miércoles. 24.04.2024

La consulta de Podemos, un obstáculo más en la negociación

sanchez iglesias moncloa

Cada día que pasa los líderes políticos de los dos partidos que son claves en la negociación en curso para constituir un gobierno progresista defraudan un poco más y empeoran un poco más las cosas. Las posibilidades de negociación y acuerdo entre Podemos y PSOE son hoy menos que antes de la consulta interna realizada por Podemos. 

Por fin ha terminado el último episodio de ese sindiós en el que se ha convertido el diálogo, la negociación o lo que sea entre Iglesias y Sánchez. En lugar de abrir espacios entre las dos opciones, la de Iglesias (opción 1: coalición gubernamental sin vetos) y la de Sánchez (opción 2: acuerdo programático con colaboración subordinada a un Gobierno diseñado exclusivamente por Sánchez), la consulta las congela y petrifica como las dos únicas opciones posibles. En lugar de propiciar un debate sereno y argumentado sobre las diferentes opciones existentes, los objetivos que se pretenden y la estrategia negociadora más adecuada para conseguirlos, la consulta ha simplificado y crispado toda posibilidad de debate, porque frente a la coalición sin vetos sólo existe la opción de subordinación de Podemos a las pretensiones del PSOE. En lugar de ser un ejercicio democrático, la consulta evita la obligación de informar y rendir cuentas de la fallida estrategia negociadora seguida hasta ahora e intenta blindar una opción, la que defiende la dirección de Podemos, frente a toda crítica y cualquier otra opción. 

Los números cantan y el resultado de la consulta ha sido nítido: han participado 138.488 personas inscritas y la opción de la dirección de Podemos logra cerca de 97.000 votos (un 70% de los votantes y la mitad de los inscritos activos con derecho a voto), mientras la opción alternativa, la de dejar hacer a Sánchez, consigue algo más de 40.000 votos. ¿Alguien tenía la más mínima duda de cuál iba a ser la opción ganadora o de que el margen de la victoria sería grande? Lo único que estaba por ver era el número de participantes en la consulta, un total de 138.488 votos, que quedan muy lejos de los 188.176 que participaron en la de la compra del famoso y controvertido chalé de Iglesias y Montero, en mayo de 2018, y por debajo también de los 155.190 que eligieron en Vista Alegre II, en febrero de 2017, al Consejo Ciudadano Estatal o de los 149.444 que rechazaron, en abril de 2016, un gobierno basado en el pacto Rivera-Sánchez. En resumen, una baja participación, que denotan el grado de indiferencia, hartazgo o rechazo al planteamiento simplista de las dos opciones y un nivel relativamente elevado de rechazo a la propuesta de la dirección de Podemos. 

La consulta ha generado mucho ruido y, al interrumpir el diálogo entre las partes, ha supuesto una nueva pérdida de tiempo en una etapa crucial de la negociación, la semana inmediatamente anterior a la sesión de investidura

La consulta ha generado mucho ruido y, al interrumpir el diálogo entre las partes, ha supuesto una nueva pérdida de tiempo en una etapa crucial de la negociación, la semana inmediatamente anterior a la sesión de investidura. Pero dediquemos un minuto a reflexionar sobre la utilidad de la consulta, ¿para qué ha servido? Ni fortalece la posición de Iglesias ni mejora la capacidad negociadora de Podemos ni nos acerca en lo más mínimo a un acuerdo de coalición gubernamental progresista. Entonces, ¿para qué ha servido? Ofrezco a continuación una lista de los diferentes aspectos en los que, en mi opinión, la consulta ha servido de algo: para generar más recelos hacia Iglesias y Podemos entre los votantes socialistas; para dividir un poco más a los inscritos en Podemos; para evidenciar el clamoroso silencio de IU sobre el contenido de la consulta; para comprobar que las críticas públicas en Podemos sólo se producen cuando los disidentes han abandonado o decidido abandonar el barco; para unir a los militantes socialistas en torno a la posición de Sánchez de minimizar la presencia de Podemos en su próximo Gobierno; para evitar la necesaria rendición de cuentas de Iglesias y Sánchez ante sus afiliados y votantes sobre el mal curso que han seguido las negociaciones; para dificultar un debate sosegado y reflexivo en los círculos, en el que pudieran expresarse argumentos y las diferencias internas existentes; para endosar a los inscritos el fracaso de la estrategia negociadora seguida por Iglesias; para fanatizar un poco más a los segmentos de seguidores del PSOE y de Podemos que piensan que la política no es cesión, sino imposición, ni búsqueda de espacios de encuentro con potenciales socios, sino subordinación y trágala; para diluir la falta de maestría de Sánchez e Iglesias durante los últimos dos meses en la tarea que el electorado progresista les había encomendado; para que muchos votantes de izquierdas aumenten su desconfianza hacia los líderes políticos que les han tocado en suerte y sus dudas sobre la importancia y el destino de su voto…  y para que hayamos perdido de vista durante una semana más lo importante, la necesidad de aplicar urgentemente medidas que permitan atender las necesidades de la parte de la ciudadanía que las está pasando canutas y que comiencen a tratar, con ánimo de resolver o, al menos, de no dejar que se pudran, los graves problemas políticos, económicos y sociales que siguen pendientes.

La consulta y su resultado cierran vías y posibilidades a la negociación, por eso es una consulta políticamente inútil y contraproducente, porque no hay otra posibilidad de Gobierno que un acuerdo explícito o implícito entre PSOE y UP. Por mucho que disguste a la derecha y a una parte importante de los barones socialistas. Y porque no hay otra posibilidad de alcanzarlo que negociando y cediendo hasta lograr un acuerdo realista. Pero la consulta no va a servir ni para que Podemos haga valer sus votos en la negociación ni para facilitar un punto de encuentro en el que las partes se reconozcan y lo consideren un avance parcial de sus planteamientos. Las dos opciones planteadas en la consulta llevarían la negociación a un callejón sin salida o, en el mejor de los casos, conducirían a un resultado con un único vencedor, con el que no se podría identificar la parte que se haya visto obligado a realizar más cesiones y que normalmente, como es lógico, es la parte con menor peso electoral.

Probablemente, Sánchez esté más cómodo y busque un acuerdo que no le ate a Podemos por una legislatura y que no ancle al PSOE en una posición de izquierdas excesivamente explícita que dificulte posibles diálogos futuros y pactos con Cs y, por qué no, con el PP. Y ya se sabe que en estos momentos está en el interés del PSOE cocer a fuego lento a Iglesias y a Rivera, como lo está haciendo. Pero el ejercicio o el arte de la política consiste, precisamente, en evitar o desbaratar esas pretensiones de Sánchez y conseguir que el PSOE no se extralimite en sus particulares objetivos partidistas y se afiance en unas posiciones progresistas que conviertan el programa con el que se presentó y ganó las elecciones generales del 28 de abril en acción política gubernamental, con los añadidos que puedan incorporar UP y las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas interesadas en avanzar en sus objetivos respetando la democracia y la legalidad.

Esa es la opción que ganó las elecciones generales del pasado 28 de abril. La ciudadanía ya hizo su tarea entonces, acudió a mansalva a las urnas y votó mayoritariamente para cerrar el paso a las tres derechas, acabar con la corrupción del PP, superar las políticas de recortes y privatización de los bienes públicos e impedir la imposición de una idea excluyente y caduca de España que no respeta a la mayoría social y a las muy diferentes formas de sentirse español o lo que a cada cual quiera sentir o ser. Esa es la tarea y la responsabilidad de las direcciones del PSOE y de Podemos. No puede ser que esa tarea se transforme en manos del PSOE en un intento de ningunear a Podemos o a Iglesias; o en manos de Podemos, en contribuir a que el PSOE se eche en los brazos de Cs para confirmar que es un partido de dudosas intenciones progresista más preocupado por dar la talla ante el Ibex y otros poderes fácticos que en poner las instituciones al servicio de la mayoría social y la ampliación de la democracia y los derechos.   

O hay un acuerdo razonable entre Podemos y el PSOE o no hay otra alternativa que una nueva convocatoria de elecciones generales que, además de no garantizar un resultado diferente al del 28 de abril, abre la puerta a que las tres derechas obtengan la mayoría y, en este caso sí, acuerden una coalición gubernamental para aplicar un programa reaccionario.

Sánchez e Iglesias no han hecho la tarea o la han hecho hasta ahora rematadamente mal. Y deberían haber dado cuenta a sus electores y al conjunto de la ciudadanía de su mal trabajo

Sánchez e Iglesias no han hecho la tarea o la han hecho hasta ahora rematadamente mal. Y deberían haber dado cuenta a sus electores y al conjunto de la ciudadanía de su mal trabajo. No vale echar la culpa al otro, repetir que su mala fe o sus malas intenciones han impedido el acuerdo o enfatizar la obviedad de que los intereses partidistas de la otra parte están impidiendo el acuerdo.

Tras la consulta, sale un Podemos más debilitado y dividido. Y, pese a lo que puedan pensar los que han respaldado su opción en la consulta interna, un Iglesias y un equipo de dirección de Podemos más frágil y desprestigiado ante la mayoría del electorado progresista y de izquierdas. Tanto si las negociaciones se retoman de forma inmediata o tras el fracaso de la primera sesión de investidura que comienza el próximo 23 de julio, el techo máximo de la negociación será la última oferta de Sánchez, la de un gobierno de coalición con algunos ministros de Podemos entre los que no se considera la presencia de Iglesias. Si ante esa posibilidad que no aparece entre las dos opciones de la consulta interna, las negociaciones se rompen definitivamente, Podemos y Unidas Podemos pagarán en las urnas su error; lo que, siendo grave, será peccata minuta si el resultado de esa nueva convocatoria electoral es un gobierno de las tres derechas con un programa reaccionario que pagará la ciudadanía.  

Más allá de las peleas que se están dando por el relato de las responsabilidades y la asignación de las culpas por lo que está sucediendo, si todavía les queda un poquito de seso a Sánchez e Iglesias, ambas partes encontrarán lo antes posible un punto de encuentro entre las dos opciones planteadas en la consulta de Podemos y no volverán a fallar a sus electores en su obligación de llegar a un acuerdo para sostener un gobierno comprometido con un programa mínimamente progresista. Y, por favor, no den el espectáculo de centrar su debate en torno a si Iglesias tiene que estar o no estar en el próximo Gobierno de Sánchez. Lo importante es que conviertan sus promesas electorales en acción política a favor de la mayoría social y de un futuro mejor para el conjunto de la ciudadanía.

La consulta de Podemos, un obstáculo más en la negociación