jueves. 28.03.2024

Las urnas han hablado, pero ¿qué han dicho?

Apenas hace una semana y aún resulta difícil saber bien qué ha pasado. Tampoco están claras todavía las implicaciones...

Apenas hace una semana y aún resulta difícil saber bien qué ha pasado. Tampoco están claras todavía las implicaciones y consecuencias del puzle electoral que las urnas pusieron sobre la mesa el pasado 25 de mayo.

La misma noche de las elecciones, los cabezas de lista de las dos fuerzas políticas que obtuvieron mayor cantidad de votos en las elecciones al Parlamento Europeo dieron sobradas muestras de no entender lo sucedido. Sus declaraciones o balbuceos no eran fruto de  la natural sorpresa por unos resultados electorales que ni el CIS ni ninguna de las grandes empresas demoscópicas había previsto, se trataba de consternación, asociada a una profunda confusión mental ante un escenario no previsto. Mientras Cañete no sabía lo que decía, Valenciano no sabía qué decir, aparte de reconocer la derrota del PSOE.

Si nos atenemos a lo que han hecho después las direcciones de sus respectivos partidos, se podría decir que el PP sigue instalado en la rutina de un líder parco en palabras e ideas, lento en su acción política y predecible. Siguen diciendo y haciendo lo mismo que antes: se ha iniciado la recuperación económica y aunque las familias aún no la noten comenzarán pronto a recoger sus frutos y las aguas del descontento de la mayoría natural volverán a su cauce, que es votar al PP. No parecen percibir todavía la profundidad de la indignación que han provocado sus recortes y las consecuencias del injusto maltrato que han dado a la mayoría de la sociedad.

El PSOE, por su parte, sigue sin saber qué hacer. Vuelven a buscar la solución a sus males en un imprescindible pero insuficiente cambio de caras que muestre que la última etapa del Gobierno Zapatero y la oposición contemplativa que ejercieron después son agua pasada. Tras la renuncia de Rubalcaba a mantenerse al frente de su partido y el cambio de planes de la dirección que encabeza para sustituir las primarias por un congreso extraordinario, un debilitado PSOE se encuentra sometido a la creciente pugna interna entre los que maniobran para cambiar lo menos posible y seguir estando en la pomada del poder a la espera de mejores tiempos y las propuestas de los que quieren abrir las puertas a la renovación para evitar que el desgaste y la falta de credibilidad producidos por su resistencia a reconocer errores o cambiar la sustancia de las políticas que defendieron y aplicaron a partir de mayo de 2010 siga creciendo y desemboque en irrelevancia política.

Frente a la depresión en la que parecen haberse sumergido las dos fuerzas políticas que han obtenido mayor número de votos, nunca antes unas elecciones habían proporcionado tanto contento en tantos partidos y coaliciones electorales: Izquierda Plural, Podemos, UPyD, ERC, Ciudadanos, EH Bildu, Compromís/Equo,… Incluso la derecha nacionalista democrática del País Vasco y Cataluña arguyen motivos para estar satisfechos. Y, sin embargo, todos muestran un cosquilleo de inquietud. ¿Todos?, quizás aquí también hay la excepción a la regla: Podemos. Tenían poco que perder y han ganado mucho más de lo que sus más optimistas partidarios se habían atrevido a soñar. Y al conseguir ese millón y pico de votos han mejorado sustancialmente, además de su posición, el resultado y las perspectivas de las opciones electorales progresistas y de izquierdas.

En los análisis y comentarios escritos estos días sobre lo que está pasando y lo ocurrido en la jornada electoral se ha subrayado poco que frente a los 15,9 millones de votantes otros 18,8 millones no se han molestado en acercarse a las urnas. Y entre los votantes, el número de votos nulos (290.189) se ha triplicado respecto a los de las anteriores elecciones al PE de 2009, mientras el número de votos en blanco (357.339) también ha aumentado en algo más del 60%. Si resulta difícil interpretar los resultados electorales, cómo descifrar la actitud de los millones de personas que han preferido mantenerse al margen.

A tenor de los análisis, opiniones y exabruptos escuchados o leídos en la semana transcurrida no resulta fácil entender lo sucedido. Supongo que la actual cacofonía de comentarios a bote pronto, ideas poco reposadas y opiniones que buscan influir en el curso de los acontecimientos internos de tal o cual formación son parte de la necesaria espera hasta que las cúpulas de los partidos definan mínimamente sus respectivas  interpretaciones, elijan los mensajes con los que van a difundirlas y midan qué acogida tienen entre sus afiliados, votantes y opinión pública.

Se habla de que el bipartidismo está herido de muerte, ha muerto o, incluso, que hay que darlo por enterrado; que es la hora de unificar a todos los que se reivindican del ecosocialismo y la izquierda; que la cuenta atrás para lograr la ruptura con el sistema heredado de la Transición (sin pararse mucho o poco en explicar en qué consiste ese sistema que se quiere roto ni qué significado o alcance tendría su ruptura); que el socialismo europeo va camino de su tercer suicidio; etcétera.

Hay un debate que está por hacer y cuyo discurrir o calado resultan ahora difíciles de prever. Una discusión y un análisis pendientes en los que no sería bueno que participaran exclusivamente las cúpulas de los partidos. Abrir ese debate a la sociedad es responsabilidad de todos: ahí van unas cuantas ideas sencillas sobre los potenciales impactos de lo ocurrido y las principales cuestiones que, en mi opinión, los resultados electorales han puesto sobre la mesa.  

Uno. Se puede ganar al PP y situarlo en la oposición. En Madrid, por ejemplo, se podría echar a Botella y González y empezar a respirar. Pero para echar al PP del Gobierno y, antes, de las alcaldías y los ejecutivos de las comunidades autónomas  es imprescindible el concurso del PSOE. Convendría que no fuera el viejo PSOE comprometido con las políticas de austeridad y responsable de recortes, sino un nuevo PSOE en el que tenga menos peso la razón de Estado y más peso las razones y opiniones de la ciudadanía. Sin un PSOE más comprometido con los derechos y necesidades de la mayoría social y capaz de decir no a las políticas de austeridad, las posibilidades de desbancar del poder al PP el próximo año son menos que mínimas.      

Dos. El desplazamiento del PP cobra todo su sentido cuando se asocia a un programa de regeneración y fortalecimiento de la calidad democrática de nuestras instituciones políticas. La construcción de una nueva mayoría progresista de Gobierno será creíble y útil a la sociedad si rompe con la estrategia conservadora de salida de la crisis basada en la austeridad y la devaluación salarial y establece un nuevo orden de prioridades: creación de empleos decentes, protección social suficiente, reversión de los derechos perdidos y de los bienes públicos deteriorados o privatizados y una reforma fiscal progresista que permita mantener el Estado de bienestar y la acción redistributiva, inversora y modernizadora de la acción pública. No se puede repetir lo de Zapatero y demás dirigentes socialistas que en mayo de 2010 echaron al cubo de la basura sus compromisos con la ciudadanía e hicieron suyas las medidas de recortes y austeridad para la mayoría, regalos y apoyos para los bancos y desregulación del mercado laboral.

Tres. La izquierda es muy plural y esa pluralidad es una parte sustancial de su fuerza y la herramienta que le permite regenerarse, cambiar y seguir representando y defendiendo a una mayoría social progresista. La pluralidad de opciones de la izquierda es una de sus señas de identidad, parte de su riqueza y vivacidad y la mejor vacuna contra el anquilosamiento y la tendencia a confundir los intereses de parte con los intereses comunes. Intentar meter esa pluralidad en la camisa de fuerza de una alternativa electoral sería la vía más rápida para perder fuerzas, apoyos y entusiasmo. Lo que toca es la libre confrontación de proyectos e ideas y un compromiso firme y público en torno a unos cuantos acuerdos básicos sobre la necesidad de unir fuerzas y votos para desplazar al PP, qué van a hacer conjuntamente si obtienen el respaldo electoral de la mayoría y los plazos en los que van a hacerlo.    

Cuatro. Una parte de la izquierda social, política, sindical o cultural está harta de la política y de los políticos. No ha ido a votar en esta ocasión y es posible que tampoco vaya a votar en próximas elecciones. Y, sin embargo, forma parte del acervo político, histórico y cultural de la izquierda. Entre esa izquierda se encuentran personas y colectivos que desarrollan una actividad en defensa de lo público, lo colectivo y los derechos de las personas más firme, comprometida y eficaz que la de muchos militantes y partidos de izquierdas que miden la utilidad de su trabajo en términos electorales. La hegemonía de la izquierda no solo se consigue en el terreno electoral y entre los que participan depositando su voto. También hay que lograrla en la sociedad, en la resistencia cotidiana a dejarse avasallar por los poderosos y en la actividad organizada para mejorar las condiciones de vida y trabajo del común. Sería un elemental signo de inteligencia política diferenciar y valorar la importancia de ambos territorios y objetivos.

Cinco. ¿Y Europa? ¿Qué pinta Europa en todo esto? Qué decir de unas elecciones al Parlamento Europeo conectadas (o, al menos, eso se suponía) con la elección del presidente de la Comisión Europea, en las que a nadie parece haberle interesado el presente ni el futuro del proyecto de unidad europea. Por lo menos a los candidatos que han dicho muy poco o nada al respecto. ¿Qué debe hacer Europa? ¿Qué hay que cambiar en las instituciones europeas para que funcionen? ¿Cómo se puede parar a los que están socavando el proyecto europeo y los principios de cooperación y cohesión económica, social y territorial que animaban y daban sentido a ese proyecto? Esos y otros muchos interrogantes han quedado sin contestación. Como si Europa no tuviera nada que ver con lo que está sucediendo. Para salir de la crisis, Europa debe dejar de ser parte de los problemas y convertirse en parte de la solución. Por eso hay que reformarla y hay que saber en qué y cómo se puede cambiar.      

Más que hablar, las urnas han definido el terreno de juego de la confrontación política que se va a desarrollar en Europa durante los próximos años, han seleccionado a los participantes, han repartido los papeles protagonistas y secundarios entre los actores elegidos, han impuesto diferentes límites y brindado oportunidades desiguales al desarrollo o la acción política de cada partido y permiten vislumbrar algunos de los riesgos y posibles catástrofes que aparecen en el horizonte. La función va a comenzar. Y están por escribir el desarrollo de la obra y su desenlace.

Las urnas han hablado, pero ¿qué han dicho?