viernes. 29.03.2024

¿Bancarización? No, gracias

Bancarización es un término que hizo fortuna en los primeros años de este siglo entre economistas y analistas del comportamiento de los mercados. Término que implica una acepción positiva, pues aquella región o sector de actividad que está suficientemente bancarizado, se encuentra en un estadio de desarrollo y fortaleza superior, que le pone al margen de riesgos propios de la actividad económica general.

Bancarización es un término que hizo fortuna en los primeros años de este siglo entre economistas y analistas del comportamiento de los mercados. Término que implica una acepción positiva, pues aquella región o sector de actividad que está suficientemente bancarizado, se encuentra en un estadio de desarrollo y fortaleza superior, que le pone al margen de riesgos propios de la actividad económica general. Eso se creía, en el plano teórico al menos

Incluso algunas instituciones internacionales y observatorios del comportamiento económico utilizaban el concepto de bancarización como sinónimo de posesión de los elementos o palancas de desarrollo y previsible evolución de territorios y/o sectores. Se entendía que disponer de una red de bancos que llegara hasta el confín del territorio, garantiza las posibilidades de financiación que todo proyecto requiere.

Y esto último es cierto, la mayor parte de la puesta en marcha de nuevos proyectos, sean de emprendimiento sean de refundación, requieren un cierto apoyo financiero. Y acudir y recibir este apoyo debería ser tenido por hecho bueno y constatación de la aceptación social de dicho proyecto, pues obtener financiación, que no es sino diferir riqueza social acumulada hacia una idea concreta, vendría a ser una especie de bendición social o reconocimiento en forma de apoyo dinerario.

Pero entender la financiación de este modo es un acto naïve que tiene poco que ver con lo que ocurre en la realidad. Y la realidad está formada por una cascada de sucesos conectados a lo que podemos llamar bancarización que han corrido en sentido opuesto al que los adoradores de la semántica bancaria han apelado. La multiplicación y extensión planetaria de la banca ha convertido a la financiación en un fin en si mismo y no en el medio que ha sido desde el origen de su existencia el valor fundamental de la banca.

Al bancarizarse progresivamente territorios y sectores, lo que ha ocurrido de facto es que esos territorios y sectores han sufrido un proceso de “financiarismo”, pulsión que significa que todo objetivo queda supeditado al “rating” que fijen los mercados financieros. En los últimos años los objetivos de la mayor parte de las empresas, sea cual fuere su actividad, ha dejado de tener prioridad para convertirse en mera caja para la obtención de rendimientos iguales o superiores a lo que marcan los mercados financieros. De modo que las empresas textiles, metalúrgicas o de cualquier otra condición, han sometido sus principios sectoriales a las directrices salidas de los departamentos económicos y direcciones financieras que han pasado de ser herramientas dentro de las empresas a suplantar a la dirección estratégica de las mismas. Ya no importa hacer buenos y útiles objetos industriales ni generar satisfactorios servicios, lo que importa es acercarse al beneficio que para cada unidad de capital invertido fijan los mercados financieros.

Algo similar ocurre con los territorios o países. Sus objetivos sociales en forma de educación, sanidad, infraestructuras, etc. han dejado de ser el motor de los mismos para convertirse en meros apéndices de lo que los mercados de deuda financiera otorgan como valor de intercambio en un ámbito estatal determinado (prima de riesgo).

A este fenómeno de suplantación de los objetivos propios de todo tipo de empresa o institución por objetivos fijados en las plazas del mercado financiero es algo que podemos llamar financiarismo, y tiene un efecto deslegitimador extraordinariamente perverso, pues una vez que los objetivos originales, económicos pero también sociales, se diluyen y con ellos las responsabilidades asociadas, sólo se mantiene la búsqueda del beneficio dinerario, la obtención del máximo valor para los accionistas y ello al precio de sacrificar la razón de su propia existencia. Empresas e instituciones se convierten en meros instrumentos de generación de caja, nada que ver con su pertinencia social. Nada que ver con su misión, su visión, ni sus valores.

Y la banca tiene múltiples formas de inocular el financiarismo en toda clase de empresa, institución, y como en el caso español, también familia. Su omnipresencia le lleva a sobreactuar en su papel de mediador, a camuflar su verdadera intención de una forma de ayuda o sostén de un modo de vida, por otro lado, no elegido. Solo así se explica la locura desencadenada en España en los últimos años, en los que la vocación y presión de la banca por “financiar” nuestra enfermedad nos ha llevado finalmente a la UCI. Sólo así se entiende que la mayor parte de la financiación dirigida a las pymes no haya ido a fomentar su expansión o sus procesos de innovación, sino a sostener los gastos corrientes de estructura o de personal.

La bancarización excesiva ha introducido la financiación en los actos ordinarios y no en el motor de las apuestas extraordinarias. Ha conseguido meter al banco y sus intereses particulares en el centro de la vida de personas y de empresas y lo ha hecho creando una red de dependencia que ni los tribunales pueden aflojar.

Esto es financiarismo debido a la excesiva bancarización. Mucho antes de que la locura bancaria hubiera explotado, un veterano empresario del mundo de la pyme ya me advertía: “Si pides dinero al banco ya no trabajas para ti y por lo que crees, sino para el banco y por lo que ellos te exigen”.

¿Bancarización? No, gracias