jueves. 28.03.2024

Los niños no vienen de París

¿Por qué no plantear un pacto climático a todas las fuerzas políticas que se presentarán a las próximas elecciones?

Cada quien planifica su futuro familiar en la inmediatez de sus propias relaciones personales, cierto es que en el momento en que se piensa en dar el paso no se es ajeno a lo que acontece en el entorno y más allá, pero en ningún caso se abdica de la responsabilidad de las decisiones que han de adoptarse puertas adentro en indefinida espera de cambios globales que permitan vislumbrar tiempos mejores. Indudablemente París puede ser un entorno propicio para una pareja que se plantee tener un hijo, pero mal nos iría si hubiésemos de esperar que todos los hijos viniesen de la ciudad de la luz. Pues con esto del Cambio Climático viene a pasar algo parecido. Cierto es que hubo antes otras ciudades en igual tesitura, pero en 2015 las miradas se dirigen hacia la capital de nuestro vecino país.

Al igual que ha venido sucediendo en ocasiones anteriores, vuelve a plantearse el estéril debate sobre si es aconsejable actuar antes de conocer los resultados de la Cumbre sobre Cambio Climático, o si lo más correcto (especialmente en términos económicos) es esperar acontecimientos. Y así llevamos desde la Cumbre de Río.

Dos universidades norteamericanas acaban de publicar unas preocupantes conclusiones de sus investigaciones sobre las causas que desencadenaron la guerra de Siria. Una guerra que sigue masacrando a la población civil. Y apuntan que uno de los factores que contribuyó a elevar la presión social hasta el estallido bélico, fue la sequía sin precedentes que azotó al país entre 2006 y 2010; una sequía que arrasó prácticamente en su totalidad la agricultura del norte, provocando un masivo desplazamiento de población rural (1´5 millones) hacia ciudades que no estaban preparadas para absorber una avenida humana de tal envergadura. En paralelo la disponibilidad de alimentos se redujo drásticamente, al tiempo que los precios de los cereales se disparaban en los mercados mundiales, ello generó una situación de escasez que afectó de manera dramática a la población infantil especialmente vulnerable, y con ello se multiplicaron las enfermedades relacionadas con problemas de nutrición. El cóctel devino en explosivo al converger con un clima político irrespirable, y con las omnipresentes expectativas de la geoestrategia económica siempre atenta a pescar en río revuelto. Lo peor de todo ello es que las prospectivas climáticas apuntan a fenómenos de este tipo cada vez más recurrentes.

Salvando distancias de todo tipo, vivimos en las últimas semanas en nuestro país fenómenos meteorológicos adversos que están provocando situaciones verdaderamente catastróficas en amplios territorios, tal es lo que se está viviendo en estas fechas en las regiones ribereñas del Ebro, especialmente Navarra y Aragón. Ya hace tiempo que los climatólogos vienen advirtiendo de que se están modificando de forma notable los ritmos estacionales, y de que se están radicalizando determinados fenómenos vinculados a la mayor o menor pluviosidad. Sin obviar la urgente necesidad de atender de forma inmediata a las poblaciones afectadas, conviene reflexionar sobre si estamos dispuestos a cronificar estos episodios, si lo mejor es resignarse a gestionar una política exclusivamente paliativa, o si no sería más aconsejable transitar por la senda de la anticipación y de la política preventiva. Si optamos por la primera hemos de encomendarle la tarea al ministerio de fomento, si en cambio elegimos la segunda habrá de ser el ministerio de medioambiente quien asuma la responsabilidad.

Pero podemos dar un paso más. ¿Por qué no plantear un pacto climático a todas las fuerzas políticas que se presentarán a las próximas elecciones? ¿Por qué esperar a París si el Ebro discurre íntegramente por suelo español?

Los niños no vienen de París