jueves. 25.04.2024

El caballo de Troya o cómo infiltrar el machismo a través de diputadas

Resulta evidente que el feminismo es uno de los temas candentes y su relevancia a nivel internacional. Es reseñable cómo esta conciencia colectiva ha aumentado en todo el mundo para acabar con un problema común a todas. Este problema es el patriarcado (término propio del campo de la Sociología que tanto escozor produce a algunos, y tristemente a algunas). El patriarcado es la estructura de una sociedad que favorece que los hombres ostenten más poder (puede que no legal, pero sí de facto) y reciban más benevolencia por sus acciones cuestionables que las mujeres. El machismo es el medio por el que el patriarcado se mantiene, a través de la cultura, por la normalización de roles sexistas, dobles estándares y sesgos cognitivos. Estas son las definiciones que, como psicóloga, daría de patriarcado y machismo.

Entender estos dos conceptos es clave para comprender el rechazo de muchas mujeres hacia el feminismo. El porqué es el siguiente: nuestra visión del mundo se basa en nuestro sistema de valores, adquirido principalmente en casa, no según el sexo. Es el motivo de que haya más consenso en su visión del mundo entre, por ejemplo, Santiago Abascal y Rocío Monasterio, que entre esta última e Irene Montero. Más mujeres, al padecer directamente el machismo, vamos tomando conciencia de él e intentando mitigar su influencia en la sociedad, pero el punto de partida de todas y todos es, en un grado menor o en uno más extremo, machista.

Las mujeres han sido, sin desearlo, transmisoras de valores machistas que iban contra ellas mismas y contra sus hijas

El clásico argumento de que una idea no es machista porque la defiende una mujer es una falacia que busca dar más credibilidad a la visión patriarcal de siempre al estar en boca de alguien a quien se le va a acusar menos de machista. La realidad es que las mujeres han sido, sin desearlo, transmisoras de valores machistas que iban contra ellas mismas y contra sus hijas. Tradicionalmente, la mujer ha sido la responsable de la crianza y cuidado de los hijos e hijas, quien pasaba más tiempo con ellos y, en consecuencia, gran responsable de la educación. Con la mejor de sus intenciones, madres y abuelas han transmitido en el hogar valores sexistas, a menudo vinculados a la religión, como la consideración del hombre como ser sexual y la represión sexual de sus hijas, bajo el deseo de “protegerlas”. Ha sido por ello el énfasis en que la mujer – generaciones atrás – fuese especialmente devota. Fue por lo cual Victoria Kent se opuso en las Cortes al voto femenino en 1931, pues sabía que las mujeres estaban más influidas por el conservadurismo de la Iglesia. Afortunadamente, venció el sí y las mujeres pudieron ejercer (por un breve periodo de tiempo) su derecho a voto. Con retrospectiva, podemos ver correlato con la actualidad en las dos posiciones representadas por Victoria Kent y Clara Campoamor: el conflicto entre compromiso con el partido y su visión política versus el compromiso con los derechos de las mujeres.

Estamos viviendo un momento convulso donde los derechos de las mujeres sobre sí mismas tienen más peso en la política, pero a la vez la utilización del feminismo por parte de todos los partidos porque es el nuevo filón. Sin haber cambiado su mentalidad, incluso hallándose en el congreso diputados con visiones mucho más machistas que hace un lustro, ahora todos parecen preocupados por las mujeres y se presentan como nuestros salvadores. Misma mentalidad, en una voz femenina. No sin motivo, me viene a la mente el caballo de Troya.

El caballo de Troya o cómo infiltrar el machismo a través de diputadas