viernes. 29.03.2024

Aislamiento

Es sábado 21 de marzo de 2020, apenas el segundo día de retiro domiciliario y mi yo racional, pero rebelde, sigue luchando para no creer que esto esté pasando y de esta manera

Ayer en la noche, por fin, el presidente de la República de Colombia tomó medidas sensatas y consensuadas para enfrentar la epidemia. La decisión es drástica, aislamiento total y obligatorio desde el próximo miércoles 25 de marzo, un día después de que finalice el “simulacro vital” decretado por la alcaldía, hasta el 13 de abril.

Una cuarentena de diecinueve días completos que pondrán a prueba nuestro convivir enclaustrados y nuestro valor ciudadano para luchar conjuntamente contra lo que se viene. Ahora, los días ya no serán días, después del domingo dará igual si viene el lunes o llegará el viernes. Todo se va convirtiendo en números vacíos de contenido, un día, dos, tres, otro más… ¿hasta cuándo?

Es como ir marcándolos en una pared solamente para ir tachando y sabiendo cuántos van, pero, en este caso, sin saber cuántos nos quedan. Sí, dicen que hasta el día tal de tal, pero… ¿y después? ¿Acabará ahí? No sabemos si se habrá conseguido batir a este enemigo casi invisible y silencioso. Empezamos a cumplir una condena sin fecha, como todas nosotras, que nacemos un día y moriremos cualquier otro que no sabemos cuándo llegará y que alguien registrará.

Estamos fuera del entramado social, nos han dejado a un lado por una enfermedad que no conocemos y que tal vez nunca lo hagamos ni sepamos cómo llegó a causar esta situación de ficticia realidad. Cierto que está siendo dura, que a estas horas van casi trescientas mil personas infectadas en todo el mundo y más de once mil ochocientas fallecidas, y cierto que la labor del personal sanitario es encomiable en todas partes.

Pero la situación de aislamiento no nos permite vivir la vida, no sabemos qué pasa ni podemos acercarnos para intentar saberlo. Las redes virtuales nos inundan de mensajes de ánimo, de solidaridad, de esfuerzos titánicos en la lucha contra el virus; también de falsas verdades, de opiniones desde todos los ángulos, de elucubraciones sobre el origen de la epidemia, de lo que habrá detrás, de las consecuencias catastróficas, de que nada volverá a ser lo mismo, de un nuevo orden mundial… Tenemos que creer en lo que nos dicen (¿?).

Sigo pensando que después de todo esto el mundo por venir no será muy distinto del que teníamos antes del coronavirus. Recuerdo la viñeta de El Roto en El País de cuando la crisis de 2008, un enorme yate de nombre “capitalismo” al que le daban una mano de pintura y “como nuevo”. Entonces se llevó la economía de las personas más débiles, incluso algunas se quitaron la vida; ahora arranca directamente las vidas, pero mañana el yate seguirá navegando tal cual y las pateras hundiéndose en el mar. Creo que seguiremos engañadas, que nos han engañado siempre. Ojalá me equivoque, tal vez no llegue a ver ni lo uno ni lo otro.

Pero no hay que caer en el pesimismo. Eso es justamente lo más difícil de un encierro, mantener la cabeza en su sitio y alimentar la esperanza. Toca imaginar, igual que nos asaltan pensamientos trágicos, un futuro posible en el que estemos vivas, sanas y orgullosas de ello. Pese a que hayamos perdido seres queridos en el camino.

Viñeta de El Roto publicada en El País

Tal vez hayamos pasado el encierro viendo la cara de nuestra pareja, pensando qué pensará y sin decirnos todas las preocupaciones que nos asaltan para no dificultar la convivencia ni desanimarnos. O puede que hayamos tenido enfrente únicamente el rostro inocente de nuestra mascota o que, hora tras hora, viéramos el reflejo de nuestra propia imagen solitaria frente al espejo. En cualquier caso, tenemos, queremos, debemos salir de esto.

Vivir, dice aquella canción, es lo más duro que tiene la vida. Pero es mucho más difícil si te la hacen vivir aislado, así que no nos desanimemos. Aunque no sepamos si volveremos a vernos físicamente, aprovechemos las tecnologías y, en lugar de reenviar declaraciones de políticos desnortados que intervienen sin saber o charlas de influentes que dicen por decir, mandémonos mensajes propios, originales, escritos de puño y letra, de salud y de ánimo, digamos cuánto nos queremos o confesemos nuestro malestar para desahogarnos. Pero estemos más cerca de quienes nos importan, para que lo sepan, para que lo sepamos. Una poesía, una canción, una frase sencilla llena de amor para acompañar la reclusión forzada y abrirnos una ventana en el corazón.

Tal vez “una llama eterna” o un “volver a reencontrarte”

La soledad ataca las raíces / cuando “volver” es llegar a una puerta / tras la que se acumulan solo objetos, / la llave no abre nada / porque la puerta no descubre nada / porque la noche no anochece nada. / La vida que nos hace y nos deshace / no alberga más que días, siglos de días iguales, / furia y ruido.

Pero un día… llega el amor. / ¡Nacemos! / y volver es volver / porque cada día es nuevo / y ya no hay noches, llaves, puertas, ¡nada!, / solo la paz, la fiesta y la esperanza / que hasta el dolor / nos duele de otro modo.

Si volver hay, / volver a ti, mi amor, / es reencontrarme, / volver es sentir llena la jornada, / vivir dos veces, mil, cada detalle, / saborearlo todo y renacerlo, / ¡volver es encontrarte! / Ya todo a punto siempre, / y todo listo, con su mejor traje, / como para una fiesta.

Porque una fiesta es saber que tú existes / y poder abrazarte. / Si volver hay / es volver a nacer a cada instante.

(Mi maestro, Jesús Martín Barbero).

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