viernes. 29.03.2024

Contra el egoísmo vacunal

vacuna

En las últimas fechas, la estrategia de vacunación frente a la covid19, que era una de las principales conquistas en la gestión unitaria de esta pandemia, se ha empezado a resquebrajar, primero entre algunos estados miembros de la UE que buscan aprovisionarse de nuevas vacunas al margen del paquete negociado y acordado, y más recientemente en alguna de las CCAA como Madrid y Cataluña que amenazan con establecer los grupos de edad a vacunar con Astra Zeneca más allá de lo pactado. Una absoluta minoría de gobiernos autonómicos que a lo largo de la pandemia se han caracterizado por situarse al margen o directamente en contra de los acuerdos y de la cooperación.

Todo ello, desencadenado como consecuencia del incumplimiento de los plazos de distribución de vacunas a la Unión Europea por parte de las compañías farmacéuticas, que está provocando el retraso en la inmunización en Europa con respecto a países que han negociado directamente con las empresas como Gran Bretaña, Israel o los EEUU, e incluso de los que reciben también vacunas dentro del programa covax de solidaridad internacional patrocinado por la OMS, como ocurre con Chile.

Una carrera, de la que hoy por hoy se encuentran prácticamente excluidos los países más empobrecidos, hasta el punto de que mientras el mundo desarrollado acapara un volumen del sesenta por ciento de las vacunas que duplica o triplica su población, como si el objetivo fuera vacunarse cuanto antes y a toda costa cada país por separado, y no vacunar a una gran mayoría de la humanidad y en primer lugar a los más frágiles, mientras se mantienen las medidas de contención y mitigación de la transmisión de la pandemia, para garantizar una baja trasmisión al tiempo que la llamada inmunidad de rebaño.

En anteriores artículos sobre las vacunas de la covid19 he planteado en primer término mis dudas sobre los plazos previstos por la dificultad de su investigación y desarrollo en el escaso tiempo previsto, unido, todo ello a los problemas de cobertura global para su producción y distribución masivas, así como las dificultades para lograr llamada inmunidad de rebaño, en particular si se mantiene la carrera egoísta y el acaparamiento por parte de la minoría de los países ricos frente a las necesidades de salud de todos.

Sin embargo, he de reconocer en primer lugar que me he equivocado como en tantas otras previsiones en esta pandemia, en este caso con mis dudas en relación al tiempo necesario para el desarrollo de las vacunas con seguridad y efectividad. Una investigación de estas vacunas que estaba ya madura, que dotada con unos recursos económicos sin precedentes han permitido multiplicar la velocidad de la investigación y los ensayos clínicos, logrando la disponibilidad de la vacuna en un tiempo récord ya desde finales del año 2020.

Por eso hoy parece innecesario el recurso a la obligatoriedad de la vacunación, que en su momento también propuse, ya que se ha reducido al mínimo el alto nivel de rechazo y excepticismo existentes al inicio entre la población. Así sido, al menos en España, aunque se mantienen las dudas en otros países, y no solo entre los menos desarrollados, donde siguen fuertes las corrientes negacionista y donde no existe el ejemplo del buen resultado entre los vacunados más vulnerables, sino también en algunos países desarrollados como los EEUU o Alemania. En general, la aceptación cada vez más amplia, significa una buena noticia para acercarnos a un alto nivel de vacunación que siquiera nos aproxime en un horizonte previsible al objetivo de la inmunidad de grupo.

Lo que sigue siendo un grave problema es el mantenimiento de la propiedad intelectual y el afán de lucro de las compañías farmacéuticas con las vacunas, y no solo para el acceso de los países empobrecidos, a pesar de programas como covax, sino también, y con esto quizá no contábamos, para la producción y distribución de la vacuna en la propia unión Europea. Si pensábamos que con una negociación conjunta de un paquete de vacunas para el primer mundo y con el programa covax para los países empobrecidos, todo podía estar solucionado, no cabe duda de que nos hemos equivocado. La soberbia, como al inicio de la pandemia, nos ha jugado de nuevo una mala pasada. Al parecer no ha sido suficiente la lección de humildad de millones de víctimas y de una regresión social y un deterioro económico sin precedentes

Porque si al principio las limitaciones para el logro rápido del objetivo de la inmunidad de grupo eran el excepticismo popular, el egoísmo y la soberbia de los países ricos, la codicia de la propiedad intelectual de las compañías y el cinismo de la geoestrategia vacunal de las grandes potencias, hoy el excepticismo se diluye, en particular en los países desarrollados, en la medida que avanza la inmunización y se comprueba su seguridad y efectividad. Sin embargo, lo que no se diluye sino que al contrario se multiplica es el egoísmo. Egoísmo entre países ricos y pobres, pero también dentro de los propios países para acceder a la vacuna cuanto antes y también para aprovechar la ventaja comparativa de la inmunidad. En unos casos, los menos en nuestro ámbito, divididos en función de su poder de compra y en otros en una disputa de agraviados sobre el mayor o menor grado de vulnerabilidad o de capacidad de transmisión y contagio.

Cuando, las vacunas, y sobre todo en un contexto de pandemia, forman parte de los bienes comunes esenciales, en los que debe primar la salud pública global sobre el afán de lucro, la lógica de mercado, el egoísmo o la geoestrategia. Precisamente por eso, la OMS ha puesto en marcha sistemas de solidaridad como el programa covax suscrito por países con y sin recursos, aunque a tenor de una disponibilidad tan dispar, es necesario reconocer que no ha sido suficiente. Quizá ha llegado el momento de escuchar a los países como Sudáfrica e India que han propuesto en la OMC garantizar que los derechos de propiedad intelectual no sigan siendo un obstáculo para la lucha contra la pandemia. Por eso, con más de un centenar de países han propuesto la liberación de las patentes de las vacunas para así propiciar que la capacidad de producción y su distribución llegue a todo el mundo cuanto antes.

Por otra parte, se han convertido ya en un apartado habitual de los informativos, las demandas de los grupos que por considerarse más vulnerables, cuestionan el orden establecido en la estrategia vacunal basado en criterios científicos y de bioética. Sobre todo a partir del momento que las características de las indicaciones de las nuevas vacunas como Astra Zeneca han obligado a las autoridades sanitarias a introducir nuevos grupos prioritarios, básicamente profesionales, al margen de la edad y de los sanitarios y cuidadores de primera línea.

Así, a pesar de que es una absoluta minoría de la ciudadanía la que al día de hoy se encuentra vacunada, ha vuelto a resurgir el debate del documento o pasaporte de inmunidad con el que se especuló en un principio para los que hubiesen pasado la enfermedad. Una tarjeta de identidad que es ahora acogida de forma entusiasta por el sector turístico y por los países turísticos en el marco de la Unión Europea, cuando sigue siendo una medida controvertida desde el punto de vista de la protección de los derechos fundamentales.

En su momento comenté que, en ausencia de inmunidad de grupo, veríamos acentuarse la discriminación. En este caso entre inmunizados y no inmunizados. Y sin embargo no es tiempo para un egoísmo que se ha demostrado suicida, sino de cooperación y solidaridad.

Contra el egoísmo vacunal