jueves. 25.04.2024

Cúpula y Corifeo

Cualquiera que mire un diccionario verá que la primera acepción de cúpula es la llamada bóveda de media esfera. En botánica es el verticilo en el que se sujetan algunos frutos. En la Marina es la torre giratoria que tienen ciertos buques blindados. No obstante estos matices, la mayoría nos pasamos el diccionario por la piedra de la pereza arrojándonos en brazos de una más que madura, caduca, metáfora.

Cualquiera que mire un diccionario verá que la primera acepción de cúpula es la llamada bóveda de media esfera. En botánica es el verticilo en el que se sujetan algunos frutos. En la Marina es la torre giratoria que tienen ciertos buques blindados.

No obstante estos matices, la mayoría nos pasamos el diccionario por la piedra de la pereza arrojándonos en brazos de una más que madura, caduca, metáfora.

La segunda acepción define la palabra como “conjunto de los máximos dirigentes de un partido, administración, organismo o empresa”.

De este modo, nos referimos a la dirección de un grupo, a los gerifaltes de una empresa, al equipo dirigente de una compañía.

En definitiva, nos ahorramos cierto esfuerzo por llamar a las cosas por su nombre: jefes, directores, autoridades, superiores, prebostes, caporales y cabecillas.

Curioso comportamiento lingüístico social. Nos gustan tanto los jefes que, para dulcificar sus duros significantes los llamamos cúpula. Eso, sí, todavía no se ha llegado a la estupefacta situación en que alguien, buscando al director de su empresa, le diga a un compañero:

- ¿Has visto a la cúpula?

Pero todo se andará. Además cúpula rima con crápula, lo cual para insultar en plan más que cruel, no está mal.

Hay que fijarse, además, en que la comparación semiesférica se ha tomado de la que suele ser la cubierta más alta de las iglesias.

Paradójicamente, este país, en el que se alardea de cierto laicismo andante, lo hemos llenado todo de cúpulas.

No hay bicho viviente que no la tenga. La patronal, los transportistas, los sindicatos, los banqueros, los militares, los partidos, los empresarios, la mafia, y, por supuesto, ETA.

Lo cachondo del asunto es que, cuando en Madrid se reúne la jerarquía católica, nadie habla de cúpula de la Iglesia, sino de la Conferencia Episcopal. Para una vez que el burro iba bien encaminado hacia el pesebre de la analogía semántica…

Junto con la palabra cúpula aparece la de corifeos. La puso de moda el ministro socialista Corcuera, el ministro “chispas”. Una de sus frases más comunes consistía en decir que “los habituales corifeos de ETA se callarán como muertos ante el nuevo atentado”.

Corcuera, como todos los periodistas y políticos que siguen usando corifeos lo hacen para designar a los partidarios o seguidores de alguien. Pero corifeo no es un seguidor de nadie, sino “el que es seguido de otros como jefe, en una opinión, secta o partido”. En el teatro de Grecia y Roma se llamaba corifeo al director del coro.

Con lo bonita que es la palabra secuaz. Cumple, además, idéntica finalidad ya que su uso tiene sentido peyorativo. Y aviso para navegantes: el término secuaces tampoco lo contempla el Diccionario de la Real Academia Española. Pero, por supuesto, en los periódicos y en las radios hay secuaces para todos los disgustos.

En la actualidad, y mientras no se demuestre lo contrario, el único corifeo del PP, al menos es lo que se dice, es Rajoy aunque ya hay quien asegura que se llama Merkel y su prima de Riesgo.

Para terminar, diré que, con toda probabilidad, será el Parlamento la fuente maligna por excelencia de donde nacen, crecen, se desarrollan –y casi nunca mueren-, todos los dislates lingüísticos que nos invaden.

Cúpula y Corifeo