viernes. 29.03.2024

Ilustres costaleros

La lucha por la Secretaría General del PSOE está encendida en las redes sociales y en los medios. Los partidarios de Pedro Sánchez y Susana Díaz mantienen un duelo que muestra la profunda grieta que sufre el PSOE. Los aspirantes a ocupar el puesto copan los titulares como si ese combate personal fuese lo que más le interesa a los millones de votantes, los fieles y los perdidos. Sin embargo  lo que le interesa a los ciudadanos  es como se van a resolver los problemas que les angustian y que les niegan el futuro. El debate de fondo debería ser  qué tipo de soluciones se aportan desde la socialdemocracia, una ideología en crisis que necesita adaptar sus principios a los retos actuales. El nuevo rumbo que  se espera de esta izquierda moderada es que rompa con esa tendencia que le lleva a confundir muchas de sus políticas con la derecha.

La socialdemocracia en la segunda mitad del siglo pasado forjó el Estado de Bienestar y las conquistas laborales y sociales que hoy disfrutamos. Ensanchó el campo de las libertades y persiguió alcanzar una sociedad más igualitaria. Son logros indiscutibles que abrigaron las esperanzas de los más desfavorecidos de las sociedades europeas. En España estas políticas se hicieron realidad muchos años después, porque la dictadura franquista impidió que se hiciera al mismo tiempo que se desarrollaban en Europa. Con la llegada del PSOE al gobierno se modernizó el país, se implantaron las políticas sociales y se avanzó notablemente en el campo de las libertades individuales. Eso es innegable.

El problema está en que actualmente, cuando el poder económico impone sus intereses en una economía globalizada y entra a saco en las conquistas sociales alcanzadas en las últimas décadas, las clases más desfavorecidas no solo no encuentran en la socialdemocracia, que había traído el Estado del Bienestar, la respuesta que esperaban, sino que en algunos casos hasta se convierte en colaboradora de su retroceso. La sociedad resultante de este destrozo es muy distinta a la del siglo pasado, unas políticas fiscales que machacan a los más débiles y favorecen a los más poderosos, empleo precario, salarios de miseria, aumento desaforado del desempleo, frustración y desesperanza en una juventud preparada pero sin futuro obligada a emigrar, en definitiva, un espectacular retroceso en los derechos sociales y un grosero incremento de la desigualdad. Al militante socialista concienciado le subleva esta situación y espera de su partido una actitud más beligerante contra esta situación, y  que defienda posturas alternativas, que  se sea menos “comprensivo” con las medidas que adopta la derecha gobernante. Ese es el mayor problema de la socialdemocracia en estos momentos en los que el capitalismo, libre de marca, ha implantado sus políticas más salvajes, controla al poder político en casi todo el mundo y no está dispuesto a dar ni un paso atrás. Al socialismo sólo le quedan dos caminos, intentar pactar acuerdos tendentes a dulcificar las duras medidas de la derecha, una postura defensiva y  la preferida por los poderes económicos;  o enfrentarse a ellas, que es lo que le reclaman gran parte de sus bases. La peor acusación que se le hace en estos momentos es que su actitud se confunde con la derecha. Los resultados electorales muestran ese desencanto y el abandono consiguiente, porque la gente prefiere el original a la copia (afirmación de Èduard Martin eurodiputado socialista francés y líder sindical). La caída electoral del PSOE no se debe a la disconformidad con su liderazgo, sino a la desconfianza que ha sembrado entre sus seguidores.

Este es el verdadero dilema que deben dilucidar los militantes socialistas, qué proyecto y qué persona lo representa. Pedro Sánchez dice representar a la militancia que reclama la confrontación con la derecha. De hecho en sus actos no se ven demasiados cargos orgánicos ni institucionales y se intuye que sintoniza con el enfado de las bases contra su representantes. A él lo echaron de la Secretaría General de mala manera en una revuelta palaciega protagonizada por los barones porque se oponía a dejar que el PP continuara en el Gobierno, e intentaba armar una alternativa con las fuerzas políticas de la izquierda. Nada nuevo para el PSOE que gobierna con Podemos en varias Comunidades Autónomas y gobernó con Ezquerra Republicana en Cataluña. La respuesta de las bases de la militancia a su candidatura expresa el deseo de gran parte del Partido de sentirse representado por quien está dispuesto a luchar contra la hegemonía de la derecha que tanto daño está haciendo. El PSOE necesita una profunda revisión de sus políticas y de su estrategia. Los triunfos anteriores no sirven como referencia porque los momentos actuales son distintos y requieren nuevas soluciones. Para poder cambiar esta situación y vista la debilidad por la que atraviesan las fuerzas progresistas, se requiere establecer una política de alianzas en torno a unos objetivos comunes. No es creíble que el PSOE pueda llegar a gobernar de nuevo sin apoyos desde la izquierda.

La aparatosa puesta en escena de Susana Díaz en Madrid para anunciar su candidatura ha expresado su idea fuerza: recuperar el Partido ganador de elecciones. Para ello ha echado mano de los veteranos triunfadores y de los representantes institucionales que, como ilustres costaleros, la han consagrado como la esperanza blanca del socialismo español, “elegida por los dioses del socialismo que la cubren con su manto”, según expresa el Presidente de la Comunidad de Aragón, Francisco Javier Lambán Montañés. Pero ahora no es momento de reivindicar “el orgullo de haber gobernado”, ni de “recuperar el PSOE tradicional”, ni de exaltar la personalidad del líder,  ni es el momento de apoyarse en los sentimientos para llegar al corazón de la militancia, menos aún de los votantes. Estos tiempos actuales requieren  ofrecer propuestas a los problemas de ahora y en las condiciones actuales y, sobre todo, de una fortaleza del pensamiento político transformador capaz de convencer a la gente.

El tercer candidato en liza, Patxi López, quiere adoptar la postura de puente entre los vencedores y los vencidos en el Comité Federal que desbancó a Pedro Sánchez. Una noble empresa aunque condenada al fracaso. Cuando las posturas se radicalizan hasta el extremo en que se manifiestan públicamente, no existe puente que pueda unir el largo y profundo tajo que las separa y que tuvo su inició en aquel aciago 1 de octubre de 2016. Una lástima, porque España necesita más que nunca un PSOE actualizado y creíble como motor de un cambio profundo en el panorama político del país.

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