jueves. 28.03.2024

Geopolítica del populismo. El rostro del siglo XXI

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El populismo ha tenido desde sus inicios entre sus principales enemigos la democracia representativa, el pluralismo y el compromiso, en particular la mediación de los partidos, los sindicatos y los órganos de representación frente a los que éste erige la personalidad providencial como intérprete de los anhelos del pueblo entendido como ente unitario y homogéneo. En el ámbito internacional el adversario es sobre todo la complejidad de la diplomacia, de los organismos internacionales y del derecho internacional y ya en el plano económico y comercial, la globalización. Es por eso que últimamente asistimos con excesiva frecuencia a la simplificación de los problemas y los conflictos internacionales, de naturaleza complejos, con la lógica binaria de amigo y enemigo, a la política de los hechos consumados y a la ley del más fuerte, sin dar cabida a la transacción, al compromiso ni a los términos medios.

El populismo nacionalista de la Administración Trump contenido en el lema de 'América para los americanos' tiene su correspondencia en un mundo sin ley ni instituciones internacionales, visto sólo desde el prisma de los intereses nacionales de los americanos, sobre todo de los más ricos y los blancos, sionistas y cristianos fundamentalistas. Prevalece por tanto el unilateralismo frente a la ONU y la política de hechos consumados de los Estados, en particular de los que forman parte de sus ámbitos de influencia política y regional, por encima del derecho internacional, de las resoluciones de NNUU y de la diplomacia. La misma América pre-Roosvelt que se resistía a combatir el nazismo y en la el KKK desfilaba por sus calles.

Así, al margen del pulso comercial, armamentístico y tecnológico con las vieja y la nueva superpotencia de Rusia y de China respectivamente, la principal medida de la política exterior populista de la presidencia de Trump ha sido el reconocimiento unilateral de la soberanía israelí en Jerusalén y en correspondencia de la marroquí sobre el Sáhara occidental, dando carta blanca a ambos gobiernos ocupantes para culminar su sistemático incumplimiento de las resoluciones de NNUU.

Los principales perdedores con el avance de esta política populista y su influencia cada vez mayor en el gobierno de los Estados son el diálogo, la diplomacia, el derecho internacional y los derechos humanos y en los casos concretos de Palestina y el Sáhara, los derechos de los pueblos, de las víctimas de la ocupación y de la población civil en general. El verdadero sustrato de la convivencia democrática global, construido en décadas de esfuerzo democrático, tras Auschwitz e Hiroshima se va desvaneciendo.

Dos conflictos históricos sobre el ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos, ahora más enredados que nunca por la negativa de los ocupantes, el reino de Marruecos y el estado de Israel, a buscar una salida pactada respetuosa con el derecho internacional, es decir una solución surgida del imperio de la ley que es la piedra de toque del sistema democrático, y ni siquiera con el derecho humanitario, debida a su opción ilegal por la política de consolidación y extensión de la ocupación, la represión y el expolio de los pueblos ocupados y el recurso a la violencia ante cualquier brote de desesperación o de resistencia, contando para ello con el apoyo sin matices del imperio americano, que hoy no tiene en su agenda una política de colaboración sino la competición global, sin descartar la confrontación con China y con Rusia. Las dos potencias en las que la democracia y el orden liberal global es abiertamente cuestionado política e intelectualmente.

Trump ha sido el ejemplo del extremismo populista y estridente de la lógica imperial de difícil reversión, es el rostro de una involución también global que los apoyos de extrema derecha de Netanyahu y el despotismo del rey de marruecos han entendido perfectamente

Sin embargo, los EEUU han decidido competir en la misma lógica autoritaria imperial y no en la de la de los valores democráticos pues suponen mayor incertidumbre, compromiso, esfuerzo y tiempo del que ya parece que se prescinde. Este es el gran retroceso que aventura el siglo XXI ante la decadencia de una Europa insignificante. El desinterés por el futuro de Palestina y el presente de Gaza, convertido en un bantustán, es uno de los síntomas claros de esta decisión, y la apuesta definitiva por un Marruecos como socio y aliado regional no deja lugar a dudas. Trump ha sido el ejemplo del extremismo populista y estridente de la lógica imperial de difícil reversión, es el rostro de una involución también global que los apoyos de extrema derecha de Netanyahu y el despotismo del rey de marruecos han entendido perfectamente.

Aunque es verdad que el precedente es la parálisis, sino la agonía, de los procesos de paz y autodeterminación respectivos, como consecuencia del retroceso del multilateralismo y de la impotencia de la diplomacia de los organismos internacionales. Por eso han venido asistiendo impasibles a la extensión de la ocupación, los asentamientos y el muro de aislamiento, que sumados al endurecimiento de la represión del ocupante han provocado la radicalización de las partes y de su representación política y los estallidos cíclicos de resistencia, violencia y castigo, enconando con ello aún más las relaciones bilaterales y alejando cualquier perspectiva de reconocimiento mutuo, como premisa imprescindible para cualquier mínima dinámica de diálogo, negociación y acuerdo.

En este sentido, las crisis de los últimos días forman parte de la incapacidad de gestión multilateral de los conflictos históricos entre los dos países: léase Sáhara y Ceuta y Melilla, y también de la de otros que como las relaciones con Turquía, con problemáticas y similares a las que afectan a Marruecos, o el de la inmigración que ingenuamente, nos parece más lejano, cuando es un asunto de gravedad creciente que afectará al corazón de los principios y valores de la Unión Europea. Sin embargo, la clave de su reciente estallido está en la huida hacia adelante del populismo con el reconocimiento de la soberanía israelí en Jerusalén Este y la marroquí en el Sáhara Occidental por parte de la Administración Trump. También, con el acicate y el respaldo del fundamentalismo religioso por parte de la nueva derecha populista norteamericana en apoyo del sionismo.

La intervención israelí en la esplanada de las mezquitas y la amenaza de desahucio de familias palestinas en Jerusalén Este, junto a la respuesta de Hamás con miles de cohetes desde Gaza y la brutal acción de castigo israelí, así como en otro plano la avalancha de inmigrantes en Ceuta estimulada como protesta de Marruecos al ingreso de Brahim Gali, secretario general del frente polisario en un hospital español con nombre ficticio por razones humanitarias, han sido tanto sus desencadenantes como sus efectos más recientes. Sin embargo, además de crisis cíclicas con un trasfondo cada día más difícil de resolver, se trata sobre todo de medidas de presión de los ocupantes que tratan de forzar a la nueva administración Biden y al gobierno español al reconocimiento de la soberanía de hecho de las potencias ocupantes propio del populismo trumpiano. Por eso el chantaje a España y Europa con el trasfondo de la inmigración y el papel de frontera del estado marroquí.

Por otra parte, el reconocimiento de la Administración Trump de la soberanía marroquí en el Sáhara se produjo en buena parte a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas de Marruecos con Israel, lo que ha provocado la contestación popular en el seno de la sociedad marroquí. Una crisis interna derivada de la crisis social acentuada por la pandemia, pero también del reconocimiento de Israel, de la que intenta liberarse con el manido argumento del enemigo exterior.

La reacción de la nueva administración Biden ante ambos conflictos se ha mantenido en la línea marcada por Trump, aunque los gestos más recientes apuntan a la influencia de factores novedosos, más allá de la recuperación de la política tradicionalmente proisraelí de los demócratas, como está siendo la pluralidad de opiniones incluso dentro de los judíos norteamericanos, pero sobre todo entre los votantes y dirigentes demócratas, como alternativa frente al lobby sionista y los sectores tradicionales de apoyo a la extrema derecha israelí que hoy detenta el gobierno en funciones de Netanyahu.

Europa, sin embargo, carece aún de personalidad política y ha renunciado de hecho a una política exterior propia en ambos conflictos, entre otras cosas por el bloqueo húngaro de la política exterior europea y con el peligro del triunfo del populismo neofascista en Francia e Italia en el horizonte.

En España, la utilización partidista de la crisis con Marruecos por parte de la derecha con el lema 'Marruecos culpable y Gobierno responsable', no solo es un paso más en el modelo de oposición de deslegitimación y desestabilización ya tradicional del PP, sino que apunta al avance, también aquí, de la política exterior populista del 'polo por la libertad', nacido a raíz del triunfo de la refundación radical de la derecha en las recientes elecciones de la Comunidad de Madrid

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