martes. 16.04.2024

Europa en la encrucijada

La crisis económica ha supuesto la peor crisis política y social de la existencia de la Unión Europea. No hay duda de que la ciudadanía está perdiendo confianza en la idea de Europa...

La crisis económica ha supuesto la peor crisis política y social de la existencia de la Unión Europea. No hay duda de que la ciudadanía está perdiendo confianza en la idea de Europa. Y  parece que razones no faltan.

Durante los últimos tiempos la Europa Institucional se aleja cada vez más de los ciudadanos que la componen, que ven como los intereses y las propuestas que se discuten en el seno de la Unión no tienen nada que ver con la prioridad de sus vidas cotidianas.

Las políticas europeas carecen de la más mínima solidaridad entre los países integrantes. Cada vez más las diferencias entre países se hacen más evidentes. Así como que la calidad de vida de los pueblos, que componen la Unión, no es su prioridad.  La Unión Europea  se parece cada vez más a un puro mercado donde se imponen los intereses del más poderoso. El paso de una Alemania europea a una Europa alemana ha comportado una pérdida de la conciencia de una Europa Unida, al tiempo que se hacen más evidentes los defectos de la construcción europea, especialmente sus carencias, no sólo en cuanto a la unión monetaria, sino en lo relativo a la unión fiscal, económica, social y especialmente a su carencia más importante: la de una Unión Europea gobernada por una unidad política y democrática institucionalizada.

Parece olvidarse la razón inicial de la creación del germen de la Unidad Europea. Se trataba de avanzar hacia una Europa más unida, de crear un espacio de colaboración, que pusiera fin para siempre a las confrontaciones entre estados del viejo continente, en especial entre Francia y Alemania. Crear un nuevo espacio económico, como embrión de un nuevo espacio político, que ayudara a lograr una unificación progresiva entorno a los valores de la paz, la libertad, la democracia y el estado del bienestar. Evidentemente también se pretendía crear un espacio capaz de ofrecer una situación social favorable en la confrontación con la Europa del Este encabezada por la URSS.

El experimento tuvo un éxito indudable y fue una realidad para los países fundadores y un punto de referencia para la mayoría del resto de países. Ahora la realidad de los 27 países que forman la UE debería confirmar el éxito del proyecto, pero es precisamente ahora cuando se pone en cuestión el futuro del proyecto.

Quizá lo que ocurre es que la Unión Europea ha avanzando demasiado rápidamente en varias cuestiones como la ampliación, y en aspectos como la unión monetaria, sin consolidar ni dar ninguna prioridad a la integración social y ciudadana, ni a la democratización de las instituciones.

Hoy en día una gran parte de la ciudadanía ha perdido la confianza en la idea de Europa. Observa la Unión Europea como algo alejado de sus problemas, cuando no como la responsable y causante de su negativa situación actual. La unidad parece resquebrajarse entre los diversos países. Parece que más que el bien común de la Unión, cada uno busca sus particulares intereses estatales. Las mutuas acusaciones, sean de hegemonía, o de vivir por encima de sus posibilidades, se lanzan entre unos y otros.

Mientras la crisis se afronta con políticas equivocadas que no hacen entrever ninguna salida a corto plazo y provocan graves situaciones sociales en los pueblos con economías más débiles. No se ve ninguna iniciativa solidaria sino que sólo se habla de medidas de ayuda económicas sujetas a dolorosas contrapartidas sociales.

La sociedad europea nota la crisis, pero en lugar de ver, en la Unión, un faro que les indique una salida favorable para el conjunto de sus componentes, sólo ve, porque así se le presenta, castigos en el caso de los más atrasados, o pago sin fondos para los supuestos indolentes por parte de las sociedades de los países más ricos.

La idea de una Alemania que domina finalmente y de forma prepotente, esta vez con su potencial económico, al conjunto de Europa despierta los recelos y llega al rechazo en muchas sociedades donde aún está reciente el recuerdo del pasado reciente del siglo XX.

Pero también se generan efectos más negativos en diversos países: la aparición de nuevas formas de radicalismos nacionalistas y xenófobos o populismos de todo tipo y opciones euroescépticas  que ganan terreno en muchos estados.

Nos encontramos con una situación muy peligrosa, una Europa institucional dominada por una derecha a la que sólo interesan los mercados y la economía, y una contestación abanderada por opciones que significan un renacer de posiciones nacionalistas excluyentes.

¿Y la izquierda donde está? De momento ni está ni se le espera al parecer. Sólo el limitado papel de la Confederación Europea de Sindicatos da una idea de otra concepción  de Europa basada en la solidaridad y los derechos sociales y la unidad democrática.

Y es esta idea crítica pero europeísta la que hay que impulsar por parte de toda la gente que cree necesaria la idea de una Europa fuerte que sea un "foco" de libertad, igualdad y solidaridad. Una Europa unida económica, monetaria y fiscalmente, pero una Europa que fundamentalmente adelante en la unidad política, social y laboral, y con la institucionalización democrática, con una gobernanza democrática con un Parlamento democrático con poderes legislativos y de control real del ejecutivo, y un Gobierno realmente democrático de la Unión.

El próximo año hay elecciones al Parlamento Europeo, y puede ser la demostración del fracaso de Europa. La posibilidad de una baja participación ciudadana, como reacción ante unas instituciones que ve alejadas de su realidad y sus preocupaciones, puede ser una de las realidades. La otra, aún más negativa, seria  la presencia en el Europarlamento de una importante presencia de fuerzas antieuropeas y / o antidemocráticas contrarias a la idea de una Europa plena, unida y democrática.

Ante esta encrucijada es necesario un replanteamiento de todas las fuerzas de izquierdas, de la moderada y de la alternativa. La solución a esta crisis sólo se puede conseguir a escala europea, ningún país podrá salir solo de la crisis ni de la dictadura de los mercados. Debe revertirse el camino actual de la Unión, el de la austericidio y los recortes. Hay que dar otro papel al Banco Central Europeo, como instrumento para desarrollar e impulsar políticas de crecimiento económico. Es necesario un impulso para cohesionar la Europa política y monetaria, impulsar las políticas comunes, pero especialmente dar un fuerte impulso, imprescindible y prioritario, a la creación de una Europa política y socialmente unida, democrática y solidaria que permita  a la ciudadanía reconciliarse con el ideal europeo.

Para conseguirlo es necesario aglutinar en programas alternativos y creíbles a las fuerzas de progreso. Tanto por el lado la izquierda moderada socialista, como por otra parte logrando un frente unido de las fuerzas alternativas y críticas de la izquierda, superando espacios como son el de los Verdes Europeos o el de la Izquierda Unitaria Europea, tanto en el ámbito de nuestro estado, como en los países del Sur de Europa y del conjunto de los países de la Unión.

Está en juego nuestro futuro, más importante que la situación de cada estado, o de cada comunidad autónoma. Los problemas se crean y se resuelven cada vez más en ámbitos supranacionales. Quien no lo vea o sólo quiera convertir las elecciones al Parlamento Europeo en un problema doméstico, hará un mal favor a la toda la ciudadanía, nacional y europea.   

Europa en la encrucijada