viernes. 29.03.2024

Baile de disfraces en una campaña fantasma

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Estamos inmersos ya en el esperpento, entre un nuevo baile de disfraces en campaña electoral y la ficción de una campaña de Europeas que una vez más se ve anulada por la política nacional

Todo es ficción. Una campaña de imágenes deformadas por los espejos de la calle del gato. Estamos inmersos ya en el esperpento, entre un nuevo baile de disfraces en campaña electoral y la ficción de una campaña de Europeas que una vez más se ve anulada por la política nacional. En este caso con una suerte de segunda vuelta de las Elecciones Generales del 28A, entre la reválida para los ganadores, la revancha para los perdedores, el agravio independentista y el ensañamiento de la extrema derecha.

Luego seremos los primeros en protestar frente a aquellos euroescépticos o eurófobos que hoy proponen la nostalgia de lo que no pudo ser ni fue como única alternativa: la renacionalización de la política y la vuelta a la identidad excluyente. Sin embargo, somos nosotros, los autodenominados europeístas, los que eludimos contribuir con el debate público a la formación de una aún embrionaria opinión pública europea.

Quizá porque ya no vale tan solo el europeísmo frente a los bárbaros: se trata de asumir los daños de la austeridad, la necesidad y, al tiempo, la complejidad del cambio posible y de proponer las medidas y las alianzas necesarias para lograrlo. Un baile de disfraces que pretende borrar de un plumazo la imprescindible evaluación de la gestión de toda una legislatura municipal y autonómica y europea y la consiguiente credibilidad de los repetitivos programas y compromisos.

Daría la impresión de que basta con apelar a la reválida o la revancha de las Generales, a la retórica europeísta o a la disposición al pacto para garantizar la gobernabilidad futura, para que todo, cumplido o incumplido, se olvide y comience de nuevo a partir de cero. Poco importa que la última legislatura no haya sido precisamente la de los acuerdos, la gobernabilidad y mucho menos la de la recuperación de los recortes o los cambios prometidos, después de un largo y enconado periodo de crisis económica, malestar social y descrédito institucional.

En la izquierda, unos han preferido la continuidad en la gestión y otros el consentimiento, cuando no el ruido y la obstrucción desde fuera, desperdiciando la oportunidad de recuperar los servicios públicos dañados por el largo periodo de crisis y recortes. En algunos casos se apela a las limitaciones del escenario de déficit y la regla de gasto para justificar el escaso bagaje, como si todo dependiese de la cantidad y no hubiese margen para el cambio de políticas o para nuevos modelos de gestión de más calidad o más eficientes. Como si el escaso giro social, de género y ambiental y las magras medidas de lucha contra la corrupción se explicasen en la obstrucción o el estrangulamiento de Montoro a las haciendas autonómicas y municipales.

En otros casos se hace de la necesidad virtud y se alardea del recorte drástico de la deuda heredada, como si no hubiera sido fruto de la imposición europea y del Gobierno central, o como si éste se tratase de un logro positivo en sí mismo desde el punto de vista de la izquierda. Y, cuando nada de esto es suficiente, empieza la subasta del todo es gratis y todo es posible, tratando a los electores como niños sin pasado y sin noción del límite.

Una campaña fantasma a las Europeas, convertidas en segunda vuelta de las generales, cuando son unas elecciones trascendentales en las que se decide entre el continuismo de la austeridad neoliberal, agravada por la extrema derecha, o el cambio que supondría darle carpetazo e iniciar un nuevo camino con inversión pública para la reactivación, la política social y la transición ecológica pactada y justa. Ese debería ser el debate y no el del numantinismo frente a una supuesta modernidad.

El baile de disfraces de la gobernabilidad se resume en el engaño de un PSOE continuista, que se hace pasar como partido de cambio, y de un Podemos de crispación y bloqueo, que quiere aparecer ahora como fuerza constructiva y de Gobierno. Sin embargo, la última legislatura demuestra la urgencia de votar a fuerzas de izquierdas, pero con voluntad de cambio a la par que constructiva y de diálogo.

Todavía estamos a tiempo para el debate sobre los problemas de los ciudadanos y no sobre la reválida o revancha de las elecciones generales.

Se trata también de apelar a la memoria y con ella al voto a las fuerzas de izquierda seria y constructiva como Actúa en las europeas y en el ámbito autonómico y municipal.

Baile de disfraces en una campaña fantasma