viernes. 29.03.2024

Y el paraíso era un infierno

La irrupción de esta crisis ha hecho a no pocos gobiernos prescindir de la sostenibilidad a la hora de afrontar sus objetivos...

Queremos acabar con los paraísos fiscales, evitar convertirnos en paraísos laborales, pero no hacemos ascos a renunciar a nuestra salud ambiental

Leía en el suplemento de un diario de tirada nacional del pasado domingo día 15, como parte de una receta para disminuir la dependencia energética en Europa, la siguiente recomendación: “…no empeñarse en ser líderes en la lucha contra el cambio climático cuando otros competidores no lo hacen. O se unen China y EEUU o la UE tiene que revisar su política, ya que estamos perdiendo competitividad y las emisiones de  CO2 de la UE sólo representan el 12 por ciento de las globales”.

No es novedoso este diagnóstico en el marco del permanente debate sobre la pertinencia de implementar políticas de orden ambiental, pero la irrupción de esta crisis que ha hecho a algunos replantearse los cimientos del Estado del Bienestar, ha llevado a no pocos gobiernos a prescindir de la sostenibilidad a la hora de afrontar sus objetivos de crecimiento. Dejaré para un próximo artículo una reflexión respecto a lo antagónicos que pueden llegar a ser dos conceptos que en ocasiones se plantean como sinónimos, cuales son crecimiento y desarrollo, pero abordaré sintéticamente en éste la falacia que supone confrontar competitividad con sostenibilidad; bien al contrario, no será posible aspirar a ciclos económicos prósperos si estos no se asientan sobre certezas de orden vital, como son las ambientales.

Uno de los factores que más incidencia viene teniendo en estas últimas décadas en la estabilidad de las economías nacionales, es el llamado fenómeno de la deslocalización. Sabíamos de la querencia que manifiestan las grandes corporaciones hacia los paraísos fiscales, y de su aversión innata al cumplimiento de sus obligaciones tributarias en sus países de referencia; y también sabíamos que esto ha desencadenado una alocada carrera de los distintos gobiernos para construir sistemas fiscales low cost, antes que para desmontar los circuitos de elusión utilizados por las multinacionales. Lo sabíamos antes de que Falciani se fugase con la lista de la compra, pero parece que, ante lo escandaloso de la lista, aparentemente la comunidad internacional quiere dejar de hacerse la tonta.

Algunas gestas históricas han llegado hasta nuestros días revestidas de épica, pero pocas han alcanzado una categoría de conquista popular como la de los derechos laborales.  Salarios dignos, empleos decentes, y seguridad e higiene en el puesto de trabajo. Otro hándicap que se interpone entre determinados empresarios y su objetivo de máximo enriquecimiento con mínimo esfuerzo. De ahí la aparición de los paraísos laborales. Salarios de miseria, en condiciones de semiesclavitud, en entornos que resultarían familiares a los condenados a galeras hasta el ya lejano siglo XVII. Y si bien es cierto que están siendo los trabajadores quienes están sufriendo un retroceso de décadas, todo por volver a la senda del crecimiento tal y como se pregona por parte de Gobierno y Patronal, aún nadie se ha atrevido a sobrepasar la barrera de la legislación que protege la seguridad física de los trabajadores como condición sine qua non para no irse con la empresa a otra parte.

Pero donde se ha perdido toda suerte de complejos es en el ámbito de la seguridad ambiental. Empresarios, economistas, legisladores, y hasta los propios trabajadores, no ven con malos ojos la relajación de las exigencias ambientales, si ello sirve para que las empresas vean mejorados sus balances de ganancias, y con ello no se planteen ir a contaminar ríos o ensuciar el aire en los paraísos ambientales en los cuales no sólo el que contamina no paga, sino que hasta incluso es bienvenido.

Queremos acabar con los paraísos fiscales, evitar convertirnos en paraísos laborales, pero no hacemos ascos a renunciar a nuestra salud ambiental.

Y el paraíso era un infierno