jueves. 28.03.2024

La otra pandemia populista

prensa

Parece que al tiempo que crece la segunda ola de la pandemia de la covid19, retrocede la ola populista que llegó hace poco tiempo a los principales gobiernos, y sin embargo, permanece un clima revuelto tardopopulista en la política, en los medios de comunicación y entre una parte de los ciudadanos.

Nos vamos volviendo viejos, como decía la canción. Antes escuchaba, veía o leía los medios de información con atención e interés, algunas veces, todo hay que decirlo, con sorpresa o con inquietud, ante un alineamiento político tan firme que para sí quisieran las direcciones de los partidos políticos y sus conocidos y tópicos argumentarios.

Ahora, sin embargo, cuando escucho o leo los editoriales a primera hora de la mañana y cuando oigo o veo, incluso participo en las tertulias o atiendo a las entrevistas en la calle a los ciudadanos, no puedo evitar empezar a moverme de la sorpresa, al malestar y a veces a la indignación.

Lo normal últimamente es que las informaciones de muchos medios comiencen con términos poco elogiosos como la bronca y la incapacidad para el acuerdo o el cruce de insultos en el parlamento, continúen otras veces con la politización de la justicia o la judicialización de la política y terminen con las discrepancias entre el gobierno y las CCAA o los municipios, o viceversa, todo ello en las más diversas materias, aunque en los últimos tiempos, como es lógico, con particular atención a la pandemia.

Todo ello tratado en contraste o en oposición a los datos negativos y a las consecuencias dramáticas de la pandemia, lo que introduce connotaciones cargadas de emotividad y sobre todo con respecto a la situación crítica de los sectores económicos y sociales más afectados por las impopulares medidas de distanciamiento, cierre y restricción de horarios y actividades dictados por los respectivos gobiernos. El primer problema es que no se escucha con la misma intensidad la voz de los enfermos ni la de quienes son el objetivo de las medidas de protección frente la enfermedad, y mucho menos la de los ausentes como consecuencia de la pandemia.

Es cierto que luego aparecerán en los reportajes de los suplementos semanales de los diarios o de los programas de fondo de las radios y las televisiones.

Quedan, con ello, asimismo en un segundo plano, el trabajo callado de las comisiones y ponencias parlamentarias, como los importantes esfuerzos de los gobiernos central, autonómicos y locales, de distinto signo, tanto en la contención de la pandemia como en la protección de los sectores más vulnerables. Y también los acuerdos sociales y políticos que habitualmente los sustentan. Así ha ocurrido con el dictamen del Pacto de Toledo sobre el futuro del sistema público de pensiones. Sin embargo siguen resultando más atractivas las excepciones que la norma y la emotividad que los fríos números y la razón.

Dirán ustedes que contar eso es su obligación, como ser críticos e incómodos para los gobiernos y para las instituciones y con ello no dejarán de tener razón. También dirán que las responsabilidades de la polarización, confrontación y teatralización políticas han sido de los propios partidos y su deriva populista, acentuada con la crisis financiera de 2008 con las políticas de austeridad que han estado en la base del malestar social, de la desconfianza y la desafección política, y tendrán razón de nuevo.

También es verdad que, fue a partir de entonces, en primer lugar en los nuevos partidos y luego los nuevos dirigentes de los partidos tradicionales, se apuntaron al relato y al discurso populista sobre la transición traicionada, el pueblo sometido a la casta corrupta y la democracia representativa y las instituciones intermedias, como el parlamento o los partidos, descalificados por impotentes y cómplices. De ahí a la personalización, teatralización y simplificación de la política, como producto fungible de consumo, y la ficción de una democracia digital sin intermediarios no hubo más que un paso.

Sin embargo, después de un largo periodo de inestabilidad, hemos vuelto a la dialéctica derecha izquierda, pero está vez en forma de bloques, como consecuencia ha salido adelante una moción de censura y se ha configurado una mayoría de investidura articulada en torno a la coalición progresista de PSOE y UP. En el bloque de la oposición conservadora se ha incorporado junto a la derecha y el nuevo centro, una extrema derecha que con una visión patrimonialzadora y excluyente de la Constitución y de sus símbolos, pretende continuar beneficiándose de la indignación antisistema y el populismo autoritario. Es verdad que a pesar de ello la retórica y las tácticas populistas no solo se mantienen sino que se han generalizado, y al parecer, y lo que es más preocupante, no solo en el ámbito de la política sino también en el de muchos medios de comunicación.

Por eso no deja de sorprenderme y a veces de inquietarme que la imagen trasmitida por los medios de comunicación, cada día de forma más insistente, sea la contraposición sistemática entre los ciudadanos y la política, entre la sociedad y sus instituciones representativas, y más en concreto y en plena pandemia, entre los afectados por sus consecuencias sanitarias y sociales frente a la gestión de los gobiernos o el papel de la oposición, dependiendo de la orientación progresista o conservadora del medio emisor, pero unas y otras coincidentes en la crítica, a veces demoledora y desabrida de los políticos, la política y las instituciones, cuyo tratamiento oscila permanentemente de la blanda equidistancia hasta la más dura antipolítica.

Esto no siempre había sido así. Muy al contrario, hemos conocido unos medios de comunicación imbuidos por la responsabilidad con la construcción de una opinión pública, propios del periodo de la Transición y luego por lo políticamente correcto en la aburrida estabilidad bipartidista, y en todos con el a priori compartido de la dignidad y de la respetabilidad de las instituciones democráticas. Quizá demasiado responsables y correctos, a tenor de lo ocurrido por ejemplo con la jefatura del Estado, la financiación ilegal de los partidos y con algunas Baronías autonómicas.

Ahora, hace algún tiempo que, en el habitual movimiento de péndulo, entre algunos medios, como entre los partidos -más de los esperados-  se ha dado un salto mortal sin red, directos a la agitación de las emociones, a la información como producto de consumo y a la antipolítica, tan propios del periodo populista. El problema es que en ello seguimos.

Últimamente, después de cada dato de la pandemia, se acude al experto, no para completar la información sino con la intención de abundar en la idea de que se margina a la ciencia por oscuros intereses políticos, se llega tarde o de que las medidas son incongruentes o insuficientes. O después de cada medida restrictiva de los gobiernos, inmediatamente se acude a la opinión de los ciudadanos o de los sectores afectados para abundar en el agravio económico o de movilidad. Con ello, se agita la incompetencia política y el agravio ciudadano, sin entrar a la incertidumbre y la complejidad de conciliar informaciones e intereses en la gestión política de la pandemia.

Es verdad que no ha ocurrido solo en España, que todo ello tiene causas objetivas en la desigualdad económica y la consiguiente polarización y deterioro de la política, por supuesto. Pero también que es el efecto de la durísima competencia entre los medios y de éstos con las redes sociales, que son las responsables últimas de que se haya normalizado lo peor de la polarización, las fake news y la teoría de la conspiración, y que todos lo achacarán al ciudadano consumidor, individualista y narciso del 'porque yo me lo merezco', en que los medios tradicionales tienen muy difícil competir. Todo eso es cierto, aunque la pandemia compartida no sirva de mucho consuelo.

Con ello, los partidos se siguen presentando a los ciudadanos entre el epítome de la casta oligárquica y corrupta, y el de unas organizaciones sin trayectoria llenas de paniaguados sin oficio que no saben dónde tiene la mano derecha y dirigidos por recién llegados que carecen del nivel y la experiencia y los valores necesarios para gobernar. En consecuencia, se caracteriza a las instituciones democráticas de obedecer ante todo a sus intereses y de ser, con carácter general, burocráticas, con mecanismos de funcionamiento oscuros y poco fiables y por supuesto caras e ineficientes.

Para a continuación contraponer tanto a unos como a las otras al buen pueblo, depositario de las virtudes que a sus representantes se le niegan, entendido además como un todo y que es esencialmente la víctima inocente de la política y los políticos desaprensivos. Como un consumidor que a priori siempre tiene razón.

En resumen, se agita de nuevo el relato populista de pueblo contra casta, de unas instituciones alejadas de la realidad y unos políticos interesados y cortoplacistas. El problema es que, aparte de la injusta generalización, no hay a la vista otros beneficiarios que los enemigos de la democracia.

En definitiva, no hay razones para la nostalgia de tiempos pasados, pero sí para la preocupación, precisamente en los momentos críticos de una larga y agotadora pandemia a la que lo último que le faltaría sería añadirle otra pandemia de populismo. Un regalo letal para la cohesión social y la confianza de la sociedad española en sus instituciones representativas. Se trata, por tanto, en primer lugar por parte de la política pero también por los medios de comunicación y los ciudadanos de promover en estos momentos la crítica, la cooperación y el civismo, no la demagogia, la ruptura ni la ira social. Nuestra es la responsabilidad.

La otra pandemia populista