martes. 23.04.2024

Me duele Cataluña

Y también Catalunya y España. Apesadumbra ver a un país enfrentando a sus territorios y a sus gentes a elegir entre ese nefasto “o conmigo o contra mí”, olvidando los matices e ignorando las otredades.


publicaciones-f230-702-736-982No creo que las personas que gobiernan la comunidad autónoma catalana ni las que gobiernan el Estado español sean ejemplo de democracia y honradez. Por lo que es más duro si cabe que sean quienes buscan el enfrentamiento civil sin pensar en las consecuencias.

Para titular este artículo me he sentido como un redactor de El Jueves, esa revista que aparece los miércoles. Lo digo porque tenía muchos titulares pero debía elegir uno sólo. Podría también haber encabezado “España, tenemos un problema”, con connotaciones cinematográficas; o “Sensatez”, con un vacío dramático porque, como el sentido común, es lo menos común en estos tiempos, o “Respeto”, con evocaciones futboleras que se quedan en palabra hueca cuando se trata de defender los colores de una bandera o de los billetes.

Finalmente me decidí por el que está. Y lo justifico porque pese a que siempre afirmo no ser de ninguna parte, me duele ver que un pueblo es desautorizado para ejercer su voluntad popular con la excusa de la defensa de una supuesta democracia.

Les recuerdo que en pocos días, 31 de octubre, se cumplirá el trigésimo noveno aniversario de la aprobación por el Congreso y el Senado españoles de la Constitución de 1978 que luego fue respaldada en referéndum por la ciudadanía de todo el Estado, sancionada por un monarca no elegido democráticamente y publicada en el Boletín Oficial del Estado.

No soy licenciado en Derecho y mucho menos me puedo considerar un experto constitucionalista, pero me he leído varias veces ese texto. Y ahora que a los nacionalistas de uno de los bandos enfrentados se les llena la boca apelando a la Constitución, me gustaría hacer un breve repaso de la misma.

El artículo 15 de esa magna carta dice que nadie puede ser sometido a tratos inhumanos o degradantes; el 16, que se garantiza la libertad ideológica; el 20, que se reconoce y protege el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones; el 21 plantea el derecho de reunión pacífica y sin armas sin autorización previa; el 23, que la ciudadanía tiene derecho a participar, directamente o mediante representantes, en los asuntos públicos.

Que yo sepa, España no se encuentra bajo un estado de excepción que justifique la suspensión, como recoge el artículo 55, de los derechos y libertades.

El 56 dice que el rey es el jefe del Estado y símbolo de su unidad, cosa que parece no haber estudiado y mucho menos puesto en práctica.

También dice la constitución, en el 66, que las Cortes Generales, el Congreso y el Senado, ejercen el control del Gobierno. Pero parece que es el Gobierno el que controla esos órganos.

En el 104 se establece que las fuerzas y cuerpos de seguridad tendrán como misión “proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana.” Sin comentarios.

Muy importante el 117, “la justicia emana del pueblo” y es administrada por jueces y magistrados “responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley”.

En estos momentos en el que el país se encuentra a las puertas, ojalá me equivoque, de un enfrentamiento injustificado, no es menos relevante el 137 que declara que “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses.”

Alguien podría alegar que en el artículo 2 se habla de “la indisoluble unidad de la Nación española”, pero también inicia en el 1.2. afirmando que “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Si Cataluña es parte de ese pueblo y se quieren manifestar sobre su soberanía, pues deberían dejar que se cumplieran los protocolos correspondientes y que lo hicieran.

Pero no, el Gobierno y los partidos estrechos, carcas y conservadores (léase el PP, Ciudadanos, PSOE y similares) se empecinan en ser como el labriego aquel que marchaba en su burro por las vías y ante los avisos del tren le espetaba “chufla, chufla, que como no te apartes tú.”

En el capítulo tercero, sobre las comunidades autónomas, el artículo 147 expresa “los Estatutos serán la norma institucional básica de cada Comunidad Autónoma y el Estado los reconocerá y amparará como parte integrante de su ordenamiento jurídico.”

Una Constitución que reconoce los derechos y libertades de su ciudadanía y que el poder reside en el pueblo, limita todo ello con el rodillo de cierta política. Una Constitución que reconoce el Estado de las autonomías, coarta sus libertades con un artículo, el hoy desgraciadamente famoso 155, que permite actuar al Gobierno si considera que se está atentando contra el interés general. ¿El de quién? Será que el pueblo catalán no forma parte de ese interés.

Así que libertad sí, pero con condiciones. Derechos sí, pero sin excederse. Autonomía sí, pero sin pasarse. Que sí pero no y que ni contigo ni sin ti. En definitiva, la democracia representativa está personalizada en los poderes, y el poder lo tiene el gobierno central. Y de la participación, ni hablemos. ¿Qué es eso del pueblo? “Cero patatero”, que decía aquel otro presidente tan demócrata como el resto.

Es incomprensible ese empeño atávico por la unidad de España. A ver si más adelante se les va a ocurrir querer reunir el antiguo imperio en el que no se ocultaba el sol.

Vivo fuera de España y no puedo decir que me sienta español de la manera que la mayoría entienden esa “españolidad”. Prefiero ser del Sur, pero, como ciudadano con pasaporte del reino de España, me siento con derecho a manifestar, aunque solamente sea por alusiones, que me encuentro más bien avergonzado del sistema, de la mentira de la democracia, de la falta de imparcialidad y estrechez de miras de la mayoría de los medios masivos de difusión de noticias, de la imagen que dan los unos y los otros y de que no se cuente con quien verdaderamente habría de tener la última palabra: el pueblo.

Tengo previsto visitar con mi familia Barcelona y Madrid este fin de año. Quiero mostrarles la riqueza cultural y humana de una tierra diversa y hermosa. Y espero poder hacerlo en calma y sin que los unos me señalen de españolista y los otros me tilden de separatista.

Por eso me duelen un poco Cataluña y Catalunya, y otro tanto España. Por eso creo que se hace tarde para reconocer que existe un problema que no se soluciona coartando libertades, sino dialogando. Tal vez habría que apelar y aplicar sin más demora el título X, de la reforma constitucional.

Me duele Cataluña