jueves. 28.03.2024

Más Europa, mejor Europa

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El Parlamento europeo necesita una izquierda que en determinadas cuestiones sepa trazar amplias alianzas con los partidos democráticos de índole centrista, democristianos, liberales, partidos verdes…

Puede sonar a lugar común pero no lo es: los retos que imperativamente tiene que afrontar la Unión Europea en los próximos años son decisivos.

El fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos, la cohesión social y las políticas de bienestar social, la consolidación de la igualdad de género, la no discriminación a las minorías, lograr una transición energética respetuosa con el medio ambiente y que frene el cambio climático, mantener el crecimiento y la competitividad del sistema productivo, no perder el tren de la revolución tecnológica, no ser expulsados de las grandes redes de comercio mundial, garantizar la integración de las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, la intervención o no intervención de la Unión Europea en las zonas de conflicto bélico, la paulatina armonización fiscal, la creación de un seguro de desempleo comunitario, el intenso envejecimiento de la población y la caída de la natalidad…. ¡Casi nada!

Esas arduas tareas cuentan con poderosos enemigos dentro y fuera de nuestro continente.

Ni los gobiernos republicanos de Estados Unidos, ni Rusia ni China están especialmente interesados en el fortalecimiento y progreso de la Unión Europea y no desaprovechan la ocasión para demostrárnoslo. Y dentro de nuestras fronteras tenemos la función desintegradora de la extrema derecha y de los nacionalismos, a menudo, y paradójicamente, bien vinculados y/o apoyados por aquellas grandes potencias.

En la medida de que partidos de extrema derecha, ultranacionalistas, xenófobos y antieuropeos gobiernan o sostienen gobiernos en diversos países de la Unión Europea, el caballo de Troya lo tenemos en casa y no cesan de obstaculizar el avance de la integración y cohesión de la Unión Europea, eso sí sin hacer ascos a las inmensas subvenciones, ayudas y ventajas que de ella reciben.

El objetivo común de todos ellos sería la vuelta de Europa al siglo XIX, fragmentada, empobrecida, intolerante y enfrentada.

Es evidente que el Parlamento Europeo, que vamos a elegir el próximo día 26, tiene un papel muy importante, aunque condicionado por los Consejos de Presidentes de Gobierno, el Consejo de Ministros de Finanzas (ECOFIN) y sobre todo por la Comisión Europea. El Parlamento se esfuerza constantemente en marcar líneas de actuación e impulsar políticas que posteriormente sean aprobadas por las demás instituciones comunitarias y en primer lugar por la Comisión Europea. Sin duda legislatura tras legislatura va fortaleciéndose ese papel del Parlamento Europeo.

Y para continuar en esa dirección de democratización de las instituciones europeas, para seguir construyendo una Europa social y de progreso, no resulta indiferente qué nivel de participación haya en las elecciones europeas y cuales sean las opciones políticas triunfadoras.

En esta campaña electoral, al menos en España, no se ha profundizado suficientemente ni en los citados retos ni tampoco en las propuestas de los distintos partidos, más allá de ideas muy generales, con muchas de las cuales es difícil no estar de acuerdo. Tan solo he escuchado análisis e iniciativas de gran interés a Borrell, cabeza de lista de la candidatura del PSOE, amplio conocedor de estas cuestiones y con larga experiencia al respecto. 

El Parlamento europeo necesita una fuerte presencia de la izquierda, en lo que respecta a España, del PSOE y de Unidas Podemos. Una izquierda con propuestas claras, con iniciativa, que no se arrugue ante las dificultades, que tenga como aliados a los sindicatos, a las ONGS y movimientos sociales solidarios, a las organizaciones feministas, a los grupos LGTBI, a los ecologistas…

Una izquierda que en determinadas cuestiones sepa trazar amplias alianzas con los partidos democráticos de índole centrista, democristianos, (un ejemplo de los cuales representa el PNV en España), liberales, partidos verdes… Alianzas que por supuesto incluyan a Macron o a la sucesora de Angela Merkel. Y en otro orden de cosas, a las corrientes progresistas, pacifistas y solidarias de las Iglesias.   

Una izquierda que defienda en el Parlamento una visión globalizadora, sin cortapisas nacionalistas, sin prejuicios proteccionistas, que pueda hacer frente a los intereses de las tres grandes potencias, que promueva  estrechar vínculos con países emergentes como India, México, Sudáfrica, Indonesia, Corea del Sur, Irán o Brasil (esto último más difícil mientras permanezca su actual gobierno extremista). 

La Europa que hoy conocemos es bien distinta a la que existía cuando España se integró en ella hace tan solo 33 años. La Europa del 2024, cuando finalice la próxima legislatura comunitaria, para bien o para mal también será muy distinta a la actual.

En nuestras manos, en nuestras papeletas, está la garantía de que en ese año 2024 hayamos ido superando los retos que hoy tenemos.

Más Europa, mejor Europa