jueves. 28.03.2024

El Ministerio de Asuntos Exteriores existe

El Consejo de Ministros del viernes uno de marzo nos trajo la buena noticia de que el Ministerio de Asuntos Exteriores (MAE) no había desaparecido.

El Consejo de Ministros del viernes uno de marzo nos trajo la buena noticia de que el Ministerio de Asuntos Exteriores (MAE) no había desaparecido. Hasta ese día yo había creído que tal Ministerio sólo existía en la imaginación erótica de Luis María Anson y que sus restos formaban parte del “comando de despistes y cortinas de humo” que usa Rajoy para cohesionar a su electorado en los momentos más críticos.

Me explico: al menos en dos ocasiones, 6 de septiembre y 13 diciembre 2012 en El Mundo, el ex director de ABC habría utilizado la misma sexista metáfora para referirse a la política exterior española: “ZAPATERO navegó por las aguas de la política internacional en una piragua: Trinidad Jiménez. Rajoy las surca en un acorazado: José Manuel García-Margallo”.

Ignoro en donde basa tan estupenda información. Por el contrario, creo que si alguna vez García-Margallo pretendió ser tal acorazado, éste quedó tocado y hundido tras los sucesivos reveses que en tan solo un año ha sufrido la diplomacia patria. Me refiero a la renacionalización de YPF en Argentina, la nacionalización de Red Eléctrica Española en Bolivia o la sustitución del representante español en el BCE por el colega de Luxemburgo, un paraíso fiscal. Ni en América Latina ni en Europa pintamos nada.

Esta desaparición sólo se ha visto truncada cuando Rajoy ha necesitado reagrupar a los suyos, desmotivados por tanta mentira y tanta promesa incumplida, desempolvando el rancio “¡Gibraltar español!”.

Y, mira por donde, el pasado 1 de marzo, el MAE reaparece con un documento de consumo interno: el Anteproyecto de Ley de Acción Exterior y Servicio Exterior del Estado. Un documento que responde a la vieja aspiración de los funcionarios de élite del MAE de colocar toda la acción española en el exterior bajo su control, una aspiración que en el pasado saltó llamativamente a la opinión pública en torno a las querellas y querencias que suscitaba, y suscita, el Instituto Cervantes.

Bonapartista o leninista, la propuesta del MAE no parece ofrecer nada sugerente para la actuación práctica y, bajo el eufemístico rótulo de “dotar a la acción exterior del estado de visión estratégica y coherencia interna más allá de las políticas sectoriales” parece enmascarar el intento de encontrar nuevos nichos de empleo para sus funcionarios en un momento en que Internet está poniendo en cuestión, también, la diplomacia tal y como se entendía en el siglo XIX.

Pero de eso no habla el Anteproyecto. ¿Qué informaciones especiales o distintas se consiguen hoy sobre el terreno que no se puedan encontrar en la red? ¿Justifica esa información el gasto que ocasionan?

Mi experiencia en una embajada pequeña me dice que no. En Ucrania. la crisis económica no se ha notado a nivel de empleo español: el MAE ha recortado dos empleos de personal local, que ganan 700 dólares al mes, y ha traído un nuevo diplomático que gana 10 veces más que los dos puestos suprimidos. Con el agravante de que, por regla general, los diplomáticos desconocen el ruso o el ucraniano y dependen del personal local para cualquier gestión o comunicación.

En ausencia de un Consejero de Cultura, de Turismo o de un representante del Instituto Cervantes la labor más productiva de nuestra representación se dedica a la promoción del español, de nuestra cultura y del turismo, promoción que, sin embargo, choca muchas veces con la restrictiva política de visados.

La actividad política, propiamente dicha, depende de los contactos con otras embajadas o con la oficina de la Comisión Europea. Los innumerables informes que se envían a Madrid suelen ser copia de artículos de prensa seleccionados y traducidos por el personal local y de su inanidad ya ha dado cuenta el wikileaks. Nada que no pudiesen hacer analistas y traductores trabajando desde Madrid u online, ahorrándose así un dineral en indemnizaciones de residencia.

Por otro lado, ninguna evidencia empírica avala la idea del Anteproyecto de que poner toda la acción exterior bajo el control de los embajadores suponga un beneficio para la llamada imagen-país (o marca España).

Al contrario se pueden presentar algunos ejemplos que abundan en el famoso refrán: “zapatero a tus zapatos”.

Así, cuando el pasado noviembre saltaba a los medios de comunicación el falso acuerdo Gas Natural-Gobierno de Ucrania como si fuese la obra de un pícaro contemporáneo timando nada menos que a un gobierno, ningún medio se percató del papel del Ministerio de Asuntos Exteriores español y el ridículo hecho por nuestro embajador.

Porque si el falso acuerdo no parece sospechoso a las autoridades ucranianas es porque los representantes diplomáticos españoles están presentes en varios momentos del proceso y el mismísimo embajador español respalda el acuerdo con su presencia en el televisado acto de la firma.

Este sí que es un buen fiasco para la marca España entre los países exsoviéticos donde Putin y compañía aún andan riéndose del pobre intento de Ucrania de independizarse energéticamente.

Por último, pero no menos importante, el Anteproyecto tampoco parece ser consciente de cómo la lejanía del servicio exterior dificulta el control democrático de su actividad y, por tanto, las reformas deben empezar por una mayor transparencia financiera, que dificulte el uso irregular o discrecional de los fondos y recursos asignados, y por un marco estable y democrático de relaciones laborales que termine con la libre designación de los funcionarios en funciones no diplomáticas y permita de una vez las elecciones sindicales del personal local para poner coto al caciquismo y el nepotismo.

El Ministerio de Asuntos Exteriores existe