El pasteleo como régimen político

El moderantismo es una visión singular española del liberalismo del siglo XIX que responde a la representación política de los intereses de la nueva clase dominante...

El moderantismo es una visión singular española del liberalismo del siglo XIX que responde a la representación política de los intereses de la nueva clase dominante formada por la antigua aristocracia y la alta burguesía, convertidas en una nueva oligarquía. En líneas generales el moderantismo es una confluencia de elementos provenientes del Antiguo Régimen y del Nuevo Régimen. Su adversario en la vida pública española fue el liberalismo progresista, aunque ambos constituían la única parte del espectro político institucionalmente aceptada para el juego político, los denominados partidos dinásticos. La evidencia de la necesidad de un mutuo apoyo entre los liberales moderados y la aristocracia hizo encontrar una expresión posibilista de la ideología común, alejada de todo extremismo. Entre sus adversarios se calificó de pasteleo este intercambio de favores, conciliación o convergencia de intereses en torno a una postura equidistante, denominación popularizada hasta tal punto que pasó a ser un sinónimo ofensivo para el propio moderantismo. Los moderados eran llamados pasteleros; mientras que a Martínez de la Rosa se le aplicó el mote de Rosita la pastelera.

La Transición reprodujo este esquema que para Manuel Azaña había sido causa de atraso político y social en España. En realidad el moderantismo decimonónico y el centro político de la Transición fueron dos invenciones conceptuales que escondían un fuerte influjo retardatario. El primero pasaba por conservar los privilegios de la antigua aristocracia y el segundo como adaptación de los intereses sostenedores del caudillaje hacia una nueva etapa propiciada por la biología y no por la política. Como afirma Jacques Mandrin en Socialismo ou socialdemocratie, la ideología dominante tiene, efectivamente, por función hacer del orden establecido el único tipo concebible de organización, al reducir el campo de contestación al nivel de retoques secundarios: “ser inmanente al espíritu del tiempo para disimular sus particularismo cultural bajo la evidencia de un paisaje pretendidamente natural.”

La implantación de este orden objetivo suponía que los nuevos partidos dinásticos, ahora de Gobierno, no podían representar mutación alguna de la etiología del poder cuyo régimen no había cambiado a pesar de las libertades individuales. La izquierda, por consiguiente, tuvo que recurrir a la apostasía de sus grandes principios y centrarse en la gestión de tal manera que, como afirma Roland Cayrol, esta racionalidad en los detalles se convirtió en irracionalidad en los conjuntos y en los fines, pulverizando el objetivo de la izquierda, que constituye una respuesta global a los problemas. Las fuerzas de progreso dejaron de ser no sólo un instrumento de transformación sino de futuro al tener que reducir la sociedad a una realidad dada, a lo que ya es, olvidando lo que será y lo que comienza a ser.

La crisis económica y sus réplicas institucionales, políticas y sociales han puesto en colapso a los partidos de Gobierno cuyas estructuras oligárquicas impuestas por el sistema son incapaces de aventar otra solución que no sea restaurar los mantras de una realidad que ya no existe. En el caso del partido socialista, reinventado un consenso imposible ante la desafección de la ciudadanía y una lampedusiana propuesta de renovación que no es otra cosa sino la rotación de sus inamovibles cuadros más atentos a sus estatus personales que a las demandas de la militancia y la ciudadanía.