¿Puede existir un socialismo sin utopía?

El poeta Fernando Villalón vendió unas excelentes tierras de su propiedad para comprar otras improductivas en la desembocadura del Guadalquivir donde pretendía...

El poeta Fernando Villalón vendió unas excelentes tierras de su propiedad para comprar otras improductivas en la desembocadura del Guadalquivir donde pretendía capturar nereidas, hermosas mujeres de la mitología griega, hijas del dios Nereo, de una de las cuales, Galatea, se enamoró vanamente el cíclope. Siempre el alimento de la utopía es mucho más nutritivo que la rapiña del dinero, del que León Bloy contaba que no existía más en el mundo que las treinta monedas que Judas cobró por entregar a Jesucristo y sus réditos desde entonces. Una sociedad sin utopías siempre acaba como cuando el rey Lear entra en escena con Cordelia muerta en los brazos, is this the promised end? (¿Es esto el final prometido?) ¿Puede subsistir un socialismo sin utopía? Seguramente no, porque como escribió Mario Benedetti, los débiles de veras nunca se rinden.

La carencia de elaboración teórica y práctica de un discurso que se compadezca con un modelo ideológico de izquierdas, sitúa al PSOE en un pragmatismo vacío que está produciendo que el socialismo corra el peligro de romperse contra el acantilado de una disculpa sin dignidad, un défault del que nos hablaba Richard Bach cuando advertía que la mejor forma de rehuir la responsabilidad consiste en decir: "Tengo responsabilidades.” Mientras tanto, la destilación incesante del desapego ciudadano transcurre ante unos dirigentes sumergidos en una artificiosa atmósfera que consume su propia realidad alejada de la gente.

El partido tiene que pasar de un socialismo vigilado, donde parece que lo que realmente estorba al difuso proyecto socialista es el mismo socialismo, a un socialismo vigilante donde la razón vuelva a tener ideología. De lo contrario seguiremos declamando, junto a Juan Ramón Jiménez: “Me olvido de ti pensando en ti”.

No están los tiempos para una izquierda de happy pandy que la arrojó a ser un aliento de su propia caricatura, con la ideología en el dulce otium de lo trivial y el marketing sobreactuado. El inexorable proceso de oxidación de las ideas tiene como sustitutivo la concepción en imágenes de la política. No cambia esencialmente el escenario, sino la ambientación y el atrezzo de la obra representada pasionalmente sobre las tablas teatrales de siempre: la eterna lucha por el poder y sus inmediatas, múltiples y contagiosas enfermedades. Pero habrá de entenderse que es la hora de la política con mayúsculas, con solvencia, sin  frivolidades, con menos imágenes sustitutivas y más imaginación.

El capitalismo neoliberal desemboca en un universo de frustración y represión. En este sistema y dado que la ausencia de finalidad social es la condición misma de su funcionamiento, el individuo queda reducido a simple instrumento de supervivencia y consumo. Y ante eso, como escribía Michel Rocard  en Questions à l’Etat socialiste, es necesario separar el análisis económico y sociológico para llegar a lo esencial, que es el poder, es decir, el análisis político. Y eso se consigue desde la ideología y  la voluntad de transformación, de forma que para los socialistas y todos los ciudadanos pueda llegar un día en que los años de la ruina sean aquellos en los que vivieron con plenitud porque les dieron la oportunidad de empuñar sus vidas con audacia en lugar de obedecer consignas y someterse a una realidad injusta.