jueves. 18.04.2024

Cultura, motor de la innovación

Por estas fechas aparecen un buen número de publicaciones y documentos de análisis sobre la evolución de la innovación en el mundo, en Europa y, finalmente hacia el mes de mayo con el informe de la fundación Cotec, en España.

Por estas fechas aparecen un buen número de publicaciones y documentos de análisis sobre la evolución de la innovación en el mundo, en Europa y, finalmente hacia el mes de mayo con el informe de la fundación Cotec, en España.

Lo que esos documentos reflejan de manera general no deja lugar a dudas, pues año tras año y sea tomada la fuente que se desee tomar (no todas utilizan la misma metodología de evaluación), la imagen es esclarecedora. España realiza esfuerzos considerables, pero arrastra unas deficiencias que dada su persistencia habrían de ser tomadas por endémicas. Los parámetros más ortodoxos sobre inversión pública, número de investigadores, publicaciones y personal cualificado contratado, siendo mejorables, no presentan una deficiencia descalificante para nuestro modelo.

En cambio los parámetros que medirían el efecto del esfuerzo realizado en I+D+i, grosso modo, dejan mucho que desear. En particular la inversión privada y la obtención de patentes u otras licencias sobre el uso mercantil de los avances del conocimiento. Podríamos decir que somos “fuertes” en la producción de conocimiento, pero débiles o  incapaces de transformar el esfuerzo de investigación básica en valor añadido.

Este es un hecho conocido y aceptado, pero creo que no del todo explicado con la suficiente lucidez como para disponer de un modelo alternativo de Innovación capaz de generar los rendimientos que todos desearíamos. Para que el conocimiento y los avances en investigación básica se transformen en riqueza es necesaria una mayor implicación social en el propio proceso que liga descubrimiento con aplicación productiva. Esa falta de ligazón entre generación de conocimientos y aplicación queda reflejada sobre todo en los bajos índices de participación de la iniciativa privada en I+D+i.

Pero hay algo más que falta de confianza o escasa tradición inversora en la innovación por parte de la empresa española. La muy contrastada desafección es una cuestión más de fondo, sistémica. Probablemente es una cuestión que tiene como referente la propia revisión del concepto de Innovación. Mientras, como parece ocurrir en nuestro modelo formal de innovación, ésta es una especie de carrera en pos de los artilugios tecnológicos más sofisticados, el proceso de avance de conocimientos en España ha estado tradicionalmente más ligado a los avances culturales que a los técnico-tecnológicos. España es un país reconocido por su producción cultural que va de Cervantes a Picasso, pasando por Velásquez, Goya, Lorca,  Dalí, Falla… Adriá, Almodóvar o Jose Hierro. Hasta su estilo jugando fútbol se relaciona con el temple y el virtuosismo. En realidad no hay un solo periodo de la historia de la cultura occidental que no esté protagonizado por uno o varios españoles.

¿Y es ello una desventaja? No en mi opinión si se saben aprovechar los factores positivos de nuestra peculiaridad tradicional, pues innovar no es (sólo) conseguir el desarrollo tecnológico más diferenciador, si no ser capaces de poner en marcha una estrategia, que se considera de éxito, y desarrollarla a partir de lo factores que componen nuestra fortaleza

¿Deberíamos convertir la cultura en motor de Innovación? Desde luego que sí. Sin renunciar a las aportaciones de la técnica y la ingeniería, donde somos poco competitivos, deberíamos situar la producción cultural en el centro de nuestro proceso innovador, y ello por razones que merecen ser al menos apuntadas.

1.- Somos muy buenos produciendo cultura, es un factor endógeno y disponeos de escuelas, técnicas, tradiciones y personas.

2.- Competir en el campo de la ingeniería nos retarda, pues no disponemos de capital suficiente, escuelas o tradición. El campo de la tecnología pura nos resulta un factor  exógeno, un cuerpo extraño para hacer crecer sobre ello un modelo de transformación económica.

3.- Innovar no es convertir nuestra vida en un basurero electrónico, es transformar nuestra forma de vivir. Internet y la revolución digital es una innovación en la forma de comunicarnos, ese es su factor de innovación aunque arrastra una miríada de aparatos, manufacturados en China, para hacerlo incluso cunado no tenemos nada que decir o comunicar.

4.- Innovar es ser capaces de producir abstracciones susceptibles de ser convertidas en formas reales de vida. Y en esto el arte y la cultura son los vehículos que siempre ha utilizado la humanidad para avanzar.

Mientras de manera general no seamos capaces de comprender el valor de la cultura más allá del entretenimiento cultivador, no avanzaremos en nuestro modelo de modernización que llamamos innovación. Potenciar el arte y la cultura como sustratos de este proceso histórico es responsabilidad de todos, pero acabar con la poca ayuda prestada desde el gobierno, no parece que vaya en esa dirección.       

Cultura, motor de la innovación