jueves. 28.03.2024

Ahora salen a la luz las carencias en Sanidad y servicios sociales

recorte

Creo que hay una sensación bastante compartida de que el actual gobierno de coalición progresista está afrontando la grave pandemia del corona virus de manera muy razonable, dadas las características de la misma. No quiero ni pensar como hubieran ido las cosas con otro tipo de gobierno de la derecha. No es por tanto el momento de hacerles reproches ni críticas, cuando además no sabemos ni cómo ni cuándo saldremos de esta situación.

Pero que haya ese apoyo o voto de confianza, no quiere decir que la gente de la izquierda no podamos expresar nuestra opinión. Parto de que no soy un experto, aunque a lo largo de mi vida profesional y política he estado estrechamente vinculado tanto al Sistema Nacional de Salud como a los Servicios Sociales y conozco bien sus características.

Lo que se ha puesto en evidencia en estas semanas es algo que los sindicatos de clase y expertos y profesionales progresistas venían denunciando desde hace más de tres décadas

Para empezar, no estaría mal recordar que en los años 2008-2011, en pleno auge de la crisis financiera, políticos de la derecha, expertos de raíz neoliberal, grandes empresarios, etc. declararon que esa crisis estaba cuestionando la esencia de la economía de mercado y las recetas neoliberales en boga y que había que buscar otros modelos socioeconómicos. Incluso el propio expresidente de Francia llegó a proponer formulas socialistas para superar la situación. Cuando a partir del 2014 paulatinamente se empezó a salir de la crisis, todos esos nuevos conversos se olvidaron de sus críticas al capitalismo.

Es cierto que la actual situación es diferente en sus causas y desarrollo a la crisis de hace una década, pero también estamos oyendo promesas y opiniones en nuestro país de que habrá que realizar grandes inversiones en sanidad, servicios sociales y dependencia, I+D+I, diseño del mercado farmacéutico, provisión de empleados de estos sectores, mayor protagonismo del sector público…etc.

El propio presidente del gobierno repite una y otra vez que habrá que diseñar unos presupuestos de “reconstrucción económica y social”, contando para ello con un cambio en las reglas de juego de la Unión Europea, evolución de los techos de déficit y aprobación de una especie de Plan Marshall.

Todo ello esta muy bien, pero esperemos que no se olvide o se desdibuje, una vez hayamos empezado a salir de la pandemia y de sus efectos más graves.

La segunda cuestión a tener en cuenta es el análisis autocritico del Sistema Nacional de Salud, para lo que Pedro Sánchez ha avanzado la iniciativa de un Libro Blanco al respecto. Es un lugar común de que el Sistema Sanitario de nuestro país es de los mejores del mundo, algo que yo no voy a cuestionar. Pero lo cierto es que la pandemia del corona virus lo ha zarandeado a unos niveles muy profundos.

Es evidente que un estado no puede diseñar su sistema de salud como si hacer frente a pandemias como esta fuera algo frecuente o habitual (aunque tengamos que ir pensando que la globalización y la libre circulación de personas y mercancías entraña consecuencias hasta ahora inéditas, que exigen nuevas respuestas). Pero lo que se ha puesto en evidencia en estas semanas es algo que los sindicatos de clase y expertos y profesionales progresistas venían denunciando desde hace más de tres décadas.

En los años 80 y primeros 90 formé parte de la Comisión Ejecutiva Estatal del INSALUD y de su Consejo General. Guardamos las numerosísimas actas en las que Blas Aguera, Fernando Puig y yo mismo, planteamos reunión tras reunión, año tras año, la insuficiencia presupuestaria, las carencias de personal y a la vez sometimiento a las presiones corporativas de cuerpos de profesionales, las insuficientes dotaciones de equipamientos o por el contrario adquisiciones de material carísimo y de muy reducida utilización, la falta de planificación racional en la construcción de centros hospitalarios, el enorme gasto en productos farmacéuticos en manos de grandes empresas sin suficiente control y sin apoyar la producción y desarrollo de los genéricos, los retrasos desmesurados en el pago a proveedores que encarecían las compras, la falta de apoyo e impulso a los ámbitos de investigación públicos, el insuficiente aprovechamiento de las instalaciones y de los profesionales coexistiendo con un creciente protagonismo de la sanidad concertada, a menudo más cara y de peor calidad, las tímidas medidas de adquisición centralizada de productos y equipamientos ….y un largo  etc.

Tampoco se avanzó en un objetivo central como es la coordinación sociosanitaria, que se diseñó y propuso por el INSERSO en los años 90 y a la que se dio largas en los ámbitos de mayor responsabilidad del Sistema Nacional de Salud (no así en muchos responsables intermedios y cualificados profesionales de ambos sectores), como tuve ocasión de comprobar en las numerosas reuniones que se celebraron en la segunda mitad de la década de los 90 y primera mitad de la década del 2000.

Igualmente se puso de manifiesto las limitaciones derivadas de la fragmentación del Sistema Nacional de Salud en 17 Servicios Regionales de Salud, que si bien es un mandato constitucional incuestionable, acarrea deficiencias en su actual funcionamiento, desequilibrios territoriales en la oferta y la demanda (algo que se ha evidenciado en estas semanas), carencias de planificación y coordinación, con consecuencias en la eficacia y eficiencia del gasto económico y de calidad y rapidez en la atención a la ciudadanía

No nos hicieron caso. Y todas estas fallas estructurales que estaban presentes en el INSALUD, todavía en gestión centralizada, se mantuvieron y en algunos casos aumentaron en la medida en que se iba transfiriendo a las Comunidades Autónomas.

Terminado el proceso de transferencias, en el Comité Consultivo del Sistema Nacional de Salud los representantes de CCOO y UGT seguimos en la misma dirección y redoblamos nuestras exigencias a partir de los recortes que se sucedieron en prácticamente todas las Comunidades Autónomas, con motivo de la crisis del 2007.

Todo ello se conocía, pero se ocultaba y se prefería poner la atención y la propaganda en los buenos resultados de un tema importante pero muy parcial como es el Sistema Nacional de Trasplantes.

Aun mas precaria ha sido y es la situación de los centros residenciales.

El INSERSO en las décadas de los años 80 y 90 desarrolló una importante red de equipamientos para personas mayores y para personas con discapacidad, que fue perfeccionando y mejorando a lo largo de los años, tanto en su diseño arquitectónico, de servicios disponibles, de plantillas de personal, de medios y programas. La calidad de la atención fue creciendo de manera indiscutible, aplicando las experiencias mas novedosas de los países mas avanzados socialmente. El INSERSO también tenía una red de centros concertados, sometidos a una normativa y a un control muy estricto para garantizar la calidad de la atención a las personas usuarias y unas buenas condiciones a los profesionales. Es evidente que la atención residencial, sobre todo para las personas con gran dependencia, no resultaba barata.

En la medida que se fueron realizando las transferencias a las Comunidades Autónomas, estas priorizaron la concertación con entidades privadas, lucrativas y no lucrativas, relegando el papel de la gestión publica directa y relajando de manera evidente las exigencias a las privadas. Es cierto que no en todas las Comunidades Autónomas el proceso de reducción de la iniciativa pública y la relajación de las exigencias a la iniciativa privada ha sido igual, como también es verdad que hay centros residenciales, lucrativos o no lucrativos, con un excelente funcionamiento y calidad en su atención, con buenas instalaciones y adecuada dotación de personal.

Pero el notable crecimiento de la oferta residencial privada, con la disponibilidad de muchas nuevas plazas residenciales y sensible reducción de las listas de espera, se ha hecho a costa de la calidad de la atención y de la idoneidad de las instalaciones y de dotación de personal.

Ante una pandemia como la actual, la mayor parte de las residencias privadas no estaban en condiciones de garantizar los cuidados precisos, ni de prevenirlos ni de atenderlos, y las muertes se han disparado.

A este respecto no podemos olvidar que nuestro país, a pesar del crecimiento de los servicios sociales en los últimos 30 años, está aun lejos de los niveles de los estados socialmente mas avanzados, lo que se agudiza por el intenso envejecimiento de la población. Los recortes en atención a la dependencia, que han protagonizado todas las Administraciones Publicas en los últimos años, han agravado estas carencias.

La frustración de las iniciativas de coordinación sociosanitaria, a lo que ya me he referido, también está pasando importante factura en una situación de imperiosa necesidad de funcionamiento al unisonó del Sistema Nacional de Salud y de los Servicios Sociales.

Salir de esta situación no va a ser fácil, ni rápido, ni desde luego barato. Las alternativas son conocidas por todas personas e instituciones que se mueven en el ámbito de la Sanidad y de los Servicios Sociales; lo que falta es voluntad política sostenida en el tiempo por parte de la Administración General del Estado y de las Comunidades Autónomas. El gasto considerable que debería hacerse en los próximos años, redundaría en la salud y en la calidad de vida de la ciudadanía y tendría un intenso efecto de creación y mejora del empleo en unos ámbitos muy intensivos en mano de obra.

Todo serian ventajas, a pesar del necesario incremento de la presión fiscal. Que no se les olvide mañana a quienes hoy parecen descubrir estas necesidades y carencias.

Ahora salen a la luz las carencias en Sanidad y servicios sociales