jueves. 28.03.2024

¿Quién vive? El último que escribe

Más que difícil, resulta incomprensible limitarse a ser espectador; es posible serlo en muchas cosas, incluso en la vida; los hay que lo logran, pero resulta inconveniente permanecer ajeno en muchas esferas, como para que otros hagan por ti y en tu nombre lo que tú ni aceptarías ni harías nunca.

Más que difícil, resulta incomprensible limitarse a ser espectador; es posible serlo en muchas cosas, incluso en la vida; los hay que lo logran, pero resulta inconveniente permanecer ajeno en muchas esferas, como para que otros hagan por ti y en tu nombre lo que tú ni aceptarías ni harías nunca. La pasividad del espectador, la supone el autor que le dirige su obra o construcción para que la aprecie aquél, de forma que es la voluntad de éste la que impera. En Arte puede darse la circunstancia, cuando la diferencia entre uno y otro haga al espectador admirar lo que de excelente le muestra o exhibe la obra del autor. Pero en la vida, limitarse a jugar el papel de espectador tiene efectos secundarios, dado que el autor suele pretender la incidencia en el espectador, de quien ha requerido su apoyo, cuando se trata de política, para lograr una posición de privilegio, que a continuación puede suponerle una aquiescencia incondicional a unas iniciativas que vienen a recaer en el que entregó inconsciente su voluntad, violentando sus propios intereses

D. Vicente Naharro, autor del Arte de enseñar a escribir cursivo y liberal, publicado en 1820 por la Imprenta de Vega y Compañía, en Madrid, inicia su obra con un párrafo del siguiente tenor: “El que estudia las artes en la Naturaleza, camina en medio del día; el que las estudia en la opinión anda en tinieblas. Así caminan todos los que no discurren ni aprenden por sí mismos, dejándose llevar de la opinión; porque menos cuesta dejarse arrastrar de la rutina, que meditar un instante”. Y continúa aclarando, “No es eso de maravillar, porque esta preocupación es tan común, que aún en otras materias más delicadas y de mayor interés, hay sujetos instruidos en general, muy atrasados en ellas, y aún preocupados por no quererse tomar el trabajo de examinarlas por sí mismos”.

Naturalmente, las preocupaciones en 1820 no son las mismas que las de hoy día. Las tecnologías nos han hecho avanzar notablemente en todos los campos, pero los problemas de fondo pueden ser coincidentes. Parece ser un principio general el asociado al hecho de que todo aquello que uno mismo no factura, sino que se apropia, nunca llega a formar parte de uno mismo. Nuestro autor de referencia hoy, incluía las consideraciones que hemos consignado en la introducción de un libro destinado a enseñar el arte de la caligrafía, buceando después en los detalles, hasta en la construcción de las plumas para escribir: de buitre, ganso, pavo, cigüeña, etc, o reflexionando sobre las características del holandé (tratamiento de la pluma) y, por supuesto, analizando los componentes requeridos para obtener una buena tinta. No recomendaba ni aceptaba limitarse a adquirir la pluma y la tinta, solo por tener recursos para ello. Ya entreveía la apropiación indebida de conocimiento ajeno, al soslayar los elementos relevantes de un arte, lo que devenía en apropiación ignorante que debilitaba e imposibilitaba la maestría que la técnica requería. El siguiente párrafo ilustra la referencia: ”Es preciso estar libre de pasiones para que no nos descarríen nuestros métodos; porque de lo contrario no encontraremos la verdad. El que se entrega sin examen a la opinión ajena, camina a oscuras, y nunca podrá decir yo sé, yo enseño por mi solo esto, porque poseo y soy dueño de este arte, de este conocimiento, y se enmendar los defectos que cometan mis discípulos, y conducirlos por el camino recto. Esto sería saber ciertamente, pero esto pocos lo podrán decir.

Hoy hay motivos sobrados para reflexionar sobre este planteamiento y no sólo asociado a aspectos de avance técnico, que también. Probablemente, el carácter más definitorio de finales del siglo pasado y lo que llevamos de éste, sumergidos en la denominada era de la información y las comunicaciones, sea la apropiación indebida e ignorante de conocimiento. Usamos los medios tecnológicos, sin conocer no ya su intimidad, sino sus más elementales componentes y mecanismos, de forma que poco podemos salirnos de los usos convencionales y pautados. Pero en la vida, en especial en la esfera política, el resultado puede ser dramático: nada de lo que nos ocurre hoy, es ajeno a la voluntad de quienes lograron la mayoría absoluta más lacerante del contemporáneo periodo democrático. La pasividad del electorado, su carácter espectador, con lo que conlleva de concomitancia ignorante, respaldó lo que hoy detesta abiertamente, que son pura consecuencia de su decisión. El acto de la votación en unas elecciones no puede, de ninguna forma, ser un acto inconsciente, por cuanto, como diríamos castizamente, El que tiene poco chocolate es preciso que llene la jícara de espuma y esto es lo que manejan con soltura los políticos cangrejo, que con adornos y garambainas deslumbran a quienes se conducen como necios que se dejan embaucar. No nos conducen hacia adelante, sino que nos hacen retroceder.

La gracia, en estos casos, reside en que el que percibe la propuesta, obra o construcción, lejos de ser espectador, no se sujete a lo que esperaba el autor, sino a lo que reflexivamente concluya. Eso exige esfuerzo personal, para disponer del conocimiento preciso para enjuiciar equilibradamente y ponderar las propuestas que le ofrecen. Errores como los cometidos la última vez, no deberían repetirse. Y, desde luego, no todos los políticos son iguales, ¡ni mucho menos!, a la vista están los resultados. Y, a la postre, lo único que puede importar a la ciudadanía es sobrevivir, poder responder con propiedad al estilo de Feijoo: ¿quién vive? el ultimo que escribe, por sentirse acertado en la opción elegida, de forma que puede contarlo.

Cuando se escribía a pluma (de ave), había autores que preferían las del ala derecha del ave, porque “sienta mejor a los dedos”, pero un examen reflexivo, conducía a la pluma del ala izquierda, “porque las aves llevan en las plumas de sus alas el pelo hacia atrás, y el pelo corto hacia adelante, por estar más comprimido por el aire, por esa razón la pluma que puesta en la mano derecha en el acto de escribir tiene el pelo largo hacia afuera, puesta en la mano izquierda en la posición en la que la llevan las aves, tendrá el pelo largo hacia atrás, y por consiguiente en el ala izquierda”. La reflexión puede llevarnos a cambiar de opinión, y sobre todo a hacer nuestra la respuesta, porque propiciamos los resultados. Esto es incomparablemente más satisfactorio que permanecer en el estatus de espectador, ya que nos confina en una posición racionalmente incómoda, como apuntaría Naharro: todo ello es porque se tiene por más valor creer que examinar, como si todo se tratara de actos de fe.

¿Quién vive? El último que escribe