jueves. 28.03.2024

España es una fiesta

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Al parecer lo es para algunos. Hemos promocionado durante tanto tiempo esa estampa de España que ahora se nos viene encima. Pero como siempre debemos hacer, vamos por partes, es decir a destripar lo que podemos cada cual entender por esta aseveración. Porque, desde luego, no todos entendemos lo mismo, en base a lo que está sucediendo estos días. Recuerdo el conocido chiste de Gila en el que con una broma en fiestas muere un paisano y ante la protesta airada de la madre, le contestan: ¡Es que no sabe aguantar una broma!

Hay gentes que desean que este país esté en fiesta todos los días y van de farra en farra todo el año. Se estudian planificadamente el calendario y viven como si no hubiera mañana. Han hecho del Carpe diem su bandera. Peor, han inscrito la sentencia sobre nuestra bandera. Y por sus santos cojones, los demás debemos aguantar todo tipo de fiestones, bañados siempre en enormes cantidades de líquidos alcohólicos, con los correspondientes desastres personales, sanitarios, urbanos, molestos, que pagamos todos.

Evidentemente no es que en otros países no exista diversión. Pero aquí una serie de actuaciones institucionales, especialmente municipales, de sectores comerciales privados, de la hostelería y del consumo, patrocinan, promueven, fomentan, animan y se benefician lucrativamente de este tipo de actividades y las incluyen, todas, en la historia y la cultura de nuestros pueblos. Barniz, con pretensiones antropológicas (i), que las confiere una denominación de origen certificada que sirve para pasar todos los controles morales, sanitarios, policiales, de orden público, etc., a pesar de que exceden, con mucho, los limites regulados para las actuaciones que se realizan.

En su defensa se traen a colación los beneficios que aportan a nuestra economía, a nuestra imagen internacional, a nuestro empleo, a nuestro turismo, a nuestra aportación cultural al patrimonio inmaterial de la humanidad. De tal forma que todas ellas se han convertido en una enseña característica de nuestro país. De nuestros países, si a algunos les gusta más, dada la diversidad de fiestas y la competencia que entre las diversas comunidades se establece.

La diversión, el entretenimiento, el ocio, la fiesta, son consustanciales con el ser humano. Toda celebración supone una disrupción en positivo de la rutina cotidiana, del trabajo y por tanto supone la entrada de aire fresco, de nuevos estímulos en nuestras vidas que, generalmente, compartimos con otros. Eso  lo hace más estimulante socialmente y mucho más saludable para nuestra vida física y mental.

Hace algunos años un sociólogo escribió un artículo en Le Monde Diplomatique en español sobre la gravedad y frecuencia de los accidentes de tráfico de los jóvenes franceses en fin de semana. Resultado inmediato de la fiesta junto con el alcohol y estupefacientes. Es equiparable a nuestro país. Hemos ofrecido frívolamente coche y fiesta como símbolos de libertad en contraposición  a la vida y al trabajo, como opresión y explotación. La sociedad tiene la responsabilidad de ofrecer otros medios a los jóvenes para conseguir una vida estimulante y una libertad responsable, frente a las dificultades de la vida y la explotación en el trabajo.

Además de su fase de desarrollo cerebral (ii) y hormonal, el joven, en nuestras sociedades, sufre de sus incertidumbres, de sus frustraciones, de las tensiones laborales, familiares, relacionales, del consumismo. El único escape que encuentra es el mundo de la evasión y del riesgo. Toda la juventud no responde, ni mucho menos, de la misma manera. La evasión puede ser una suerte de sublimación creativa en positivo y el riesgo un reto frontal al entorno. En esas situaciones, que en algunos casos son límites, pueden producirse comportamientos antisociales.

Deducir que la juventud es antisocial, antisolidaria, egoísta, disoluta, fútil es en primer lugar generalizar, invisibilizando comportamientos más extendidos y frecuentes; y  en segundo, caracterizarla con idénticos calificativos que podemos asignar a sectores sociales de todas las edades.

Hemos alimentado al monstruo que ahora nos exige más y más carne. España era para algunos, jóvenes y no jóvenes, una fiesta continua. Y eso, por ahora, se acabó. Lo que no te mata te debe hacer más fuerte, no más tonto.


(i) BYUNG-CHUL HAN. La desaparición de los rituales. Herder Editorial. Barcelona. 2020
(ii) QUINTERO, Javier. El cerebro adolescente. Una mente en construcción. Neurociencia&Psicología. 2018

España es una fiesta