jueves. 18.04.2024

De vuelta al pesimismo del noventa y ocho

"MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada". Ramón María del Valle-Inclán.


No suele ser precisamente muy boyante nuestra autoestima como país, sobre todo a raíz de la crisis financiera de 2008, aunque desde la aparición de esta ya larga pandemia nos precipitados cada día que pasa hacia un pesimismo existencial, como ya nos ocurriera en el 98 en los albores del siglo XX.

Entonces, a raíz de la pérdida definitiva de las últimas colonias, se produjo, junto a la crisis económica un clima de pesimismo intelectual y también de regeneracionismo en lo político, frente al caciquismo y el turnismo (el arrecife de coral que impedía a las nuevas plantas emerger hacia la superficie, en una afortunada metáfora del presidente Azaña), con la mirada puesta, para unos en la nostalgia sobre el ser profundo de España y el cirujano de hierro y para otros en la modernización asociada al progreso social y a la integración en Europa. De entonces provienen también los tópicos del individualismo español, el partidismo como bandería y la administración entendida entre el botín político y el desentendimiento burocrático.

Para el noventayochismo de hoy, reverdecido como consecuencia de la pandemia, nuestros gobiernos siempre llegan tarde, sus decisiones son erróneas o insuficientes, los partidos nunca se ponen de acuerdo, no existe coherencia ni liderazgo en la gestión ni en el mensaje, y como consecuencia cunde el desconcierto entre los ciudadanos, y la sensación de agravio permanente entre los sectores afectados, todo ello dentro de un tejido económico anacrónico y desequilibrado. En resumen un estado de ánimo pesimista.

Es verdad que este clima de pesimisno no ha aparecido de pronto. Surgió primero a raíz de la crisis financiera y de las políticas económicas neoliberales de austeridad, con su ataque y desprestigio de lo público para justificar los recortes y privatizaciones, que luego se tradujeron en malestar social y desconfianza política como caldo de cultivo de la indignación ciudadana y de la posterior respuesta populista así como de la independentista.

Con todo ello, entró también en crisis el relato de la épica del consenso de la Transición y más tarde, debido a los casos de corrupción sistémica de la política y las instituciones del Estado, y más en particular, en la jefatura del Estado y la casa real, ésta se extendió hasta devaluar la ética civil e incluso la estética modernizadora que habían formado parte de las bases de la legitimación de la democracia del 78.

También la respuesta que al final del diecinueve encabezaron los regeneracionistas (el historicismo y la reivindicación de los símbolos y tradicionales) hoy han sido objeto de agitación de nuevo por los populismos conservadores tanto españolistas como nacionalistas. Así como, por parte del populismo de izquierdas, con el falso relato de la Transición como una ruptura democrática traicionada.

Sin embargo, no ha sido hasta el nuevo gobierno progresista de coalición, que ha resurgido con más fuerza la nostalgia del hombre providencial y de la monarquía absoluta, mediante la manipulación de la Constitución reinterpretando los papeles del rey y del poder judicial como garantes de la unidad de la patria y de la razón de Estado, al servicio del discurso de la extrema derecha.

Lo que se ha generalizado también hoy es un clima populista, más allá incluso de los nuevos partidos, que aprovechando la incertidumbre provocada por la pandemia y el malestar de las medidas restrictivas para contenerla, achaca hoy todos los problemas a la política, a los gobernantes y las instituciones intermedias como el parlamento, las CCAA, los partidos o los sindicatos, y en definitiva al sector público, del que solo se salvarían los expertos llamados independientes, algunos medios de comunicación y los sufridos ciudadanos.

Sin embargo, una catástrofe como la pandemia en curso no puede ser nunca el indicador de la adecuación del modelo de organización del Estado ni de la administración construidos para gobernar la normalidad, ni por otra parte el actual funcionamiento del sistema político, de los servicios públicos ni mucho menos de los resultados de la sanidad en España pueden considerarse en absoluto de forma negativa a la luz de la pandemia. Si no es, a partir de un clima populista y un estado de ánimo pesimista que se sirve de los tópicos para simplificar la complejidad e impedir el análisis de los problemas concretos y sus posibles soluciones.

En primer lugar el tópico de 'que inventen ellos' y por tanto del menosprecio de la ciencia y la técnica en general y en particular en la gestión de esta pandemia.

Porque si bien deja mucho que desear el presupuesto y la atención a la investigación científica, éstos no ha sido uniformes en el tiempo ni con todos los gobiernos, sino que ha sufrido los más brutales recortes a raíz de la crisis financiera y de su gestión conservadora por parte de los gobiernos del PP.

Pero de lo que no cabe duda es de que las decisiones sobre la pandemia han sido informadas por expertos propios y externos en la línea marcada por los organismos internacionales de salud pública.

Quizá, el problema haya sido por el contrario el exceso en la retórica científica para respaldar decisiones que son siempre políticas y asimismo el error de comunicación del affaire confuso del comité de expertos que hubiera sido necesario aclarar.

El problema principal que se elude con la acusación genérica de menosprecio de la ciencia, es la marginación concreta de la salud pública, también por parte de los gobiernos de la derecha que bloquearon el desarrollo reglamentario de la ley general de salud pública aprobada en 2011, todo ello unido al olvido de la atención primaria y la salud comunitaria, casi desde los años noventa, en favor de la hipertrofia hospitalaria, de la técnica reparadora y la farmacopea, y como consecuencia la incapacidad hoy de enfrentar la sindemia de las patologías crónicas y de los determinantes sociolaborales de riesgo.

Pero sobre todo oculta la defensa por parte de sectores de la extrema derecha, con la aquiescencia de la parte madrileña de la derecha y su entorno, de la la prioridad de la economía frente a la salud pública con la llamada inmunidad de rebaño y el consiguiente ataque a las figuras representativas de la lucha contra la pandemia, antes incluso del nonato comité de expertos.

Otro tópico es convertir a la política en general y a los políticos como el principal problema de España ante la pandemia, debido a la dinámica del antagonismo, la polarizacion y la falta de liderazgo.

Sin embargo, se ignora con ello que el problema tiene nombres y apellidos y que no es otro que la negativa de la derecha a admitir los resultados electorales, y la posterior deslegitimación del gobierno PSOE_UP, llegando hasta el límite de la criminalización del gobierno por parte de la extrema derecha. También elude el clima populista asumido ya por buena parte de los actores políticos, mediáticos y de la opinión pública desde la crisis económica y en particular en esta pandemia.

A pesar de todo ello, está todavía muy lejos del obsoleto sistema electoral, la polarización, el no desconocimiento de los resultados y la negativa al traspaso de poderes de las recientes elecciones norteamericanas.

Resulta también especialmente inadecuado el tópico de la ineficacia del modelo descentralizado como actualización del caciquismo de la Restauración. Cuando lo cierto es que incluso ante la emergencia de la pandemia no se ha comprobado que la centralización y el mando único sea sinónimo de eficacia.

Es verdad que el paso del mando único a la cogobernanza ha puesto de manifiesto primero la debilidad del ministerio de sanidad y luego de los mecanismos de coordinación. Aunque las principales flaquezas que se han puesto de manifiesto tienen que ver sobre todo con la instrumentalización de las mismas para la confrontación política.

El problema que se ignora son los negativos efectos del recorte del Estado social y de la sanidad pública y su transformación en un nicho de negocio. Pero sobre todo, con esta descalificación genérica, se elude la influencia de la precariedad y la desigualdad social sobre la transmisión de la pandemia y luego sobre la capacidad de rastreo, detección y contención.

Por otro lado, también se agita el tópico tradicional de que 'no se nos puede dejar solos', ahora sobre una supuesta mala gestión de los fondos europeos y el consiguiente complejo de inferioridad ante Europa.

Y es que no es cierto que los hayamos ejecutado poco y mal, porque se constata lo contrario: que hemos estado, aunque con retrasos, por encima de la ejecución de los llamados países frugales, y que la baja ejecución de aquellos fondos que exigían cofinanciación ha estado ante todo condicionada por los escenarios financieros y el cumplimiento obligado de los compromisos de déficit y deuda pública.

Por tanto, el rechazo de algunos hacia la gestión de los fondos europeos por parte del gobierno y la exigencia de un órgano neutral y técnico, habría que situarlo en la deslegitimación del resultado electoral. Otra cosa bien distinta es la conveniencia de marcos de acuerdo entre las administraciones así como de evaluación y control riguroso de los fondos en el parlamento.

Tengo que rechazar por último los tópicos del individualismo español y del despotismo de las medidas restrictivas para contener la pandemia, cuando en general se reconoce que las medidas han sido proporcionadas a la incidencia de la pandemia y que la ciudadanía ha sido un ejemplo de disciplina y coresponsabilidad. Lo que sí se ha demostrado es que las normas no bastan sin pedagogía y si no van acompañadas de recursos que permitan cumplirlas a los sectores más vulnerables para no provocar nuevas discriminaciones añadidas a las que ya provoca una pandemia que va por clases, barrios y grupos étnicos. Una pandemia de clase.

noventayochista: adj.
De la Generación del 98 o relativo a ella: pesimismo noventayochista.

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