jueves. 25.04.2024

Schwarzenegger y el Papa

Sorprendentemente (o no) la gran pantalla y los púlpitos podrían conseguir lo que la ciencia por sí sola no ha logrado.

Schwarzenegger

Sorprendentemente (o no) la gran pantalla y los púlpitos podrían conseguir lo que la ciencia por sí sola no ha logrado

Unos tres mil científicos repartidos por todo el Planeta conforman el equipo humano que da cuerpo al Panel Intergubernamental de Cambio Climático que asesora a Naciones Unidas. Periódicamente publican los resultados de la puesta en común de todas sus investigaciones en los distintos puntos del Globo y, una tras otra, sus conclusiones han venido manteniendo una misma línea argumental empíricamente contrastada: la Tierra se calienta rápidamente a causa del patrón energético que alimenta el crecimiento económico global o, lo que es igual, el hombre es el culpable de la aceleración del ciclo climático.

Hoy es abrumadora la mayoría de personas que manifiesta su preocupación ante el cambio climático, aunque no tengan claro el alcance de sus consecuencias. Barrunto que, en el mejor de los casos, lo ven más como una incógnita de futuro que como un problema de presente, o no tanto como un fenómeno de alcance global que condiciona ya sus vidas, sino como una más de las catástrofes que golpean periódicamente al llamado tercer mundo. Esa virtual distancia geográfico-temporal que buena parte de la población del Planeta mantiene ante una realidad que se resiste a identificar en su entorno inmediato, es sin duda la pírrica victoria que el negacionismo ha conseguido hasta ahora frente a la ciencia.

La Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 fue incapaz de alumbrar un acuerdo de mínimos para conjurar los riesgos del cambio climático, ello pese a que ya por entonces abundaban los informes de expertos que alertaban sobre el peligro de no actuar. Hubo de esperarse hasta el año 1997 para que en Kyoto se habilitase un protocolo a modo de guía de buen gobierno, pero que no entraría en vigor hasta 2005. Aún así fueron muchos los países que no se adhirieron al mismo. La ciencia se estrellaba una y otra vez contra el muro de los intereses económicos.

Nicholas Stern fue el primer economista que elaboró en 2006 un informe por encargo del Gobierno del Reino Unido sobre los costes de la inacción. Era la oportunidad para que aquellos que no habían querido escuchar el lenguaje de los climatólogos, pudiesen aproximarse al fenómeno en su propio idioma, el de los intereses financieros. Aquello supuso un enorme avance en el debate con los climaescépticos; se trataba de hacer números, el gran escollo que hasta entonces había bloqueado las recomendaciones de los expertos. Por su parte, los negacionistas siguieron instalados en su propia verdad.

Copenhague fue un jarro de agua fría sobre las expectativas de avance que se habían puesto en esta Cumbre; más allá de la retórica, eran escasos los gobiernos que llevaban escrita la acción climática en su agenda de prioridades. De hecho en muy pocos países el cambio climático forma parte del núcleo de políticas de Estado, aunque es cierto que solo en el nuestro el asunto lo lleva un primo del Presidente.

Pero parece que algo se mueve. Obama ha elevado sus políticas climáticas al rango de asunto de seguridad nacional (no olvidemos que EEUU no es firmante de Kyoto), y ha sellado con China un compromiso conjunto de reducción de emisiones. Aunque quizás las señales más esperanzadoras llegan de Hollywood y del Vaticano. Schwarzenegger patrocina una superproducción plagada de estrellas para concienciar al Planeta sobre las consecuencias del cambio climático, y el Papa Francisco (algo más ágil que con Galileo) avanza una encíclica sobre la responsabilidad del hombre en la destrucción del medioambiente.

Sorprendentemente (o no) la gran pantalla y los púlpitos podrían conseguir lo que la ciencia por sí sola no ha logrado. Bienvenido sea.

Schwarzenegger y el Papa