jueves. 28.03.2024

Del Proceso 1001 a los abogados de Atocha

El 24 de Enero de 2013, como todos los años, la Fundación Abogados de Atocha, concedió sus premios anuales a los sindicalistas encausados en el Proceso 1001.

El 24 de Enero de 2013, como todos los años, la Fundación Abogados de Atocha, concedió sus premios anuales a los sindicalistas encausados en el Proceso 1001. Se han cumplido el año pasado, los 40 años del momento de su detención por la policía franquista y se cumplen en diciembre los 40 años del inicio de su juicio ante el Tribunal de Orden Público, esa jurisdicción especial creada por el régimen para perseguir todo atisbo de reivindicación democrática.

El 20 de Diciembre de 1973 yo tenía 16 años. Trabajaba por las mañanas y estudiaba por las tardes, como tantos jóvenes de familias obreras en aquella época. Aquel día Madrid vivió conmocionado la noticia de la muerte del entonces Presidente del Gobierno franquista, el almirante Carrero Blanco. Esa misma mañana comenzaba el juicio de los dirigentes de CCOO, detenidos el 24 de Junio de 1972 en el convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón.

Uno de los resultados del asesinato de Carrero fue que la condena fue rápida y brutal para los diez de Carabanchel, oscilando entre los 20 años para Marcelino Camacho, o Eduardo Saborido, los 19 para Nicolás Sartorius o Francisco García Salve a los 12 para los que fueron condenados a menos años de cárcel. Y ello, pese a las manifestaciones de solidaridad llegadas desde todos los lugares del planeta, ante un proceso 1001, en el que no se juzgaban actos de violencia, sino la libertad sindical que es imposible sin libertad política. Sin democracia.

En la noche del 24 de Enero de 1977 eran asesinados los Abogados de Atocha. Me pilló con 19 años y haciendo la mili. El servicio militar obligatorio ha pasado a la historia, pero en aquellos días suponía abandonar lo que estuvieras haciendo para trasladarte a cualquier provincia que te tocara en el sorteo. Era algo que no podía permitirme, porque mis estudios eran una sangría difícilmente costeable para mis padres. Por eso me presenté voluntario. Más meses de mili, pero en mi provincia. No podía trabajar, pero sí seguir estudiando por las tardes.

Una mili accidentada, por cierto, en la que me tocó vivir de cerca la llegada de los cadáveres de los soldados muertos en la oscura guerra contra el Frente Polisario en el Sahara. La muerte lenta del general Franco y su entierro en el Valle de los Caídos. La Marcha Verde.Las huelgas en los transportes públicos, que se intentaban resolver con la militarización de los mismos. Lo de la negociación o imposición de servicios mínimos es historia reciente. Los frecuentes acuartelamientos de tropas.

No pude asistir al entierro de los Abogados. Los soldaditos quedamos acuartelados en previsión de cualquier disturbio que pudiera producirse. No hubo caso. El entierro fue una demostración de dolor, rabia contenida, manifestación ordenada, fuerza de la razón frente a la barbarie. Pero ni un sólo incidente. La sangre de los Abogados abría irremisiblemente, sin vuelta atrás posible, las puertas de la democracia para todos y todas los españoles.

El 10 de Junio del año 2003, 26 años después del asesinato de los de Atocha, casi 25 años después de aprobada la Constitución Española, inauguramos el Monumento dedicado a los Abogados de Atocha en la Plaza de Antón Martín. Una escultura realizada por Juan Genovés, recuperando el cuadro El Abrazo, que había simbolizado la lucha por la Amnistía y la Libertad en España. Un cuadro que sigue arrinconado en los almacenes del Museo Reina Sofía, del cual es sacado en contadas ocasiones, para ser mostrado en exposiciones temporales.

Una inauguración accidentada. Habíamos elegido la fecha antes de que, tras celebrarse las elecciones autonómicas y municipales, se convocara para ese mismo día, el Pleno de la Asamblea de Madrid, que debía elegir al Presidente Rafael Simancas, con el apoyo de los votos del Partido Socialista y de Izquierda Unida. Por eso retrasamos la inauguración hasta las 13´30, con la idea de poder asistir al acontecimiento político del día.

Las abstenciones de los diputados socialistas Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, cuyos motivos permanecen sin esclarecer, impidieron la elección y abrieron un turbio proceso que dio lugar a una nueva convocatoria electoral que permitió el triunfo de Esperanza Aguirre.

Cuando regresábamos conmocionados desde la Asamblea de Vallecas a la Plaza de Antón Martín, sufrimos un accidente de tráfico y llegamos apurados, a bordo de un taxi, a Antón Martín. El nuevo alcalde de Madrid era Alberto Ruiz Gallardón, pero fue el alcalde saliente, Alvarez del Manzano, el encargado de inaugurar el monumento que recuerda a los Abogados de Atocha en la Plaza cercana al despacho de la calle Atocha, 55, donde fueron asesinados por una banda fascista.

Tengo para mí que la memoria no es un baúl que se almacena en el sótano de nuestro pasado. En términos flamencos, la memoria es hondura, quejío, duende. En términos de fado, la memoria es saudade. Y la saudade viene a ser algo así como hondura, duende, quejío del futuro. A fin de cuentas somos poco más que instantes que unen lo que será con lo que fue.

Por eso, en el instante de ahora, parece justo que los jóvenes que luchaban por la libertad, la democracia y los derechos, organizando las Comisiones Obreras, queden unidos para siempre con los jóvenes que les defendían ante los tribunales, en sus luchas cotidianas en las empresas y los barrios.

No podemos entender que la juventud, la libertad, la democracia y el derecho, se vean manchados por pintura roja y gualda, como la que embadurnó las placas conmemorativas de los Abogados de Atocha en Madrid. Una pintada en una placa se puede limpiar. El huevo de la serpiente fascista, caragada de rabia y odio, que se instala en algunos corazones, es mucho más difícil de erradicar.

Pese a ello, pese a ellos, el ciclo de la memoria no se cierra. Arrancarán hojas de sus ramas. Cortarán ramas. Llenarán de hachazos su tronco. Pero la memoria seguirá ahí. Refugiada en las raíces, esperando mejores tiempos.

Quiero terminar, rindiendo homenaje a los del 1001, como lo hace Alejandro Ruiz Huerta con los de Atocha. De la misma manera en que siempre lo escuché a Miguel Sarabia. Nombrándolos despaciosamente, para que todo el mundo se conmueva.

En el Proceso 1001, fueron juzgados y condenados, por luchar por la libertad sindical y la democracia en España:

Marcelino Camacho, Eduardo Saborido, Nicolás Sartorius, Francisco García Salve, Fernando Soto, Juan Muñiz Zapico, Francisco Acosta, Miguel Angel Zamora, Pedro Santisteban, Luis Fernández.

Justo en rendirles homenaje y reconocimiento. A ellos y a cuantas mujeres quedaron a merced de los duros tiempos que corrían, sosteniendo a sus familias, mientras ellos pagaban con años de cárcel el deseo unánime de libertad.

Del Proceso 1001 a los abogados de Atocha