viernes. 19.04.2024

España y los partidos políticos como marcas comerciales

La banalización política y el desmayo de las ideologías y los valores como fuentes morales de vertebración nacional, fruto del utilitarismo tecnocrático, intentan conseguir la eliminación de los elementos trascendentes del imaginario colectivo. Todo se reduce a mero producto, el mismo país y los partidos políticos se convierten en marcas susceptibles de ser vendidas como rótulos comerciales.

La banalización política y el desmayo de las ideologías y los valores como fuentes morales de vertebración nacional, fruto del utilitarismo tecnocrático, intentan conseguir la eliminación de los elementos trascendentes del imaginario colectivo. Todo se reduce a mero producto, el mismo país y los partidos políticos se convierten en marcas susceptibles de ser vendidas como rótulos comerciales. “La marca España” o “la marca PSOE”, expresiones tan extendidas en la cotidianidad de la vida pública, suponen un vaciamiento del sentido fundamental de la política a través de la derogación de su sesgo moral y relevante.

Para Aranguren la falta de contenidos sustantivos produce desmoralización colectiva. Seguramente porque el individuo no sabe qué responder, porque carece de criterios, se siente desorientado. La respuesta depende de la convicción y fidelidad a unas ideas. Pero también depende del sentimiento. Cuando falta contenido, no hay convicciones, el sentimiento no tiene donde adherirse y falla también. Falta el estímulo para responder. Ortega, por su parte, afirma que la moral no es un añadido del ser humano, sino su mismo quehacer para construir la propia vida. Y añade: “un hombre desmoralizado es un hombre que no está en posesión de sí mismo.”

Havel nos hablaba de la recuperación de los valores morales: “Los valores tradicionales de la civilización occidental, como la democracia, los derechos humanos, la libertad individual... son valores morales que tienen, por tanto, un sentido metafísico. Tengo la impresión que esta conciencia ha desaparecido. Pienso, por ejemplo, en la falta de voluntad de sacrificar el bienestar particular por el interés general.” En este sentido, Jacques Delors respondía a un filósofo que le recriminaba la inoperancia de la Unión Europea ante el conflicto de Bosnia: los ministros europeos –decía Delors, entonces presidente de la UE- carecen del sentido de lo trágico. Efectivamente, sin voluntad para el sacrificio de lo propio y sin el sentido trágico de la existencia que tanto atormentó a Unamuno, es difícil que las ventajas de la modernización representen verdadero progreso.

Dos causas contribuyen al enflaquecimiento de los contenidos morales y a la consiguiente desmoralización de la vida pública. Por un lado, la concepción schumpeteriana de la democracia puramente instrumental. Es la concepción de la democracia como método: “El sistema institucional para la toma de decisiones políticas en el cual, a través de una lucha competitiva por el voto popular, los individuos alcanzan el poder para decidir.” Es un concepto mercantilista de la democracia, de mercado, en la que se renuncia a lo básico de la participación ciudadana dejando el poder a quienes mejor venden su imagen. La segunda causa depende de la primera. Si la democracia es sólo un método para ganar elecciones, a nadie le toca elaborar y precisar los contenidos que deben guiarla. Este carácter instrumental de la misma política produce que la distancia entre la administración y la política sea cada vez más pequeña, con la consiguiente reducción del bagaje ideológico a manos de unos técnicos de la gestión pública.

Si todo se reduce a la seducción del consumidor en un contexto de mercadeo, donde el marketing y la publicidad operan al margen de cualquier consideración moral o ideológica, es lógico que la trivialidad de lo técnico ante lo ético suponga el abandono del concepto de ciudadanía como centro del acto político. ¿Está justificada aún la distinción entre derecha e izquierda? Se preguntaba Carlo Cassola, para añadir a continuación: “Hay quien duda de ello. Es una duda puesta en circulación por la derecha. La derecha alcanzaría definitivamente la victoria el día en que todos se convencieran de que no existe tal distinción.”

Un caso paradigmático de la indiferenciación de la política de mercado, la podemos encontrar en el caso de Carlos Mulas y la Fundación Ideas del partido socialista, donde lo grave, aún siéndolo, no es tanto el fraudulento contrato por el que su mujer cobraba disparatadas cifras por artículos periodísticos, como que el encargado de aportar nuevas ideas progresistas al debate político y social en un mundo en cambio permanente, como tiene la fundación como objetivo prioritario, firmara un informe del FMI donde recomendaba para Portugal, un país ahogado ya por los recortes, despedir funcionarios (sobre todo en los sectores de Educación y Sanidad), aumentar el horario de trabajo para los empleados públicos, reducir las prestaciones por desempleo y recortar (aún más) las pensiones de jubilación. En concreto, el estudio firmado por Mulas recomendaba reducir el salario de los funcionarios en una cuantía que oscila entre el 3% y el 7% y deshacerse de 120.000 funcionarios.

Es la irracionalidad tecnocrática que concibe al partido como una marca, donde la ocupación del poder anula cualquier otra premisa a pesar de que la inmunodeficiencia ideológica produzca la desmoralización de su propia sociología y el partido se encuentre ajeno a las luchas democráticas en las calles, en las fabricas y en las organizaciones sociales. Su ausencia en los conflictos provocados por los recortes, la renovación ideológica y la lucha contra la corrupción es notoria. El Partido no sabe vivir al margen de la ocupación de espacios de poder porque la calle, las vicisitudes de los ciudadanos, no es una cuestión técnica sino política.

No existen expertos ni tecnócratas que puedan acometer la necesaria renovación ideológica de la izquierda porque ser progresista hoy es ser capaz de pensar en los otros y en el futuro. Eso son los criterios del progreso social y humano. Pensar en los otros significa pensar en los otros que sufren, pues no crece la calidad de vida si no puede disfrutarla todo el mundo, si en lugar de ir eliminando las desigualdades las cambiamos de lugar o de signo.

España y los partidos políticos como marcas comerciales