viernes. 19.04.2024

El encierro como una película

 

Estamos viviendo la cuarentena dictada por el coronavirus como una película, una sucesión de imágenes que nunca hubiéramos imaginado y que van grabando en nuestra memoria, fotograma a fotograma, unos hechos inesperados y sorprendentes que se nos dan a conocer casi que virtualmente y nos llevan de la incredulidad al temor y a la incertidumbre.

COVID-19, la película de la pandemia (foto: Iñaki Chaves)

El reducido espacio de nuestro apartamento es nuestra particular sala de proyección en la que vamos colgando esas imágenes como si fueran carteles de cine. A ellas se suman las que captamos a través de nuestras ventanas y que nos conectan con un exterior al que hemos dejado también en cuarentena para no juntarnos con un virus que está al acecho de nuestros cuerpos con la intención de que formemos parte del guion de su película.

Ahí, en ese aislamiento determinado por cuatro paredes y sus ventanales es donde somos protagonistas del filme de moda, el que se está ganando todas las portadas de los medios y que se ha estrenado, con apenas unos días de margen, en las salas de casi todo el planeta con gran asistencia de público. Esta vez sí se puede decir que la imagen del virus, real, inventada o ilustrada, ha dado la vuelta al mundo.

En estas circunstancias nos vemos como un mago del cine, como un Méliès del siglo XXI anunciando: “Amigos míos, esta noche me dirijo a vosotros por lo que sois: magos, sirenas, viajeros, exploradores, ilusionistas… Venid a soñar conmigo”. Bienvenidas y bienvenidos al estreno de la película que lo cambiará todo: la pandemia de la covid-19.

Recluidos cual pez en una pecera “Buscando a Nemo” entre las cuatro paredes de nuestro encierro, caminamos sin más rumbo que recorrer que el pequeño espacio en el que queremos que “La piel que habito” se convierta en la coraza que nos salve de cualquier agresión externa, especialmente del riesgo que supone un virus desconocido.

Mientras, miramos los anaqueles buscando con ansiedad ese libro que nos saque del hastío, que nos haga volar la imaginación para salir de “La historia interminable”, o casi, a lomos de un dragón blanco. También abrimos desesperadamente los roperos, pero no para encontrar qué ponernos, sino buscando a nuestro particular “ET, el extraterrestre” para tener alguien con quien conversar.

Finalmente, nos damos de bruces con la realidad inamovible de nuestra soledad en esa isla en que se ha convertido nuestro lugar de residencia y terminamos hablando con un balón, solitario como nosotros en el fondo de un armario, como si fuéramos un “Náufrago” cualquiera.

En estos largos días hemos escrito y recitado, pensando si estamos al inicio o al final del recorrido, ´¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro viaje ha terminado`, como fieros aspirantes al “Club de los poetas muertos” gritándole a la sociedad para saber si estaba muerta o los muertos éramos nosotros.

Por correo electrónico nos han invitado a vivir nuestra propia “Noche en el museo” y hemos aceptado introducirnos en sus salas con la ilusión, entre temerosa y confiada, de vivir las fantasías ocultas en un cuadro compartiendo con sus personajes. Echamos de menos y valoramos, por fin, la naturaleza y sus bellezas, sus árboles, sus selvas, sus ríos, sus mares y sus animales, tanto que incluso querríamos sentir “El abrazo de la serpiente”.

Carteles de cine con Mèliés (foto: Iñaki Chaves)

Nos hemos lanzado a la cocina imaginando recetas que nos alimenten o que nos engorden en este confinamiento sin fecha, hemos elaborado sopas, ensaladas, postres y salsas y nuestro especial “Ratatouille” pese a no contar con un Remy, ratón y cocinero, que nos asesore.

Abrimos balcones y ventanas para aplaudir, para cantar o para gritar desesperadamente y que nuestro vecindario sepa que, aunque no componemos un sonido ´celestial` cual “Los chicos del coro”, sí manifestamos nuestro agradecimiento a quienes nos cuidan y compartimos públicamente encierro e ilusiones.

No terminamos de creernos lo que estamos viviendo, elucubrando si no será una “Cortina de humo”, una distracción para hacernos pensar que es el virus lo único importante, mientras entre bastidores siguen sucediendo los hechos de verdad, los que continuarán afectando a nuestra vida y la del planeta después de la epidemia.

El protagonista de toda esta película es un ´simple` virus que nos ha hecho sentir como unos “Parásitos”, entre el encierro aburrido y claustrofóbico para sobrevivir y la ocupación, por más tiempo del que nos gustaría, de un lugar que hasta la llegada de la epidemia era territorio casi exclusivo de nuestras mascotas.

Es cierto que la pandemia ha provocado una especie de resurgimiento de la solidaridad, a veces falsa o forzada, de una nueva unión entre iguales en un escenario en el que no nos estaba importando si tenemos “Ocho apellidos vascos”, o sí son catalanes, germanos, paisas o georgianos.

Nos queda el sinsabor de si no deberíamos aprovechar la situación para reclamar un nuevo contrato social para después de esta pandemia, pero los poderes solamente nos ofrecen “Una noche en la ópera” con su discurso sobre ´la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte`, para llevarnos hasta el hastío porque todo es papel mojado.

Al final, nos gustaría tener un “Despertares” compartido que nos haga salir de esta pesadilla de serie B, entre tragicómica y terrorífica, en la que una droga llamada coronavirus nos ha hecho vivir un mal sueño. Abrir los ojos y sentir que “La vida es bella”, que es una especie de fábula en la que podemos estar tristes y deprimidos, pero también alegres e ilusionados, como nos sentimos a veces cuando vemos una película.

El encierro como una película