viernes. 26.04.2024

Construyamos la alternativa

Estamos inmersos en una crisis múltiple y la de las instituciones políticas no es la de menor calado: legalidad y legitimidad no coinciden.

A estas alturas de la legislatura ya no cabe ninguna duda de lo letal que es la política del PP. Su liberalismo económico destruye empleo, está desmantelando el Estado del Bienestar, incrementando las desigualdades, llevando a cientos de miles de personas a la pobreza, debilitando la vida parlamentaria y la democracia, recortando libertades… Para colmo se permiten el lujo de criminalizar a ciertos colectivos sociales, Montoro amenaza a otros con supuestas irregularidades con Hacienda y tienen la desfachatez de hablar de transparencia después de más tres meses sin que Rajoy compadezca ante los medios de comunicación.

Tanta soberbia no deriva (al menos no solo) del resultado electoral, los dirigentes populares saben que no tienen oposición. El PSOE está totalmente desorientado, sin acertar en la estrategia a seguir. Como dicen algunos dirigentes son conscientes de que algo tienen que hacer pero no saben qué y lo que es más grave, como ha demostrado la última reestructuración impulsada por Rubalcaba, siguen buscado la solución en el baúl de las viejas recetas, sin ser conscientes de que éstas no sirven para los nuevos problemas.

Algo similar pasa en la mayoría de los partidos, sindicatos y organizaciones sociales: se analizan los hechos con esquemas desfasados, con parámetros que ya no sirven. Por acción u omisión las organizaciones tradicionales tenemos alguna responsabilidad en lo que está sucediendo, mucha gente lo percibe así y no cesa de hacernos llegar, de múltiples maneras, su descontento, la desconfianza en lo que representamos.

Estamos inmersos en una crisis múltiple y la de las instituciones políticas no es la de menor calado: legalidad y legitimidad no coinciden. No se puede entender a una sociedad que desconfía de las instituciones instalados en los esquemas de la Transición y teniendo a la mayoría de los dirigentes -teóricamente los mejores- volcados en el trabajo institucional. Las instituciones han dejado de ser el centro de la vida política, nada de lo que se dice o se hace en este ámbito está sirviendo de referencia para buena parte de la ciudadanía, y mucho menos de alivio a sus graves problemas.

Recuperar el respeto de la gente requiere cambios importantes. Incluso las organizaciones que han analizado autocríticamente su trayectoria de los últimos años, están corrigiendo errores y se plantean nuevas formas de relación con la sociedad (las conclusiones del último congreso de Comisiones Obreras apuntan en esa dirección) lo  van a tener complicado, es necesario un cambio cultural y son muchas las inercias y los vicios enquistados. Ardua tarea, que debe pasar a ser una de las prioridades y requiere el compromiso no solo de la dirección, sino de todos los militantes convencidos de la necesidad del cambio.

Si en el plano de las organizaciones tradicionales no aparece ninguna amenaza a medio plazo para los intereses del PP, tampoco las que podíamos considerar plataformas alternativas están logrando mejores resultados. Es cierto que han conseguido importantes movilizaciones, han supuesto un revulsivo en una sociedad medio adormecida y han logrado algún objetivo (como los de la PAH, puede que reducidos en cantidad pero importantísimos para las personas que no se ven en la calle), pero los nuevos movimientos no han cuajado en una alternativa que pueda preocupar al Gobierno.

El 15-M, lejos de convertirse en un referente general, se ha diluido en numerosas plataformas o mareas sectoriales con considerable capacidad de movilización, pero con objetivos muy específicos. Tampoco han servido como ámbito unitario,  además de los sindicatos, colegios profesionales, asociaciones y mareas diferentes, están apareciendo nuevas propuestas organizativas. La proliferación de mareas, movilizaciones sectoriales y la falta de coordinación pueden acabar ahogándonos.

Sin esa alternativa, profundamente renovadora pero capaz de aglutinar en torno a ella una mayoría social y de definir objetivos alcanzables a corto plazo, el Gobierno va a reducir las movilizaciones a un problema de orden público, con lo que no tiene más que aislarlo socialmente y esperar a que se vaya diluyendo. Y eso de esperar, a Rajoy se le da bastante bien.

Es difícil atender las demandas cotidianas y, a la vez, diseñar estrategias que permitan confluir en espacios comunes de intervención a las diferentes fuerzas de izquierdas y progresista. Pero eso es lo que toca en estos momentos, continuar cada uno por su lado, con escasa coordinación y excesivo sectarismo no conduce a nada.

En el ámbito social no se parte de cero, se ha avanzado tanto a nivel sindical como social (con 150 entidades en la Cumbre Social) pero es insuficiente, quedan numerosas plataformas no integradas en la Cumbre que siguen desconfiando de este tipo de estructuras, viéndolas como representantes de la política tradicional que quieren desterrar.

Más complicado aparece el panorama en la esfera política, en la que los partidos de izquierda o centro izquierda encuentran verdaderas dificultades para entender lo que pasa y adecuar su manera de hacer política a las demandas razonables de los nuevos movimientos: desde los programas a las relaciones con la ciudadanía pasando por la selección de cuadros y dirigentes. Predomina la actitud de encajar, aunque sea a martillazos, las nuevas reivindicaciones en los esquemas preconcebidos, incluso concluyendo que las movilizaciones vienen a ser un apoyo a sus postulados, cuando lo que hay que hacer es revisar críticamente todo (relaciones con la Iglesia, forma de Estado, ley electoral…), aunque no todo sea descartable.

Las contradicciones entre lo “viejo” y lo “nuevo” no pueden resolverse con la eliminación de una de las partes. Es un buen momento para dar un vuelco a los esquemas obsoletos empujando tanto desde fuera como desde dentro de las organizaciones clásicas, de dejar la prepotencia, la desconfianza, los localismos y el sectarismo y dar paso al tendido de puentes que permita, en el corto plazo, hacer frente a la involución del PP con mayores garantías de éxito.

Después hay que buscar puntos de acuerdo para elaborar una plataforma que contemple los ejes principales de lo que debe ser una refundación de nuestro sistema democrático y el diseño de un Estado Social respetuoso con la diversidad y el medio ambiente, una alternativa que permita recuperar la ilusión de la ciudadanía. En estos momentos no se dan las condiciones de un nuevo pacto constitucional que satisfaga estas demandas, el PP está en las antípodas, pero si no se trabaja en esa dirección nunca será posible. Los objetivos de la izquierda (incluida la socialdemocracia) no pueden estar condicionados permanentemente por los pactos de la Transición, menos cuando buena parte de la ciudadanía, por unas causas u otras, los está poniendo en cuestión.

Construyamos la alternativa