viernes. 29.03.2024

¡Muerte al Estado: protejamos a los ricos!

Desde que los señores de la nomenclatura decidieron que la única política posible era la antipolítica, es decir la que vendían a través de todos los medios los tecnócratas de medio pelo de la Escuela de Chicago que seguían al ultra Milton Friedman, el mundo se ha hecho mucho más feo, insoportablemente feo.

Desde que los señores de la nomenclatura decidieron que la única política posible era la antipolítica, es decir la que vendían a través de todos los medios los tecnócratas de medio pelo de la Escuela de Chicago que seguían al ultra Milton Friedman, el mundo se ha hecho mucho más feo, insoportablemente feo. Friedman y sus chicos no inventaron nada, inspirados por los economistas de la Escuela de Viena de principios del siglo XX, elaboraron multitud de ecuaciones econométricas para al final concluir que la ley de la selva era la más apropiada para el perfecto funcionamiento de los mercados y, por tanto, de las sociedades.

Milton Friedman, al que cada vez se nombra menos y se obedece más, tuvo ocasión de experimentar sus patéticas y brutales teorías en un lugar del mundo muy querido que nos sobrecogió a todos un 11 de Septiembre de 1973, cuando un grupo de militares dirigidos por un tal Pinochet y apoyados por la gran democracia yanqui, destruyeron la suya matando y torturando a miles de personas, incluido su presidente, Salvador Allende. Del mismo modo que el golpe de Estado de Franco y los militares africanistas no habría sido posible sin el apoyo de Alemania, El Vaticano e Italia y el beneplácito de las grandes democracias, especialmente Inglaterra, el cuartelazo de Pinochet tampoco habría triunfado sin la extraordinaria ayuda de los Estados Unidos, país que por entonces –quizá siempre- había comenzado a involucionar hasta dejar convertida la democracia en una apariencia. Fueron Milton Friedman y sus muchachos quienes –como si Chile fuese un laboratorio y sus habitantes ratas- dispusieron las líneas maestras de la política económica que en adelante marcaría los destinos del país: Desprestigio intencionado de los partidos de izquierda, privatización de todos los servicios públicos, de tal manera que sólo tuviese Educación, Sanidad y Vejez, aquellas personas que pudiesen pagarlas, particularización de las riquezas nacionales para que en adelante pasasen a ser propiedad de grandes corporaciones del Norte, desregularización total de la economía y un altísimo control policial de las protestas, incluidas aquellas que provenían de las minorías indígenas. El pueblo chileno quedó amordazado y se estableció un turno pacífico en el poder entre “democristianos” y “socialdemócratas”, mientras las desigualdades sociales crecían en uno de los países más ricos de América.

Como en España, en Chile no se cortó de raíz con los golpistas, sino que se hizo una transición teledirigida que permitió que sus cachorros estén todavía en todas las esferas de poder. Hasta que, como aquí, estalle la cloaca. Pero no es Chile el asunto central de este artículo, sino lo que supuso para el mundo la implantación en ese país de los programas destructores de la Escuela de Chicago. Fue en Chile donde se decidió que era muy malo que los servicios públicos esenciales, seguridad social, energías, agua, transportes, etc., estuviesen en manos del Estado, que era mucho mejor que el Estado redujese su presencia en la vida del país a la de mero controlador del orden público y de los privilegios de las clases más pudientes. Fue allí, dónde, al privatizarlo todo, acudieron inmensas cantidades de capital para apropiarse de esos servicios, encareciéndolos para hacerlos rentables y maximizar beneficios excluyendo de ellos a los sectores más desfavorecidos de la población. Fue allí, dónde se vio como compitiendo a la baja con los salarios, y siempre que los demás no los bajasen más, se podía lograr la senda del crecimiento económico.

Pues bien, pasados ya muchos años, aquel modelo económico es el que están imponiendo en Europa los políticos que han dejado de serlo desde el mismo momento en que decidieron, por su cuenta y riesgo, someter la voluntad popular a la de los mercados –es decir, a los designios de las grandes corporaciones financiero-industriales mundiales- haciendo la vida imposible a un número cada vez mayor de ciudadanos. En esta ocasión no ha mediado golpe de Estado militar, no ha hecho falta, tan sólo la globalización y la desregulación casi total de la circulación de capitales, a sabiendas de que mientras los dueños de las grandes fortunas actuarían siempre al unísono, sus víctimas, o sea los trabajadores que habían hecho del consumo su única bandera, callarían o protestarían cada uno por su lado, creyendo que eso de los países sigue siendo una realidad. La teoría miltoniana que hoy sufrimos partía de un principio básico: Al dinero hay que darle completa libertad y a los ricos permitirles que se enriquezcan cuanto puedan, pues sólo cuando hayan amasado fortunas disparatadas y el paro se haya convertido en una enfermedad endémica mundial, entonces crearán puestos de trabajo para acrecer aún más su capital dado que no encontrarán traba administrativa alguna ni tendrán que hacer frente a cotizaciones sociales ni otro tipo de obstáculos que cercenen la ganancia.

Indiscutiblemente eso puede ocurrir en un futuro. Es posible que cuando Alemania haya caído del burro y no tenga a quien exportar –hecho que de no mediar drástico cambio de la política económica europea ocurrirá en pocos años-, que cuando el salario medio de países como España haya descendido a los 700 €, que cuando Francia se sume a los recortes generalizados que están arruinando al resto de países mediterráneos, que cuando el Reino Unido deje de ser un paraíso fiscal porque el consumo se haya paralizado del todo, entonces comiencen a verse los brotes verdes, pero quizá sea demasiado tarde porque todos los derechos políticos, sociales y económicos conseguidos a través de siglos habrán sido reducidos a escombros, porque entonces el Estado ya sólo será el garante del orden público y del privilegio, porque la democracia habrá sido sustituida por la oligocracia y el ciudadano por el súbdito.

Como dice un viejo aserto que circula ahora mucho por las redes sociales, el mundo falla porque las cosas se hicieron para usarlas y los hombres para amarlos mientras se hace lo contrario. Hace semana José “Pepe” Mujica, en un discurso ya histórico cargado de verdad, lucidez y humanidad, denunciaba en Río la imposibilidad de sostener un sistema que se basa en el consumo inmediato, en la posesión de cosas de usar y tirar, y reivindicaba la felicidad de las pequeñas cosas, de las relaciones humanas, del consumo racional acorde con las posibilidades que da el planeta. Sin embargo, las palabras bellas de Mújica, caerán en saco roto porque Mújica es un hombre decente, un político de verdad que no vende humo y que lleva a su vida particular lo mismo que predica en Parlamentos y foros. El mundo, como si estuviese poseído de una locura suicida, seguirá gobernando por personas a las que nadie ha elegido y por elegidos que no cumplen con el mandato del pueblo, aprovechándose de su obediencia para entrar en la casta de los privilegiados. Pero ese mundo, por mucho que se empeñen no tiene futuro, tiene los días contados por su avaricia, por su insolidaridad, por su crueldad, porque cada día margina a cantidades mayores de personas, porque es, sencillamente, inhumano y se está devorando a sí mismo. Empero, el de José “Pepe” Mújica, es el mundo del mañana, el de la política ejercida por personas íntegras, el del respeto a la naturaleza, el del desarrollo sostenible, el de la felicidad al margen de los objetos inservibles, el de la exclusión completa de la vida pública de todos aquellos que han intentado hacer del planeta un lugar tan feo como inhabitable para la inmensa mayoría. Es llegada la hora de decidir, y sólo hay un camino: La insurrección popular contra aquellos que, por acción u omisión, han propiciado o consentido este colosal desastre, esta gigantesca estafa, esta agresión brutal contra los derechos humanos. Por favor, no te quedes quieto, si no es por ti, por tus hijos, por tus padres, por tus amigos, por el hoy y por el mañana, por el planeta, por la vida: ¡¡Lucha, no te resignes, y juntos veremos lo que nunca fuimos capaces de soñar!! 

¡Muerte al Estado: protejamos a los ricos!