jueves. 28.03.2024

Ciencia amenazada

Nuestra Ciencia está severamente amenazada. Y lo cierto es que, con ello, nos jugamos demasiado como para dejarlo en manos inexpertas...

Desde siempre la investigación ha consistido en estudiar aquello que suscita la curiosidad de unas personas que llamamos investigadores. La libertad en la elección de los temas no es un signo de independencia, arrogancia o suficiencia de los investigadores. Casi siempre esconde las auténticas capacidades que inclinan hacia aquellos temas y cuestiones en los que su conocimiento, intuición o estrategia le anticipa su aportación. Esto no implica, necesariamente, la reflexión sobre las aplicaciones o alcance de los resultados previsibles, cuando los haya. Los ejemplos que ratifican esta valoración son muy abundantes en la literatura científica. Los descubrimientos científicos no se pueden planear. No es lo mismo un descubrimiento científico que la resolución de un problema, para el que se dispone de la Ciencia suficiente y solamente hay que generar la tecnología. En la vida corriente, esto se confunde con demasiada frecuencia.

Hace poco en la revista Angewandte, John Meurig Thomas, publicaba un artículo titulado Intellectual Freedom in Academic Scientific Research under Threat.  Ponía como ejemplo a Maxwell, fascinado por los descubrimientos de Faraday, en especial que la luz se podía manipular mediante un campo magnético. Maxwell escribió un tratado sobre las líneas de fuerza de Faraday, siendo becario en el Trinity College de Cambridge. Aquí estableció las bases matemáticas del electromagnetismo, que suponen a la luz con una componente eléctrica y otra magnética, para explicar la transmisión y recepción de las radioondas. Es relevante destacar que las leyes de Newton eran incapaces para explicar el fenómeno. La sugerencia de Faraday permitió descubrir la inducción electromagnética, base de las dinamos, transformadores y de los procedimientos de generación eléctrica que hoy se emplean en el mundo entero.

Hay otros ejemplos como la aportación de Dirac en 1920, estimulados por los trabajos de Heisemberg y que en 1927 propiciaron la proposición de existencia del positrón. Hoy está presente en las tomografías de emisión de positrones, frecuentes en los hospitales. Los rayos X de Röntgen derivaron de una casualidad, mientras experimentaba con los tubos de Hittorff-Crookes y la bobina de Ruhmkorff estudiando la fluorescencia violeta que producían los rayos catódicos. Las descargas que realizó Crookes, que también resultaron sugerentes para Tesla, pero Röntgen fue el que descubrió los llamados rayos X, al comprobar que eran unos rayos generados al chocar los rayos canales contra determinados materiales. Entre otros, recibió el premio Nobel de Física en 1901.

Hay muchos otros descubrimientos que siguen este patrón y que evidencian que los investigadores científicos no actúan con un patrón que proviene de una planificación detallada, sino que, apoyados en la estimulación que supone una aportación científica y buscando otros detalles, alternativas o fenómenos que se puedan justificar a partir de hallazgos anteriores, recorren nuevos itinerarios sugerentes y surgidos a la luz del ámbito en el que se desenvuelven. Todas las grandes aportaciones provienen de gentes excepcionales que han sabido escudriñar, donde los demás no eran capaces de ver. Para ello hay que estar, como diría el célebre estadístico Fisher: la fortuna, el azar, te tiene que coger trabajando.

La crisis ha puesto en evidencia las tendencias irresistibles por parte del gobierno actual a suprimir todo aquello que o no entiende o no parece producir un rédito inmediato. El mundo científico no solo está en crisis, por ello, sino que está severamente amenazado. Todo parece concitar una acción asumida de que solamente las cuestiones de tipo práctico son las únicas que hay que atender y apoyar económicamente. Las restricciones que se han ido imponiendo, han resultado asumidas por una parte de los denominados investigadores, enarbolando la bandera de la competencia de los grupos de investigación, difícilmente objetivable, no disponiendo de ningún Nobel acreditado todavía, que se sepa. En otros casos, se pretende anteponer como criterio de financiación la rentabilidad económica potencialmente aportada. El inconveniente es que, raramente se puede valorar cómo adquiere valor económico el conocimiento de la Naturaleza, o la Física y Química de la naturaleza humana y sobre todo, cuando adquiere valor económico, si lo hace.

En cambio, nuestros gobiernos, nacional y autonómicos, prefieren optar por lo que nominalmente parece tener aplicación inmediata: energía, nuevos materiales, fuentes renovables, mejores sistemas fotovoltaicos, catálisis, productos biotecnológicos, acumulación de energía, en crisis demasiado tiempo y etapa limitante de buena parte de los descubrimientos recientes, y pocas cosas más. Probablemente, muy por encima de la resolución de estos y otros problemas parecidos, debiera preocuparnos que los que llegan a estudiar estos problemas, estén encauzados desde la secundaria, con la solvencia que requiere un sistema de Ciencia y Tecnología moderno, competitivo y ambicioso. En cambio, no parece preocupar a nuestras autoridades la excelencia de la preparación, de la enseñanza, la creatividad, sino únicamente el dinero invertido. Cuando todo se intenta ver y analizar como lo hacen las empresas, haciendo énfasis en la generación de recursos para ello y la inmediata rentabilidad, las instituciones dedicadas, potencialmente, al descubrimiento, se convierten en mediocres, al igual que los propios investigadores que, para defender su propia adquisición de recursos, son capaces de justificarlo todo, desde una excelencia, pésimamente mal entendida.

Es más, para la resolución de problemas de tipo práctico, es importante la interacción de empresas, Universidades o centros de investigación. Pero no es la única forma. La actividad empresarial solamente conoce de rentabilidad inmediata. La rentabilidad futura, le interesa algo, pero la importante es la actual. Muchos empresarios contradicen esto, pero con la misma boquita que dicen despreciar las subvenciones y luego “sufren lo indecible” cuando las disfrutan. Pero a lo que no pueden hacer caso omiso, es a disponer de gente preparada, capaz de resolver los problemas, es decir, cuando se presenten, solventarlos. Y ¿qué le puede costar a una Universidad o a una institución de investigación, prestar de su plantilla a gentes capaces de resolverlos? Ciertamente, los Consejos Sociales de las Universidades no han servido para mucho, salvo colocando a gente desoficiada al frente de los mismos. Hay que reinventar las instituciones nexo, incluso de forma directa. En cualquier caso, sería gente dedicada intelectual y libremente a la investigación de los problemas que les preocupan, atraen su curiosidad o les atraen. Así ha avanzado la Ciencia, desde siempre. Y recordemos que hemos llegado hasta donde estamos, mientras que de otras formas de actuación, todavía no se conocen los logros. Es posible suscitar estrategias modernizadas sobre como hacer acompañar a aquellas personas formadas, investigadores genuinos del sistema, para dar un paso y situarlas rodeadas, hábilmente, por jóvenes valores que intercambiarán ideas con aquéllos. La libertad intelectual es muy fructífera y fértil. Violentar este modo pudiera resultar irreversible. Nuestra Ciencia está severamente amenazada, desde fuera y desde dentro mismo. Y lo cierto es que, con ello, nos jugamos demasiado como para dejarlo en manos inexpertas y/o mediocres.

Ciencia amenazada