viernes. 19.04.2024

¡Cuidado con las palabras!

Un día de estos nos acabarán matando socialmente con un oxímoron (figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión)...

Un día de estos nos acabarán matando socialmente con un oxímoron (figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión). De esta forma, Draghi pudo decir que España debía seguir realizando “dolorosos progresos”, donde el dolor se convierte en algo positivo. La austeridad tiene una connotación virtuosa por lo que el subconsciente alienado nos dicta que su aplicación no puede ser perniciosa aunque empuje a la pobreza y la desesperación a importantes segmentos de la ciudadanía. Para la RAE la austeridad es la cualidad del austero: severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral. Ya nos advirtió Herbert Marcuse que “el lenguaje no sólo refleja un control social sino que llega a ser en sí mismo un instrumento de control, incluso cuando no transmite órdenes sino información; cuando no exige obediencia sino elección, cuando no pide sumisión sino libertad.”

El resultado es la aparición del conocido lenguaje orweliano: “paz es guerra” y “guerra es paz”, etc. (ya saben, Orwell, el autor de 1984, novela en la que crea el concepto de “gran hermano” que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia). Y este lenguaje no resulta menos orweliano si las contradicciones no se hacen explícitas en la frase, sino que se encierran en el sustantivo. Orwell predijo que la posibilidad de que un gobierno despótico fuera llamado “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística –y política- familiar.

Se trata de consagrar mediante el lenguaje el que las decisiones sobre la vida y la muerte, sobre la seguridad personal, se tomen en lugares sobre los que los individuos no tienen control. Como afirmaba François Perroux, la esclavitud está determinada “no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el estatus de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa.” El poder utiliza las palabras como artefacto de dominación. Ya no existen espacios de libertad como el que describe Gabriel García Márquez en Cien años de soledad donde el paisaje era tan nuevo que las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo. Jacques Rancière expresa que en el nacimiento de la emancipación proletaria lo esencial era cambiar la vida, la voluntad de construirse otra mirada, otro gusto, distintos de los que les fueron impuestos. De ahí que concedieran una gran importancia a la dimensión propiamente estética del lenguaje, a la escritura o la poesía. Porque sólo desde el lenguaje se puede cambiar la lógica del pensamiento único que controla a ciudadanos y Estados.

El lenguaje dominante anula cualquier posibilidad de construir otra visión y extingue el conflicto entre clases e ideologías al unificar la interpretación de la realidad. Es por ello que Unamuno despreciaba a un pueblo unánime. La izquierda, nos indica  Raffaele Simone, ha acabado por adoptar las mismas aptitudes que la derecha, porque ha abrazado lo que  llama “la infinita tolerancia hacia lo social” que quiere decir que no importa lo que va a ocurrir sino que lo que importa es que pueda fluir tranquilamente.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu, afirma que el intelectual puede y debe trabajar para producir y diseminar instrumentos de defensa contra la dominación simbólica del neoliberalismo. El colectivo-intelectual puede someter, según Bourdieu, al discurso dominante a una crítica  del léxico abstracto (globalización, flexibilidad, empleo)  razonando sus usos perversos. Es el camino para acabar con el destierro del pensamiento y la ideología del socialismo democrático que le aleja de sus aspiraciones identitarias que fueron, y deberían ser, la implantación de un nuevo tipo de relaciones entre los hombres, un nuevo orden de prioridades, un nuevo modelo de vida y de cultura. Nuevas palabras para una nueva sociedad.

¡Cuidado con las palabras!