólo así deja de ser, una razón indolente.”

Si hemos llegado a esta situación es porque ha escaseado nuestra capacidad crítica. Nos han adormecido. Nos han hecho indolentes. Según Tony Judt "Se nos aconseja que las cuestiones económicas por su complejidad debemos dejarlas en manos de los expertos: la economía y sus implicaciones políticas están mucho más allá del entendimiento del hombre corriente. Es improbable que los ciudadanos se opongan al ministro de Economía o a sus asesores. Si lo hicieran, se les diría --como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su rebaño-- que son cosas que no le incumben. La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que sólo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe". Y la mayoría de la ciudadanía sigue el consejo con una resignada e incomprensible sumisión. Es cierto que se ha perdido ese sentido crítico, que es el armazón de un buen sistema democrático. Como muy bien dice Josep Ramoneda "La impunidad de los que han provocado esta crisis es tan escandalosa que es difícil de entender la falta de reacción, afortunadamente va cambiando la situación, salvo que el virus de la indiferencia se haya impuesto definitivamente. Desde el pensamiento, contra el totalitarismo de la indiferencia sólo cabe recuperar la razón crítica". Tenemos que volver a aprender cómo criticar a quienes nos gobiernan, como hicieron los ilustrados hace más de 200 años, que fueron capaces de pensar y de actuar por sí mismos, libres de cualquier sumisión divina o humana. Los Voltaire, Rousseau, Diderot, D`Alembert, Montesquieu con la razón, con su capacidad crítica construyeron un bagaje ideológico, que permitió la disolución de todas las estructuras del Antiguo Régimen.  

Yo  quiero ejercer modestamente también esa capacidad crítica sobre esta crisis económica que nos atenaza y que de no reaccionar con prontitud y destreza nos va a conducir a un auténtico infierno.

La ingente deuda pública no es la causa de la crisis, sino su consecuencia al haberse convertido en pública la que era privada, al tener que ser rescatados los bancos; sin olvidar el incremento del pago del subsidio del desempleo y el descenso de los ingresos fiscales por la recesión económica, y por supuesto el excesivo costo de su financiación con unos intereses de hasta un 7%, que debemos pagar a los bancos, cuando estos lo hacen al BCE el 0,5%. Nos cuentan que los cientos de millones de euros que el BCE presta a las entidades financieras son para que fluya el crédito a las Pymes y a las familias. Otra patraña. En su mayor parte van destinados a comprar deuda pública, al tener la seguridad de que cobrarán, para ello ZP y Rajoy reformaron el artículo 135 de nuestra Constitución, que señala “Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta”. Si para cobrar hay que cerrar hospitales, despedir maestros o dejar sin atención a personas dependientes, no hay problema. Lo primero es el pago de la deuda. El BBVA había recibido a finales del 2012 la cifra de 60.535 millones de euros del BCE y durante 2011 destinó 53.452 millones a la compra de títulos de deuda pública.  El Banco Santander había recibido hasta finales de 2012, 62.608 millones y había dedicado durante 2011, 41.807 millones a la compra de títulos de deuda pública. También en el origen de la deuda pública hay que tener en cuenta despilfarros de nuestros gobernantes. Y por supuesto la corrupción política, no sólo por las entregas de dinero de las grandes empresas a los partidos políticos, sino también por los sobrecostos añadidos en la realización de las obras públicas que han sido adjudicadas a las grandes empresas. De este aspecto hablan poco los De Guindos y los Montoro. Mas no está el origen de nuestra deuda pública en las embajadas catalanas, las subvenciones a los sindicatos, el excesivo número de empleados públicos, o el cuantioso costo del Estado de bienestar. Ahí no radica el problema, las embajadas, los sindicatos, los funcionarios, el Estado de bienestar; estos han sido los señuelos para ocultar las causas auténticas que he esbozado anteriormente. Por otra parte, si los españoles tenemos que pagar la deuda, parece lógico-¡qué menos!- que conozcamos su origen, para ello sería necesaria una auditoría. Y la parte que fuera odiosa o ilegítima, no pagarla. Este concepto se atribuye a un jurista y profesor de derecho financiero, Alexander Sack, que en 1921 publicó un tratado Los efectos de las transformaciones de los Estados sobre sus deudas públicas y otras obligaciones financieras, donde sostenía que una deuda es ilegítima cuando se dan tres circunstancias: que se ha comprometido sin el conocimiento de los ciudadanos (o sus representantes); que se ha gastado en actividades que no redundan en beneficio del pueblo; y que los prestamistas (los bancos) son conscientes de esta doble situación anterior. Nuestros gobernantes tampoco quieren entrar en una auditoría. Y se podría, lo hizo Correa cuando llegó al Gobierno en Ecuador en 2007.

Por otra parte, para reducir la deuda pública se puede hacer por vía de la contención de  los gastos  o por el incremento de los ingresos. En la nuestra es manifiesto que se podrían recaudar muchos más ingresos. Los grandes bancos y las 30 empresas del IBEX, eluden a través de los Paraísos Fiscales, mejor, cuevas de ladrones, una cifra de 90.000 millones anuales. Solamente en los últimos 5 años, alcanza una cifra de 450.000 millones, la cual de haberse recaudado, como se hace religiosamente con las nóminas de los trabajadores, nuestra deuda quedaría reducida prácticamente a la mitad, con la consiguiente reducción del costo de los intereses. Aquí tampoco quieren entrar nuestros gobernantes. ¿Tienen fondos ellos en Paraísos Fiscales? Lo que parece claro es que si todos esos desalmados evasores de impuestos, pagarán lo que tienen que pagar habría menos deuda, menos intereses para su financiación, serían necesarios menos recortes y la crisis no sería tan grave. Esto es tan claro como el agua cristalina. Mas tal como esta configurada la deuda actual, a nuestros gobernantes, auténticos mayordomos, o mejor mamporreros de la gran banca y empresa, les viene la deuda pública muy bien para justificar los ajustes fiscales, con los consiguientes hachazos al Estado de bienestar, reducción de salarios y de pensiones, privatización de servicios públicos siempre que sean rentables.

Por otra parte, que las políticas de austeridad no sirven para salir de la crisis, cualquier persona medianamente despierta lo tiene que advertir. Con ella, además de la escasez de financiación comentada anteriormente, cada vez habrá menos crecimiento económico, más paro, menos consumo, menos demanda, menos producción; de ahí más paro, menos ingresos fiscales, más ajustes, más despidos. Esto es un ciclo infernal.  Como señala Josep Fontana en su libro El futuro es un país extraño, un estudio de FMI sobre 173 casos de austeridad fiscal en los países avanzados entre 1978 y 2009 confirmaba que las consecuencias fueron mayoritariamente negativas: contracción económica y aumento del paro.  Por ello, tenemos que hacernos la siguiente pregunta. Si la austeridad no es el camino adecuado para reemprender el crecimiento, ¿qué objetivos mueven a los políticos que se empeñan en mantenerla? En el caso de España Mark Weisbrot opina que la finalidad de esta política, puesta en marcha por el PP “hacemos lo que tenemos que hacer”, es debilitar el movimiento obrero como parte de una estrategia a largo plazo para desmantelar el Estado de bienestar lo cual “no tiene nada que ver con resolver la crisis  actual ni con reducir el déficit del presupuesto”.

En la misma línea que Fontana se expresa otros expertos. Retorno al archisabido relato, que con la política de austeridad llegaremos al final deseado, cual si fuera la Tierra de Promisión. Se trata de llegar, con las inevitables dosis de sufrimiento, al añorado equilibrio presupuestario, que traerá la recuperación económica, con el consiguiente crecimiento del PIB y millones de puestos de trabajo.  El filósofo José Luis Pardo manifiesta la sospecha de que no se trata en absoluto de llegar a ningún final, de que no hay ningún final al que llegar o de que, si lo hay, hace ya tiempo que lo hemos alcanzado.  El paro viene muy bien para clase  empresarial. Nada nuevo bajo el sol. Ya en 1944 el economista Kalecki en el artículo Aspectos políticos del pleno empleo lo dijo "En verdad, bajo un régimen de pleno empleo permanente, el despido dejaría de desempeñar su papel como medida disciplinaria. La posición social del jefe se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de salarios y mejores condiciones de trabajo crearían tensión política. Es cierto que las ganancias serían mayores bajo un régimen de pleno empleo, pero los dirigentes empresariales aprecian más la disciplina en las fábricas que los beneficios". El desempleo viene muy bien para que quede claro quien manda.

Me parece muy adecuado el juicio expresado recientemente por Antoni Domènech, G. Bustery Daniel Raventós en el artículo Reino de España: procesos deconstituyentes y nuevo consenso de los mandamases europeos, la excusas son la crisis económica, un euro pésimamente diseñado; la deuda pública; y todas las excusas tienen su grado de verdad. Pero hay que saberlo: son, sobre todo, excusas. El programa serio de las excusas lo han escrito otros. Lo dejó dicho antes del 2007, uno de los jefes de la patronal francesa MEDEF, Denis Kessler: “El modelo social francés es el puro producto del Consejo Nacional de la Resistencia. Un compromiso entre gaullistas y comunistas. Es hora de reformarlo, y de que el gobierno se emplee a fondo en esa reforma. (...) ¿La lista de reformas? Es muy simple: quiten todo lo que se realizó entre 1944 y 1952; todo, sin excepción. (...) De lo que se trata hoy es de salir de 1945 y de deshacer metódicamente el programa del Consejo Nacional de la Resistencia.”, que aspiraba a una democracia republicana, sufragio universal y la libertad de prensa; contenía medidas económicas y sociales: “La instauración de una verdadera democracia económica y social, “nacionalizaciones de las fuentes de energía, de las riquezas del subsuelo, de las empresas aseguradoras y de la gran banca”. Medidas sociales, con el alza de los salarios y la recuperación de un sindicalismo  independiente y de la democracia en el puesto de trabajo, con comités de empresa, y un plan completo de seguridad social”.

Por todo lo expuesto, parece claro que un concepto clave del marxismo como la lucha de clases, auténtico motor de la historia, expuesta en 1848 en uno de los libros más influyentes de la historia y que sigue reeditándose El Manifiesto Comunista, no ha perdido actualidad. El multimillonario Warren Buffet lo ha dicho "La lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando".

Para Michael Schuman, esta situación abre una posibilidad clara: que Marx no sólo diagnosticara el comportamiento del capitalismo, sino también su final. Si los políticos no encuentran nuevos métodos, para asegurar oportunidades económicas justas, quizás los trabajadores del mundo, conscientes de su explotación, decidan unirse, como ya lo urgió El Manifiesto Comunista: "Proletarios del mundo uníos". Puede que entonces Marx se tome su venganza. 

Frente a la razón indolente, es imprescindible la razón crítica