miércoles. 24.04.2024

El verdadero escrache

El caballero de Selimpia nacido de la imaginación del novelista Italo Calvino, tiene un gravísimo inconveniente: no existe. Bajo la celada de su empenachado casco no hay rostro alguno; ninguna mano empuña su formidable y victoriosa espada.

El caballero de Selimpia nacido de la imaginación del novelista Italo Calvino, tiene un gravísimo inconveniente: no existe. Bajo la celada de su empenachado casco no hay rostro alguno; ninguna mano empuña su formidable y victoriosa espada.

-¿Y cómo lo hacéis –le pregunta Carlomagno- para prestar servicio, si no existís?

-¡Con la fuerza de la voluntad y fe en nuestra causa! Le responde el fantasmagórico personaje. Es la valentía para hacer el bien a través de una causa justa lo que produce que el caballero inexistente se dé vida a sí mismo. 

Querer el bien no suele ser fácil. Supone tener virtud. Tener valor, la primera virtud defendida por los griegos. La valentía, la fortaleza, fue la virtud del héroe, que se convirtió luego en valor espiritual de cada uno para vencer sus impulsos, autodominarse, y dirigirse hacia el bien. 

Lo decía Atticus Finch en la novela “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee: “Uno es valiente cuando sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo, y lucha hasta el final. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence. ”Los débiles, las clases populares, los que son olvidados al objeto de convertirlos en socialmente inexistentes también se visten con la celada de una causa justa, la suya, porque como decía Mario Benedetti, los débiles de veras no se rinden nunca y porque, además, la razón está de su parte.

Viene del conurbano rioplatense el término escrache, que, por lo visto, se trata de llevar la protesta al lugar de residencia o trabajo de los que los manifestantes consideran como responsables de su malestar social. La asunción pacífica de este tipo de protesta por parte de miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ha propiciado que la derecha y sus prosélitas terminales mediáticas carguen de nuevo las tintas en su vieja estrategia de criminalizar a las víctimas.

Los conservadores han sentido históricamente en nuestro país un especial arregosto por reducir todos los problemas políticos y sociales a una mera cuestión de orden público. Ortega y Gasset decía que simplificar las cosas era no haberse enterado bien de ellas. Pero en la derecha esa simplificación es ideológica. El Estado democrático se constituye a las hechuras de la realidad de la nación mientras el Estado autoritario, cuyos sillares tan metódicamente trata de asentar la derecha, pretende el aherrojo de la nación a los intereses de las minorías a las que sirve. El Estado autoritario destruye al individuo, diluye su moral, para que todo lo que no sea la abolición de la ciudadanía constituya una materia subversiva y por tanto digna de represión.

La procaz delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, compara a los miembros de la PAH con terroristas, mientras cuando ella se manifestaba entre obispos, pijos y nostálgicos del nacional-catolicismo, antes de convertirse en activa “batasunanizadora” de los movimientos sociales, afirmaba: “Cualquier expresión de protesta ciudadana es siempre legítima”, en ese ejercicio de cinismo político que tanto acredita la derecha.

Pero el ciudadano percibe que todo conspira contra él, que vive constantemente acosado por los que como el inspector Renault de la película Casablanca mandan, mirando para otro lado, detener a los sospechosos de siempre, que él sí padece el continuo escrache de los que le niegan el trabajo, la sanidad, la educación de sus hijos, un techo bajo el que cobijarse, el derecho a sobrevivir dignamente. Eso sí es sufrir el más acosador escrache.

El verdadero escrache