jueves. 28.03.2024

Soy escéptico, pero al menos…

balcones

El primer aspecto positivo que nos ha traído la pandemia a la mayoría de la población, mínimamente preparada para pensar, ha sido pensar. Pensar y no sobre temas de caducidad inmediata, o ligeros, o frívolos sino sobre el futuro de la humanidad: de dónde venimos, a dónde vamos, quiénes somos. A algunos este pensar sobre los grandes temas de la Humanidad, les ha supuesto un shock y han decidido optar por la abstracción, el surrealismo, el simbolismo, incluso el hiperrealismo o el romanticismo. Sin duda los más equilibrados son los realistas de Madrid. Son conscientes del peligro de sus riesgos, pero mantienen la calma, renuncian a la alharaca, de la que nunca fueron partidarios, y dedican su tiempo a lo cotidiano, siendo conscientes, como siempre lo han sido, de la levedad del ser y del sol del membrillo. Eso les mantiene en un equilibrio tibetano y lúcido. Por otra parte y en cualquier caso, pensar es muy saludable y no era frecuente antes del virus. Se lo habíamos dejado a los filósofos que por eso es su profesión y algunos hasta cobran por ello.

Luego hemos visto por la tele, hemos leído en nuestro whatsapp, incluso en la wikipedia, -que no estudiado- qué hacen los epidemiólogos, los virólogos, los inmunólogos; qué es un virus y qué una bacteria, qué un triaje, qué una mascarilla ffp2 y qué un coordinador de emergencias, qué un rastreador y qué es trazabilidad en una enfermedad contagiosa.

En lo diario muchos se han dado cuenta de la importancia del papel higiénico, de lo conveniente que es lavarse las manos, de lo oportuno que es tener perro, de lo difícil que es convivir las 24 horas del día, durante varias semanas, con las mismas personas y lo sano que es estar solo algún tiempo.

La mayoría de los trabajadores, durante el tiempo de confinamiento, han echado en falta el ajetreo y bullicio a su alrededor, hacia el trabajo, en el trabajo y desde el trabajo; han desgastado el móvil explotando la tarifa plana, hablando con gente con la que llevaban años sin hablar. Hemos descubierto el valor del jabón, y del jamón, en tiempos de crisis.

Hemos llegado a la conclusión que muchas cosas se pueden hacer desde casa, además de pedir una pizza. Por ejemplo, discutir de fútbol por videoconferencia con el colega, sin llegar a las manos.

Hemos conseguido demostrarnos que los grandes centros comerciales nos consumen el bolsillo y que se puede vivir con menos money. Y que con Card se puede llegar a números rojos sin tocarlo ni infectarlo. Hemos visto la ciudad transitada por cientos de furgonetas de reparto y se ha vislumbrado una nueva cadena más sencilla, -un solo eslabón-, rápida y barata: desde el productor al consumidor.

El ahorro de tiempo ha sido otro de los grandes descubrimientos para los habitantes de las grandes ciudades. Al principio estábamos desorientados pero luego sacamos todos los puzzles que teníamos sin terminar, los que teníamos sin empezar y al final nos dedicamos a limpiar la casa con obsesión enfermiza, a encender el horno eléctrico después de despejarlo de todos los cachivaches que teníamos allí en prisión preventiva, y a construir y deconstruir pan, bizcochos, magdalenas, galletas. Al principio se nos reconocieron nuestros méritos y nos vinimos arriba, pero habíamos tocado techo y se perdió la emoción. Volvimos a profundizar, sumergiéndonos en Master Chef, para descubrir nuevas cocinas en nuestra nueva orientación, o desorientación, profesional.

No está claro que el tiempo sea oro. Es mucho más. Debe ser ocio, disfrute, relación, amistad, amor, comer, pasear, leer, reír, etc. Lo hemos aprovechado para barrer, fregar, cocinar, limpiar, amar y salir al balcón para hablar con los vecinos. Hacer ejercicio sin haber probado en la vida y montar en bici sin mascarilla y tirando del perro. Hemos reinventado nuestro tiempo y le hemos dado su verdadero  y trascendental valor.

Hemos descubierto a gente insistentemente irracional, a egoístas descarados y descastados, que les viene de casta. Rebeldes sin causa, amantes de la libertad sin responsabilidad, en espectáculos decadentes, con estandartes fúnebres, contagiándose de muerte. Como el famoso novio. Mala gente que camina.

Pero nos hemos encontrado reconfortados por los otros. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan.

Soy escéptico, pero al menos…