martes. 16.04.2024

Nada que celebrar

Abya Yala sigue reclamando su identidad robada.

“¿Dónde están mis ancestros? ¿A quiénes he de celebrar? ¿Dónde encontraré mi materia prima? Mi primer antepasado americano… fue un indio, un indio de los tiempos tempranos. Los antepasados de ustedes lo han desollado vivo, y yo soy su huérfano.”

Esa frase es de un ser humano de los llamados “blancos”. La firmó Mark Twain en la edición de The New York Times del 26 de diciembre de 1881.

Un doce de octubre de hace quinientos veinticinco años un marino sin barco y sin bandera se tropezó con las costas de lo que hoy conocemos como América. Ni siquiera la historia le dio su nombre a su expedición fallida. Al territorio le dio nombre Vespucio. Quería llegar a las Indias por el occidente para encontrar una nueva ruta hacia las riquezas de Asia, pero llegó a lo que llamó otras indias dando inicio a uno de los saqueos y genocidios más grandes de la gran historia de la humanidad. Pero parece que eso se olvida fácilmente. Afirmando que son historias de indígenas, de gente atrasada y sin pasado ni futuro.

Aquel fatídico día fue el comienzo del encubrimiento del otro, tal como establece Enrique Dussel en un libro que debería presidir los despachos de las personas que dirigen las naciones “desarrolladas” y de las que controlan la economía mundial. Fue el arranque de una modernidad basada en la violación y aniquilación de culturas ancestrales porque no eran “progresistas”.

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“Nada que celebrar”, obra del ilustrador Andrés Nieves

Nada que celebrar. Antes eran conquistadores asaltantes que mataban con una cruz y una espada para evangelizar y esquilmar las riquezas, ahora son empresas explotadoras que exprimen por el beneficio y siguen comiéndose los recursos.

Por eso, cinco siglos y un cuarto después, no hay nada que festejar. No hay motivo para la alegría desbordada, los discursos vacuos y pretenciosos y los parabienes falsos e interesados. Abya Yala no está de fiesta, sus dioses y sus indígenas tampoco. Han sido más de cincuenta y dos décadas de explotación, de las poblaciones y de los recursos naturales. La tierra en florecimiento (una de las aproximaciones en castellano al término kuna) ha sido tan pisoteada y vulnerada que las aguas casi no mojan, las aves sobrevuelan poco, los mamíferos se pierden y las gentes sueñan menos.

Que se llame “el día de la raza”, ¿cuál raza?, o el “día de la hispanidad”, ¿qué hispanidad?, si les robaron sus lenguas y sus culturas, no sirve para tapar la vergüenza de un genocidio del que nadie se debería sentir orgulloso.

En 2016 un grupo de organizaciones sociales en España firmaron el manifiesto “Descolonicémonos” rechazando la celebración del 12 de octubre como fiesta nacional y exigiendo un “reconocimiento a la resistencia, dignidad y soberanía de todos los pueblos que habitan los territorios que han sido colonizados.”

Sería mejor poner en práctica lo que ya se hace en Guatemala, Nicaragua o Venezuela, celebrar el Día de la Resistencia Indígena para rendir homenaje a los pueblos y a las culturas que resistieron y resisten a la exclusión, la explotación, la marginación y la indiferencia.

Abya Yala existía desde mucho antes de que el navegante genovés chocara con ella. No fue descubierta, sino invadida y saqueada. Por lo que no hay nada que celebrar ni festejar. 1492 fue el año de entrada a la modernidad a partir del encubrimiento del otro. En este caso, la población indígena del hoy continente americano. Lo que significó no fue un descubrimiento, sino el exterminio de sus gentes y el saqueo de sus riquezas naturales. Se necesita recuperar la “conciencia de sí”. Luchar por la identidad, no dejarse someter por lo que los medios masivos de difusión de noticias imponen: la “normalización”, la homogeneización del pensamiento.

Por eso creo pertinente referir un texto, que dicen ha sido utilizado como discurso por el presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, en su alocución ante la reunión de jefes de Estado de la OPEP y también en una conferencia ante la Unión Europea, e incluso que Chávez llegó a usarlo en alguna de sus pláticas, pero que parece ser obra del venezolano Luis Britto García, quien lo publicó en 2003 para criticar esa celebración del 12 de octubre poniéndolo en la voz de un cacique indígena con el título “Guaicaipuro Cuatemoc cobra la deuda a Europa”.

Creo que las palabras que transcribo a continuación, y que podrían estar en boca de cualquiera de las personas que, en nuestra América, como la llamara Martí, han padecido y siguen padeciendo la colonización y el encubrimiento.; llámense Moctezuma, Atahualpa, Tupac Amaru, Azurduy, Beltrán, Bastidas, Ramírez, la Pola, Bolívar, Hidalgo, Sucre, Artigas; sean quechuas, aymaras, aztecas, onas, caribes, guaraníes, mapuches, emberas o cualquier otro, son importantes para reivindicar esa identidad robada:

“Aquí pues he venido a encontrar a los que celebran el encuentro.

Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace solo quinientos años.

Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante.

Yo, venido de la noble tierra americana declaro que el hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron.

Yo, venido de la noble tierra americana declaro que el hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.

Yo, venido de la noble tierra americana declaro que el hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea, vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento.

Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América.

¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento.

¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!

¿Genocidio? ¡Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos!

¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios.

Yo prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis.

Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan ‘MARSHALLTESUMA”, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la medicina, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.

Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional? Deploramos decir que no.

En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.

En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo.

Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar.

Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a nuestros hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos les cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado sólo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia.

Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300.

Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra.

Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?

Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.

Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.

Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente, y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica…Dicen los pesimistas del Viejo Mundo que su civilización está en una bancarrota tal que les impide cumplir con sus compromisos financieros o morales.

En tal caso, nos contentaríamos con que nos pagaran entregándonos la bala con la que mataron al Poeta.

Pero no podrán.

Porque esa bala es el corazón de Europa.

Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: despertar.”

Nada que celebrar