jueves. 28.03.2024

La democrática España

vacuna-antiagresionHan bastado unos actos de expresión ciudadana, independientemente de que la convocatoria de referéndum haya seguido o no cauces reglamentarios y haya contado o no con el consenso de la población, para ver cómo es la democracia española.

Desde fuera, el panorama que se vislumbra es desolador en lo político y crítico en lo social. Las preguntas se suceden, ¿cuál es el tema con Cataluña?, ¿por qué quieren votar y por qué no les dejan?, ¿qué hace la policía comportándose así?

Lo ocurrido en Cataluña el primero de octubre es para echarse a llorar. A sollozar de pena y de vergüenza. Lástima por la gente que es apaleada por un grupo de funcionarios uniformados que deberían estar para defender al pueblo, promoviendo la convivencia y la paz en lugar de para golpear a discreción. Y turbación por lo que supone de cara a sentirse y ser vista como una sociedad madura y democrática.

Mostrando al mundo cómo se ejerce la democracia

Ni recurriendo a una explicación histórica, y a una constitución que reconoce la particularidad de los territorios que conforman el Estado español, se alcanza a entender el problema.

Las actuaciones policiales han sido desproporcionadas y más propias de estados totalitarios que de un país supuestamente desarrollado y democrático. ¿Seguirán el presidente del gobierno español y sus numerosos adláteres mirando para Venezuela y viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio?

El señor Rajoy ha conseguido con su cerrazón y su pertinaz tozudez lo que parecía imposible: poner a muchas y muchos catalanes y españoles contrarios a la independencia a favor de ella, y a españoles y catalanes anti Cataluña a sacar las viejas herramientas y eslóganes a favor de la unidad de un país que no entienden que sea heterogéneo.

Los pueblos de ese país llamado España deberían estar unidos por sus gentes y no enfrentados por partidismos interesados. El derecho a decidir es legítimo y opinar y manifestarse sobre cuestiones políticas es una necesidad y una capacidad de todo sujeto político. De lo que se debería estar hablando es de establecer un proceso de práctica democrática a partir del diálogo, reconduciendo la discusión por cauces naturales y formalmente establecidos.

Los medios masivos de difusión de noticias tampoco ayudan. Profesionales de los mismos demandan mayor objetividad y que se evite la polarización y la tendenciosidad a la hora de cubrir y dar las noticias. No hacerlo supone agravar la situación. Periódicos, radios y televisiones, salvo honrosas excepciones, abogan más por sus intereses particulares, obedientes de quiénes les patrocinan, que por cumplir con la labor IN-formativa que se les supone.

Porque como rezaba aquella pintada anónima “Allí donde falta la comunicación, anida la intolerancia”. ¿Qué ganan los medios con ello? Nada, salvo dificultar la convivencia y crear un clima de intolerancia y exacerbación de prejuicios. ¿Qué perdemos? Todo, o mucho. Entre otras cosas la posibilidad de construir una sociedad más democrática y reconocedora y respetuosa de las diferencias y de crecer y avanzar hacia un federalismo republicano. Claro, esta palabra, como todo lo que suene a “rojo” según las concepciones de una derecha trasnochada, levanta ampollas porque el aguilucho, con su eslogan “una, grande y libre”, sigue enganchando a patrioteros y vendepatrias. Recuerden que encabezaba la portada de la Constitución de 1978.

Pero hay que dejar claro que a palos no se soluciona nada. Actuar violentamente contra la población pacífica, independientemente de sus ideologías y afinidades políticas, es a todas luces excesivo e ilegítimo.

Los países tienen que desarrollarse con autonomía y fijando sus propias miras. Soltarse de lo que no les guste del pasado para construirlo nuevamente a su manera. No es que lo viejo sea malo y lo nuevo bueno, es que, si no terminamos de crecer, si seguimos sin arrancarnos los fantasmas del pasado, que de vez en cuando nos asaltan y hacen temblar, no llegaremos a buen puerto. Por ejemplo, un país que no ha recuperado su memoria histórica tiene un grave problema para edificar su presente y proponerse un futuro. Como diría Bertolt Brecht, “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. Cuando seguimos anclados “entre una España que muere y otra España que bosteza.”

No nos dejan. No nos dejan ver los matices, los muchos grises que pintan la vida entre el negro y el blanco. Catalanistas, españolistas y todos los “istas” que anden rondando romper las vidas otras para mantener las propias, solamente hay una raza, la raza humana. “¡Qué tiempos los que vivimos, que hay que defender lo obvio!”

Ya lo dijo Charles Dickens hace más de ciento cincuenta años en su Historia en dos ciudades:

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.”

Son muchas las españas que hay en el país, pero gobernantes cerriles, de cualquier bandera o color, se empeñan en que sean dos y enemigas. ¿Nos volverán a helar el corazón?

La democrática España