jueves. 18.04.2024

Carmena y Colau

Los caminos del cambio político y económico que intentan abrir sectores sociales cada vez más amplios están aún por recorrer.

 Que estará do outro lado

Dos muros que nos limitam?

José Saramago*

Es suficiente mencionar sus apellidos para saber de quién y de qué vamos a hablar. Bastaría también con decir sus nombres: Ada y Manuela. Ya sabemos que el cambio alumbrado por las urnas el pasado 24 de mayo tiene, entre otras muchas expresiones, sus rasgos y, afortunadamente, otras maneras de entender la acción política y de ejercer la representación democrática.

Un nuevo paisaje político toma forma. La mayoría ha votado por el cambio. La criatura ha salido sana, bastante robusta y está lista para crecer. En muchas ciudades y autonomías se va a notar en los próximos días que muchas instituciones ocupadas por las fuerzas progresistas ya no son las de antes. Ahora, se van a poner al servicio de la gente y comenzarán a preocuparse de solucionar los problemas de las personas y familias desprotegidas que han sido despojadas de casa, trabajo y condiciones de vida dignas. Y en donde no participen en las tareas de gobierno, porque así lo han decidido las urnas, van a ejercer una oposición firme para impedir que prosiga el saqueo, los recortes, las privatizaciones, la desviación de recursos en beneficio de los amigotes y el gobernar de espaldas o en contra de la gente. Desde la oposición también se pueden abrir cajones y ventanas. Que corra el aire y que antiguos moradores y gestores de esas instituciones que han metido la mano o han obrado ilícita o injustamente a sabiendas comiencen a preocuparse, porque van a tener que devolver lo que han robado y despilfarrado, sentarse ante los jueces y, en su caso, cargar con las condenas que les correspondan por los desmanes cometidos.

Las izquierdas y las fuerzas progresistas favorables a un cambio significativo en la estrategia de salida de la crisis estamos en mejores condiciones para impedir el paso a más de los mismos comportamientos deshonestos y de las mismas políticas injustas que han predominado desde 2010. Estamos de enhorabuena. Y es natural que la derecha se muestre tan preocupada y crispada, pero ¿a qué vienen las caras largas y compungidas o esa búsqueda de culpables y traidores que algunas gentes de izquierdas han emprendido e intentan hacer pasar por análisis?  

¿Izquierda Unida?

Es cierto que, además de las pérdidas sufridas por los dos partidos que han monopolizado el escenario político durante los últimos 35 años, otras fuerzas (IU y UPyD, principalmente) han sufrido un duro castigo electoral del que va a ser muy difícil que se repongan y que podría considerarse inmerecido. Pero han cometido errores de bulto que, en política y en los partidos democráticos, se depuran con la exigencia de responsabilidades y la dimisión de los dirigentes que han protagonizado esos errores.

Es especialmente sangrante el caso de Madrid, donde se ha votado por el cambio y ese amplio movimiento social ha decidido que IU quede al margen de las instituciones. En Madrid y en otras autonomías, no en tantas localidades en las que IU sigue contando con una presencia institucional menguada pero no despreciable. Así de simples y evidentes son los hechos. Lo normal sería que los responsables de IU de la Comunidad de Madrid (IU-CM) reconocieran errores en las decisiones tomadas. Por ejemplo, en los siguientes asuntos: la resistencia o tardanza en ajustar cuentas con sus representantes en Caja Madrid-Bankia y asumir las correspondientes responsabilidades políticas; los enredos que acompañaron a la celebración de unas primarias abiertas para elegir a sus candidatos al Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid y, posteriormente, para regatear el mandato de los participantes en esas primarias; la puesta en marcha de una candidatura al Ayuntamiento de Madrid que ha dividido radicalmente a la organización, ha espantado a la mayor parte de sus votantes, ha dividido a la presidencia federal y está desestabilizando el liderazgo y la candidatura de Garzón en las próximas elecciones generales.

Algo tendrían que decir los responsables que en IU-CM decidieron emprender ese viaje hacia la insignificancia: la lista de IU al Ayuntamiento de Madrid ha conseguido el 1,7% de los votos (27.869 votos), ha contaminado la buena candidatura encabezada por García Montero a la Comunidad  de Madrid y ha supuesto una dificultad añadida y, probablemente, una mengua de votos para buena parte de las listas que se presentaban en otras comunidades autónomas con las siglas de IU.

Los malos resultados de IU en Madrid son una lección espléndida. Lo tenían todo para ser una fuerza impulsora del cambio, dotarlo de contenidos y fortalecer su alcance. Y ha hecho todo lo que estaba en sus manos para no formar parte de la transformación política e institucional que una mayoría de izquierdas y progresista ha ratificado en las urnas el pasado 24 de mayo.  

Resulta difícil entender como personas informadas e inteligentes pueden achacar a Garzón la responsabilidad de lo ocurrido con IU en Madrid y considerar coherente y sensata la posición de Lara o Llamazares al vincular tan pública y notoriamente la suerte de García Montero y de IU con la candidatura al Ayuntamiento de Madrid avalada por la dirección de IU-CM. Los datos son inequívocos. En la ciudad de Madrid, la candidata de IU al Ayuntamiento obtuvo 27.869 votos, mientras la de García Montero a la Comunidad, logró, en el mismo ámbito territorial, 67.084 votos. Al final, en el conjunto de la Comunidad de Madrid, los 130.890 votos obtenidos por IU (tendría que haber logrado 158.000 votos para sobrepasar el umbral mínimo del 5%) se han desperdiciado o, para decirlo de la forma más suave posible, no tendrán ninguna incidencia en la configuración del gobierno de la Comunidad ni contribuirán a impedir el mantenimiento del PP al frente de la institución que decide el destino de la educación y la sanidad públicas.

Las decisiones tomadas por IU-CM han tenido un impacto muy dañino sobre su organización. El respaldo de Lara a esas decisiones ha agravado y extendido sus efectos. Tras comprobar los resultados electorales no es posible albergar dudas razonables al respecto.

No se trata de inmiscuirse en una decisión soberana de IU-CM, se trata de reivindicar el obligado respeto que merecían las decisiones democráticas votadas por la mayoría de sus afiliados y simpatizantes, señalar la importancia de desvincularse de forma tajante del pillaje al que ha estado sometido el dinero público en Caja Madrid/Bankia y de mostrar que no hay forma más estrafalaria y contraproducente de reivindicar la identidad de una fuerza de izquierdas que priorizar sus siglas y afirmar una visión mitológica de sus raíces frente al movimiento real de convergencia y cambio que, en condiciones muy difíciles, ha llevado a cabo la mayoría de la sociedad madrileña.

IU sigue siendo una fuerza necesaria. Pero es también una fuerza en declive que, a poco que se apliquen en ello sus dirigentes, correrá un riesgo cierto de derrumbe o derribo. No busquen conspiraciones, complots o enemigos exteriores, los principales problemas son de fondo y están dentro. Y las posibles soluciones estaban y siguen estando en las manos y al alcance de su dirección federal.

¿Podemos?

Podemos se ha reafirmado como la locomotora del cambio. Ha tenido un éxito innegable y se afianza como la fuerza más representativa del cambio que pretende la ciudadanía en su afán de acabar con la corrupción y el mangoneo y dotarse de instrumentos institucionales que bloqueen y reviertan las políticas de recortes, austeridad y privatización. Mientras IU es una fuerza en declive, Podemos prosigue su ascenso. No solo se trata del número de votos conseguido, aunque las diferencias en ese terreno son abrumadoras (Podemos multiplica por 3,5 los votos obtenidos por IU bajo diferentes fórmulas autonómicas). Habría que trasladar el concepto keynesiano de “espíritus animales” al ámbito de las expectativas políticas para aproximarse a las muy diferentes sensaciones que generan en la ciudadanía la situación y trayectoria de ambas formaciones.  

Y sin embargo, el éxito de Podemos es insuficiente y no está exento de fragilidad. Podemos ha recibido muchos votos, pero también un baño de realismo. Pese a ello, en sus declaraciones públicas sigue apostando su futuro al único escenario de ganar las próximas elecciones generales en solitario y convertir a Iglesias en el próximo presidente de Gobierno. Formar parte del cambio, incluso ser la locomotora de ese cambio, no es compatible con una concepción exclusivista de la representación política del conjunto de la sociedad y de las fuerzas que pugnan por acabar con la corrupción y la austeridad. Tampoco es compatible con el desdén, apenas disimulado, hacia otras fuerzas políticas progresistas y de izquierdas que han sido, son y serán parte esencial de ese cambio si se quiere llegar al buen puerto de acabar con la hegemonía política de la derecha y romper con las políticas antisociales que siguen llevando a cabo.

Si se examinan con atención los resultados electorales obtenidos, se observa que Podemos ha entrado en los parlamentos de todas las comunidades autónomas, pero en la mayoría se ha quedado como tercera fuerza y allí donde existen opciones nacionalistas o regionalistas se ha quedado en cuarta (Canarias, Cantabria y Navarra) o quinta posición (Comunidad Valenciana). No le habría ido mucho mejor en las autonomías que no celebraban elecciones y que cuentan con partidos nacionalistas consolidados y de larga trayectoria (Cataluña, Galicia y País Vasco). De  hecho, la media simple del porcentaje electoral de Podemos en el conjunto de las 13 autonomías en las que se han celebrado elecciones es del 13,5%, con un abanico que va del 20,5% conseguido en Aragón hasta el 8,0% de Extremadura. Porcentaje que, siendo muy meritorios y no dejando de sorprender en una fuerza política nueva, insuficientemente organizada y con muestras evidentes de escasa cohesión interna, permite abrigar fundadas esperanzas en su capacidad de incidir políticamente a favor de un cambio significativo y de enraizar socialmente, disputándole al bipartidismo su posición.   

Podemos no puede ni debería intentar patrimonializar los excelentes resultados de, entre otros, Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Marea Atlántica de A Coruña o Compostela Aberta. Son esas y otras muchas fórmulas organizativas que han sido levantadas a pulso por personas y organizaciones muy diversas para articular los esfuerzos, concretar objetivos y materializar los sueños de importantes sectores sociales las que han demostrado que sí se puede. Que el peso de Podemos haya sido en esas candidaturas  más o menos decisivo no elimina ni mengua la importancia del trabajo y el talante de todas las personas y organizaciones que las han hecho posibles.

Baste un botón como muestra de los límites de Podemos y de las energías creadas por la confluencia de fuerzas y ciudadanía progresistas: Ahora Madrid ha obtenido en la ciudad de Madrid 519.210 votos, mientras la lista de Podemos a la Comunidad de Madrid obtuvo en el mismo ámbito territorial (y, por tanto, entre los mismos votantes potenciales) poco más de la mitad de los votos (exactamente un 55,27%  de los votos de Ahora Madrid: 286.973 papeletas). La confluencia de diversas corrientes y formaciones políticas, la inclusión en las listas y la participación en las plataformas organizativas que las respaldaban de personas no adscritas a partidos políticos y el liderazgo ejercido por candidatos con una trayectoria intachable, reconocida y progresista han servido para multiplicar los apoyos y las esperanzas.

¿Por dónde continuar?

Las fuerzas políticas progresistas y de izquierdas que representan a la ciudadanía indignada saben ya lo que es ganar y tienen ejemplos concretos de cómo se consigue desplazar al PP de sus posiciones de poder institucional y, lo que es más importante, cómo se achica el espacio social que sirve de soporte a la derecha y a los poderes económicos e ideológicos que la utilizan en defensa de sus privilegios e intereses. En los próximos días, las fuerzas favorables a un cambio que quiere incorporar la voz y los intereses de la mayoría deben demostrar que son capaces de propiciar el nombramiento de alcaldes y presidentes autonómicos progresistas y de gobernar, rompiendo con un pasado de corrupción, recortes y austeridad. Y que, allí donde sean minoría, son capaces desde la oposición y con el apoyo de la movilización ciudadana y popular de maniatar a una derecha disminuida, encorajinada y bastante desorientada que aún ocupa posiciones de poder decisivas. De cómo se jueguen esas cartas depende, en gran parte, las posibilidades de que el conjunto de las fuerzas progresistas y de izquierdas y la mayoría social ganen las próximas elecciones generales.

Las diversas experiencias de confluencia progresista de fuerzas políticas y ciudadanía no adscrita a opciones partidistas capaces de conjugar esfuerzos y voluntades a favor del cambio político, económico y social deben servir de ejemplo e inspiración de lo que se debe hacer a partir de ahora para seguir transitando y ensanchando la vía del cambio. ¿Son esas plataformas o fórmulas de convergencia una pista suficiente de cara a las próximas elecciones generales? Mucho me temo que no, por muchas razones.

En primer lugar, el batacazo electoral sufrido por el PP y la nueva pérdida de votos cosechada por el PSOE han vuelto a mostrar las grietas que sufre el bipartidismo, pero también su relativa fortaleza. Más aún si se considera que una parte de esa hemorragia de votos se ha dirigido hacia una fuerza como Ciudadanos que se propugna al tiempo como regeneradores de la vida política y como dique frente a un cambio significativo que cuestione la sustancia de las políticas económicas liberalizadoras, privatizadora y favorables a los intereses del capital y las grandes empresas. Neutralizar a los sectores del PSOE que temen más al desarrollo de una izquierda alternativa que a las políticas de austeridad y recorte es una parte integrante y no menor del cambio. Y esos sectores socialistas tienen influencia y no se van a quedar quietos ni dejarán de recabar los apoyos de los poderes que de verdad importan. 

En segundo lugar, hay que considerar la importancia de los sectores sociales que no se sienten invitados a la fiesta electoral y que no creen que sus intereses se puedan defender en las urnas. Pese al importante movimiento social que se ha volcado a favor de lograr mediante el voto un cambio institucional significativo, la abstención ha aumentado ligeramente respecto a las anteriores elecciones municipales y autonómicas de 2011, tanto en términos absolutos (de 11.710.762 personas que no han hecho uso de su derecho a votar se ha pasado a 12.240.792) como relativos (el 33,8% de las elecciones anteriores ha subido hasta el 35,1%). Una parte importante de esos millones de personas tiene escasa relación con los representantes políticos y no dispone de ninguna otra forma de influir en decisiones que afectan directamente a sus vidas y trabajos. Un cambio significativo es más difícil de lograr sin reducir la abstención.

En tercer lugar, los partidos existen, siguen siendo imprescindibles en una sociedad democrática y tienen intereses particulares legítimos que defender. De hecho, los militantes de los partidos defienden sus ideas y programas de forma tan interesada y mezquina o tan generosa y honrada como puedan defender sus ideas e intereses las personas independientes que no están adscritos a ninguna opción partidista. Hay que promover espacios de confluencia acogedores y respetuosos con las diferencias de las partes que integran el conjunto. En este terreno se ha avanzado mucho y hay experiencias de notable éxito de las que aprender. No es posible ni bueno diluir las diferencias o considerarlas, de entrada, un obstáculo. La diversidad enriquece y no supone, a priori, límite, impedimento o merma de ningún tipo. Probablemente, más aún en unas elecciones generales, haya que casar la existencia de candidaturas de distintas opciones partidista progresistas con fórmulas de confluencia popular que aúnen a otras fuerzas sociales y políticas y personas no adscritas a partidos políticos que deseen participar de forma más activa y organizada en la acción política electoral. En todo caso, independientemente de cómo finalmente encajen las piezas, convendría ir al paso de los acontecimientos y mantener las mentes despiertas, sin que el patriotismo de las siglas se esgrima como argumento. Hay otras muchas razones para participar o no en los procesos de confluencia y, la mayoría, son mejores.

En cuarto lugar, la confluencia parece más fácil de desarrollar en cada ámbito territorial y va a ser muy difícil acomodar la pluralidad nacional o regional y el desarrollo particular de las diferentes experiencias de confluencia con una imagen, marca o fórmula organizativa estatal. ¿Se puede encajar una realidad tan plural como la que bulle en nuestra sociedad en una fórmula estatal? Sea posible o no, va a ser imprescindible buscar vínculos que permitan a la ciudadanía favorable al cambio visualizar que esa diversidad forma parte de un único proceso de transformación que pretende rescatar a la ciudadanía golpeada por la crisis y por las políticas de austeridad que se han aplicado.

Y en quinto lugar, no todo se juega en las urnas o en el terreno institucional. Muchas de las batallas políticas y culturales de mayor importancia se siguen jugando en barrios, fábricas, centros de trabajo y de estudio, calles, casas, librerías, teatros, cines… y bares. Y requieren de una sociedad organizada en torno a objetivos, afanes y aspiraciones de muy diferente recorrido y ambición y de programas bien armados de transformación que proporcionen sentido al conjunto de medidas que será necesario aplicar, adviertan de sus potenciales costes e impactos no deseados y faciliten una compatibilidad que no siempre será posible.

Los caminos del cambio político y económico que intentan abrir sectores sociales cada vez más amplios están aún por recorrer. Unos versos de Antonio Machado en Proverbios y Cantares (Nuevas canciones) vienen al pelo de ese asunto que nos preocupa y ocupa:

Demos tiempo al tiempo:

para que el vaso rebose

hay que llenarlo primero.

Pues eso, a intentar llenarlo.

* Esos versos y un total de 14 poemas de José Saramago (Os Poemas Possíveis, 1966; y Provavelmente Alegria, 1970) cantados por Luis Pastor forman parte del Libro/CD A Viagem do Elefante, diciembre 2014.

Carmena y Colau