martes. 23.04.2024

La envidia y las ínfulas, origen de la corrupción

El español medio mira con muy malos ojos el éxito ajeno si aquél se logra mediante el esfuerzo continuado y el mérito...

Ya en el XIX, Donoso Cortés afirmaba: “La corrupción corroe todas y cada una de las costuras del tejido español”. No parece que los cambios de siglo hayan desarraigado esta plaga. A mi juicio porque camina pareja con ciertas—y detestables—pulsiones ibéricas: la envidia y las ínfulas.

Conseguir lo mismo que el de enfrente… pero sin esfuerzo

El español medio mira con muy malos ojos el éxito ajeno si aquél se logra mediante el esfuerzo continuado y el mérito. El ascenso profesional limpio, honrado, difícilmente se perdona.  Refleja al envidioso y pretencioso lo que no ha sido capaz de lograr. Y no lo soporta. Le achicharra el espíritu. Conseguir un ascenso profesional limpiamente o una cierta prosperidad económica honrada desata, en el entorno, una inquina desaforada que suele justificarse con las explicaciones más peregrinas.

Por el contrario, se  admira al trepa, a quien se enriquece mediante el pelotazo y el chanchullo. A quien asciende “arrimándose a” aunque no sepa hacer la O con un canuto. Se le considera un “tío listo” y no pocas veces alguien “con un buen par de cojones”. Probablemente porque las nutridas raleas de envidiosos, presumidos y mediocres se identifican  con quienes medran a través de sinuosos atajos. Aspiran a lo mismo. Son los suyos. Tan solo esperan el turno para incurrir en idénticas conductas… ¿Cómo van a condenarlos? Quienes aun se extrañan ante el escaso rechazo social de la corrupción deberían reflexionar sobre esto último.

Y en realidad, la corrupción no es más que un instrumento de lo anterior… es decir, lograr lo mismo que el de enfrente pero eludiendo el esfuerzo de éste. ¿Y por qué? Desde luego no por el espíritu de emulación propio de los países anglosajones, sino porque millones de españolitos envidian al prójimo y quieren lo mismo. Sin otra finalidad que la ostentación, presumir, calmar unas pretensiones por lo general muy por encima de su capacidad y mérito.

Así, en España, para alcanzar una posición social decorosa lo mejor no es esforzarse, sacrificarse, sino “arrimarse a X”. Contar con el amigo adecuado en el puesto adecuado. Una vez que X se haya fijado, el siguiente paso es mostrarse extraordinariamente sumiso y… ”algo caerá, algo caerá”. Una mirada al casposo empresariado patrio (especialmente en los niveles más altos) confirma lo dicho sin margen de duda.

Lo anterior acarrea una multitud impresionante de incapaces en puestos muy importantes. Tanto en el servicio público como en la empresa privada. De ahí deriva una alarmante ineficiencia, pues al anidar muchos incompetentes en puestos primordiales los más valiosos se adocenan en labores por debajo de su cualificación y potencial. Esto conlleva que gran cantidad de trabajo, proyectos, planificaciones y seguimientos se realicen mal. Unas veces por impericia y otras por desmotivación de los mejores. No en vano miles, docenas de miles de personas preparadas deciden abandonar nuestro país. Y nada empobrece más a una nación que la huída de sus mejores cerebros.

En el ámbito económico-político, el germen de la corrupción acentúa el  esquema. “Si ese fulano cambió de piso y ahora vive en un chalet y, además, se ha comprado un velero para pasear a su amante, yo tengo que hacer lo mismo”. Probablemente quien así piensa no necesite nada de lo anterior, pero le duele el bienestar ajeno y precisa otra cosa: presumir, ostentar, “que se fijen los demás en lo que tengo”. La familia, los vecinos, los amigos de la infancia, los amigotes cotidianos… todos han de ver el nuevo coche de alta cilindrada, el chalé, la amante, el yate…

Y como a buen seguro aquel sujeto carece de talento empresarial (ingrediente muy escaso en España) ha de recurrir al fraude fiscal, la explotación laboral y el cohecho. No le faltarán concejales provincianos que extiendan sus zarpas a cambio de la oportuna concesión de obra pública  que enriquezca al “empresario” (con nuestro dinero) y contribuya, a su vez, a sostener al político. Ambos ávidos de exhibirse en su entorno, mostrarse encantados por haberse conocido, asegurándose que todos contemplan su coche, su casa, su ropa de marca, el culo de su amante y la puta que los parió.

A modo de conclusión, triste conclusión

Por más que reformemos nuestras leyes, dudo mucho que se acabe con la corrupción. Esta enfermedad social no deriva de legislaciones lasas, sino de las perniciosas pulsiones  de envidia y presunción, por desgracia demasiado arraigadas en el alma ibérica. Mucho me temo que inherentes, indisolubles.

En España, país donde se penaliza el esfuerzo y se premia la trampa nunca se erradicará la corrupción aunque en etapas de bonanza se tape entre oropeles de consumo. Quienes creemos que la recompensa está en el esfuerzo lo llevamos crudo. Somos los tontos, los “lilas”, los “pringaos”… Si este es su caso, ¡Bienvenido al club!

La envidia y las ínfulas, origen de la corrupción