viernes. 29.03.2024

El régimen agoniza (1)

La coincidencia de la crisis económica devenida en una profunda recesión combinada con una grave crisis de dirección política, tanto de dirigentes como de instituciones, ha hecho aflorar todo lo que había debajo. Volvemos atrás.

La coincidencia de la crisis económica devenida en una profunda recesión combinada con una grave crisis de dirección política, tanto de dirigentes como de instituciones, ha hecho aflorar todo lo que había debajo. Volvemos atrás. Los elevados beneficios de las grandes empresas, el aumento de ingresos de las mayores fortunas, que gozan de un privilegiado régimen fiscal, el aumento en la desigualdad de las rentas y el desproporcionado reparto de las cargas para salir de la recesión, revelan el poder de una clase social intocable, que exige pasar por esta etapa sin ser molestada ni renunciar a su nivel de vida, mientras la inmensa mayoría de la población debe renunciar obligatoriamente al suyo. El proceso de degeneración de las élites políticas y económicas y la erosión de la confianza en las más altas instancias del Estado, el poco cuidado en la gestión de los fondos públicos, cuando no su rapiña a favor de espurios intereses privados, y el extendido fenómeno de la corrupción a las más altas instancias de gobiernos locales, autonómicos y ahora del Gobierno central, que alcanza también a la cúpula patronal (CEOE), a las grandes empresas, al nivel más alto de la administración de justicia y a la Casa Real, nos retrotraen a otro tiempo. Volvemos a la grotesca España denunciada por Valle Inclán, al Ruedo Ibérico, al esperpento.

Lo que sucede revela con mucha claridad que, pese a las promesas sobre el luminoso porvenir que nos aguardaba tras la muerte del dictador, no podíamos llegar muy lejos con aquellas alforjas que alojaban tanto lastre del franquismo. Aquel pesado fardo nos ha dejado clavados y exhaustos, a mitad de camino hacia la sociedad democrática avanzada, con un orden económico y social justo, que tenía como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, como figuran en la Constitución, cuyo Preámbulo y primeros artículos se parecen cada día más al cuento de Caperucita antes de que se la comiera el lobo (noble animal, al que le ha tocado un mal papel en el reparto).

La sombra de Franco, pesada, pegajosa y alargada, nos asfixia. España sigue marcada por la cargante herencia del general, administrada por sus herederos. Franco representaba la España de la Restauración, que tanto arrastraba del Antiguo Régimen, concebida por la derecha y por la Iglesia; la vieja España de curas, caciques y oligarcas; de obispos y señoritos, por un lado, y por otro de obreros y jornaleros, de braceros parados y de nobles absentistas; la España escindida, que repartía riqueza para pocos y miseria para muchos; la España de gobernantes despóticos y de súbditos. Y a eso volvemos con rapidez, a la España dual de las grandes diferencias de renta, de distinciones sociales muy marcadas; de arriba y abajo; de minorías intocables y de ciudadanos tratados como súbditos por gobernantes que se comportan como mayorales de un cortijo.

Casi cuarenta años después de la muerte de Franco, seguimos marcados por el franquismo, ahora adobado con un neoliberalismo de tipo autoritario. Los herederos políticos de quienes, tras el golpe militar del 18 de julio y la guerra civil, restablecieron un poder político sin límites representado en la dictadura del Estado, defienden hoy el ilimitado poder del capital financiero plasmado en la dictadura del Mercado.

Además del severo deterioro del sistema económico, tanto ha sido el retroceso ideológico y político, que no nos hallamos ya en la post-transición, sino en el umbral de un cambio de régimen, que permite interpretar los últimos ochenta años de la historia de España en estos términos: a la larga etapa de franquismo, que es la dictadura, atemperada por una reducida cultura antifranquista, propia de la oposición clandestina, sigue una etapa de moderado desfranquismo, que fueron los años de la Transición y los primeros del régimen parlamentario.

El mandato de Aznar, que supuso la revitalización simbólica del franquismo, señala el ocaso del impulso más progresista de la Transición y el comienzo del regreso al pasado bajo la aplastante hegemonía de la derecha, ayudada por el auge de los valores conservadores a escala mundial. El Gobierno de Zapatero fue un efímero paréntesis en este neofranquismo, y la crisis económica, la oportunidad esperada por la derecha para recuperar el terreno perdido.

El programa del Partido Popular representa la tardía venganza del franquismo; el expolio del Estado de Bienestar y su paso a manos privadas (y con mucha frecuencia amigas) es la indemnización que las seculares clases propietarias exigen a las clases subalternas por haber tenido que soportar el coste que les supuso la Transición y las reformas posteriores. Y la congelación de salarios y la reforma laboral son el castigo impuesto a los trabajadores por haber creído que podían desafiar por algún tiempo el poder del capital.

El régimen agoniza (1)