viernes. 29.03.2024

Es la ambición, malditos, es la ambición

Suele decirse que la sociedad está despolitizada, que se desentiende de los asuntos públicos, que existe un corrimiento hacia la derecha; pero se afirma...

Suele decirse que la sociedad está despolitizada, que se desentiende de los asuntos públicos, que existe un corrimiento hacia la derecha; pero se afirma como si fuese una letanía. No debemos olvidar que a cada proceso histórico le precede unas circunstancias concretas y que el ascenso de la nueva ultraderecha no es casual.

La despolitización es un fenómeno general, un fino poso que se ha asentado en la ciudadanía. Hoy, más que nunca, es la economía la que realmente ejerce el poder sobre la política y dicha situación genera trágicas consecuencias. Los partidos han ido perdiendo credibilidad en beneficio de los grandes hombres de negocios, de las todopoderosas trasnacionales, y los centros neurálgicos del poder especulativo. Convertir el dinero en el dios laico que todo lo puede, es tan peligroso como abandonarnos en los brazos de dioses que nos prometen una vida feliz después de la muerte.

Dejar nuestros destinos en manos de la llamada “libertad de mercado”, máxime cuando esa frase es una falacia, ya que la libertad de mercado sólo pueden ejercerla libremente las trasnacionales, es un peligro que debemos combatir antes de que éste nos devore. El poder económico concentrado en pocas manos juega con el mundo como si de un pelele se tratara. Dejar nuestras vidas al vaivén de una economía puramente especulativa es dimitir de la humanidad que se ha ido acumulando en la humanidad ciertas capacidades como persona. El dinero se ha convertido en un fin en sí mismo. Lejos queda el primigenio postulado de Adam Smith; el dinero como riqueza de las naciones. Ese principio liberal queda en inocente prédica frente al omnívoro neoliberalismo que nos envuelve, como tela de araña a su presa.

La política actual, despojada del los efectos sociales que esgrimieron los filósofos griegos, y que profundizaron posteriormente los filósofos naturalistas, entre otros Hume, o el materialista Kar Marx, parece haber quedado en simple retórica. El intento de desviar los principios sociales hacia un pensamiento único deshumanizado la desvirtúa al máximo, dejando sus flancos al descubierto y dispuestos para que en ellos se alojen fuerzas fundamentalistas y antisociales. Solemos acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena, pero Europa hace mucho tiempo que cedió el papel de liderazgo a EE.UU. Se ha despojado del legado humanista que permitió el estado de un cierto bienestar social. Nada que objetar si el nuevo liderazgo fuese una guía del buen vivir para todos los ciudadanos, pero nada más lejos de la realidad.

El uso del lenguaje se ha distorsionado de tal forma que nada es lo parece. Se sigue utilizando los mismos nombres para expresar conceptos muy definidos, pero que actualmente se han vaciado de los contenidos primigenios que los sustentaban; sólo quedan las huecas palabras. Hoy, el Estado de Derecho está desvirtuado por el poco efecto que ejerce la ley sobre los que sistemáticamente la violan. Las democracias han delegado sus funciones en la economía especulativa, dejando a la mayoría de sus ciudadanos tirados en la cuneta. Las grandes cumbres, donde se analizan los problemas mundiales y se dan soluciones, se quedan al poco de ser celebradas en mera retórica, empequeñecidas por los apoteósicos incumplimientos. Las encuestas telefónicas se han convertido en fórmula habitual de consulta. Se juega con las vidas humanas como si fuesen un objeto de usar y tirar. El posibilismo se ha pertrechado entre la práctica de mayoría de los políticos, generando entre sus votantes frustración y resentimiento. Sabemos que, muchas veces, no se vota a favor de un determinado partido, sino en contra de la decepción que otro ha generado.

Pero, ¿dónde está la ultraderecha española? Algunos pueden pensar que no existe, que se disolvió durante la transición. Otros dirán que está integrada en el Partido Popular, que todos los partidos cuentan con un ala moderada y con otra más radical. A dicho partido le gusta definirse de centro, ese caladero donde casi todos quieren pescar votos, pero si los aires van hacia otra dirección, se deslizarán a favor del viento sin ningún escrúpulo; todo sea por mantenerse en el Olimpo de las influencias. Otros partidos minúsculos, que aún no logran representación parlamentaria, dirán que ellos son el legado histórico de la patria, de los valores de la España Grande y Libre que el Franquismo afianzó durante los años de dictadura.

Los actuales gobiernos, más ocupados en ser simples gestores de los intereses financieros, se despreocupan de cumplir los programas con los que se presentan a las elecciones, se han ido despojando de los principios que movieron a sus predecesores a formarse como partidos, con un ideario político definido. Después llegarán las quejas, y hasta puede que alguna disculpa por las prácticas que mantuvieron. Las teorías son necesarias, sustentadas en ellas se hacen discursos, grandes proclamas, promesas, peticiones de votos, pero una vez conseguido el objetivo, las promesas electorales quedan reducidas a su mínima expresión. Pero no pasa nada. Los incumplimientos se justifican diciendo que la situación económica no lo permite.

Ante tal deterioro, los partidos deberían presentarse a las elecciones con un preámbulo aclaratorio que dijese: “Cumpliremos el programa electoral siempre que la situación económica lo permita”. Pero eso no vende y de lo que se trata es vender, aunque sea humo. Los refranes populares suelen ser sabios: “Del dicho al hecho hay un gran trecho”, lo confirma. Las incoherencias políticas son tantas que dejan el camino abonado para que el nihilismo florezca por doquier. Y de ahí al auge de un nuevo fascismo hay “poco trecho”.

Es la ambición, malditos, es la ambición