viernes. 29.03.2024

21N, un día para no perder la memoria

También en la “nueva normalidad” debemos mantener viva la memoria y ahuyentar los miedos.

 

El 21N se convirtió, en 2019 en Colombia, en una fecha para recordar. Un día para conmemorar a los seres humanos con nombres y rostros, con sus historias y narraciones para que, al menos, no perdamos la memoria y la de quienes se fueron nos ayude a seguir luchando.
Cartel elaborado con datos del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP)
Cartel convocando a conmemorar el 21N en 2020 elaborado con datos del CINEP

 

Uno de esos seres para recordar es Dilan Cruz, el estudiante que fue asesinado por un agente del Esmad en una de las manifestaciones en Bogotá que sucedieron al paro nacional convocado para el 21N de 2019.

Un nombre más que sumar a la larga lista de crímenes en un país que asiste impávido a las masacres con las que nos levantamos día sí y día también. Una fecha más para no perder la memoria porque los motivos que promovieron aquellas acciones políticas pacíficas y reivindicativas de la ciudadanía siguen vigentes. Según informaba hace un año la Agencia de Información Laboral (AIL) las razones eran estas diez:

Protestar Contra la reforma laboral / Manifestarse contra la reforma pensional / Hacerse escuchar en contra del holding financiero / Protestar en contra de las privatizaciones / Quejarse sobre el tarifazo nacional (subida de los costos de los servicios básicos) / Manifestarse contra la corrupción / Comunicar la posición sobre la reforma tributaria / Demandar un (nuevo y mejor) salario mínimo / Exigir el cumplimiento de los acuerdos con FECODE (Federación Colombiana de Trabajadores -as- de la Educación) / Luchar por la defensa de la protesta social.

Doce meses después, a pesar de todos los miedos, pandemia incluida, la ciudadanía resiste y reexiste, quiere recordar esa fecha y seguir en la lucha. Pero eso no es tarea fácil, porque en estos tiempos inciertos lo cierto es que vamos perdiéndolo casi todo: el tiempo, la felicidad, la dignidad, los derechos, la ilusión, la memoria y hasta la propia vida.

Un año después de aquel 21 N hemos entrado en una “nueva” normalidad tan fea como la de antes. Una nueva “realidad” tan grave y llena de tanta disfunción social como siempre. Nada, o casi nada, ha cambiado sobre las demandas y sus difíciles logros. Y los pocos cambios habidos han sido para peor.

La gente muere violentamente, pero la violencia está instaurada en el poder y en muchas conciencias. El fatídico “algo habría hecho” persiste y llena muchas bocas que tragan y justifican las muertes.

Los asesinatos siguen llenando las estadísticas y endureciendo los corazones; el empobrecimiento de la población pobre continúa aumentando a la par que la riqueza de los ricos; las mujeres, presas de su género, sufren violencias y pierden derechos; el campesinado sobrevive explotado; a los colectivos indígenas no les permiten superar la marginación; las personas afros deben pelear por una esquiva equidad; el estudiantado consciente y crítico sigue siendo señalado como violento y transgresor; sus familias necesitan gastar grandes sumas de dinero para aumentar sus posibilidades en un futuro que no le garantiza poder ejercer su profesión ni recuperar la inversión; si alguien discrepa y lo manifiesta es tildado como revolucionario y enviado al “paredón”, y así podríamos llenar una lista casi infinita.

El medio ambiente se deteriora a pasos agigantados y ni el acuerdo de Escazú en el país ni la protección de la naturaleza en el planeta avanzan; los derechos humanos son violados a diario y los acuerdos de paz se siguen incumpliendo; las intolerancias anidan en todas las almas y las religiones siguen siendo la droga que las nutre; el mundo se alegra de la derrota del “Trampismo” y el país (su Gobierno) se preocupa por haberlo respaldado, como si a la ciudadanía común el inquilino de la blanca casa (en un territorio en que sus aborígenes eran de piel cobriza) nos fuera a cambiar significativamente la vida, y las ciudadanías que reclaman y luchan por la justicia social son sentenciadas por la “justicia” institucional.

Nada de eso importa, la vida sigue igual. Igual de triste y gris para las mismas personas que ya lo era antes de que la covid-19 tiñera todo de color virus. A las que se suman las muchas que se han visto afectadas en la economía y en la salud por la pandemia.

Pero la economía, la política y la justicia están al margen de todo eso, su realidad es otra. Las grandes empresas aumentan sus ingresos, los mismos políticos se reparten los gobiernos, los pocos conglomerados mediáticos nos siguen vendiendo los muchos miedos, la misma explotación laboral y humana que en los peores tiempos, la misma violencia estructural que nos viene matando desde hace siglos, tribunales que dictan sentencias contra toda lógica, como la de anular la prohibición del uso de gases lacrimógenos en las marchas.

Grafiti de DjLu/Juegasiempre en Bogotá

 

Ya lo escribió Dickens hace más de siglo y medio “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto” (Historia de dos ciudades, 1859).

Pero aún así, debemos seguir luchando y conmemorando los 21N, los 8M, los 25N y aquellas fechas que nos sirvan para recordar a todas las víctimas. Porque ninguna persona merece merece morir antes de que le llegue su hora ni ser borrada del recuerdo.

Aunque solamente sea por salud mental, porque todos los días son necesarios para mantener viva la memoria y espantar los miedos.

21N, un día para no perder la memoria