viernes. 29.03.2024

La Agonía de Europa

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La ciudadanía europea observa distante o indiferente, para el caso es lo mismo, el sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma que instituyó la Comunidad Económica Europea y formalizó, el 25 de marzo de 1957, el inicio del proceso de unidad europea.

Vivimos tiempos especialmente delicados para la Unión Europea (UE). Está a punto de comenzar el proceso de separación del Reino Unido, uno de sus miembros más relevantes. Trump, desde la Casa Blanca, despotrica contra la UE y rearma a su país, literalmente, no solo abonando el terreno de las ideas conservadoras, militaristas y xenófobas, mientras instaura un neoproteccionismo que considera eficaz (creencia más que dudosa) para lograr privilegios y fortalecer la hegemonía estadounidense en el mundo. Y en el seno de la UE múltiples expresiones de la extrema derecha reivindican la recuperación de las soberanías nacionales para fortalecer fronteras y levantar muros que frenen a inmigrantes, refugiados e importaciones, a los que señala como los principales enemigos de sus respectivas identidades nacionales, empresas y empleos.

La extrema derecha se ha mostrado especialmente eficaz en la tarea de reconvertir políticamente el malestar de una parte significativa de la ciudadanía y proyectarlo contra el euro y la unidad europea. Así, en cada confrontación electoral, la extrema derecha aumenta sus votos y se hace más influyente en la definición de las políticas que aplicarán gobiernos nacionales y autoridades comunitarias. El último Eurobarómetro de otoño de 2016 (publicado el pasado mes de diciembre) permite hacerse una idea de la pérdida de confianza de la ciudadanía en las instituciones comunes, que cae hasta el 36%, desde el 42% en 2014 o el 53% en 2000.

Y si en el terreno sociopolítico la situación es muy preocupante, en el ámbito institucional los problemas no son menores, porque la fragmentación que sufre una eurozona cada día más heterogénea es, a medio plazo, difícilmente compatible con la existencia de una moneda común y de un mercado único.

Aunque los indicadores cíclicos que señalan el estado de la economía europea sean favorables en este primer trimestre de 2017, a nadie se le escapa que el aumento de la inflación y el precio del petróleo impedirá repetir el bajo crecimiento alcanzado en 2015-2016. Y acabará impactando en la ciudadanía en forma de desánimo, especialmente en aquellos sectores, varios millones de personas en España y decenas de millones en la UE, para los que la superación de la segunda recesión de la eurozona no ha significado nada, porque siguen parados, en riesgo de exclusión y expatriados. En otros casos, esa recuperación iniciada a finales de 2013, apenas ha supuesto la oportunidad de pasar de ser personas desempleadas pobres a obtener empleos precarios que no permiten dejar de ser pobres.

La realidad sigue siendo que la eurozona no funciona y que las promesas de unión, cohesión y prosperidad que justificaron su creación no se han cumplido.

La realidad es que las normas e instituciones de la eurozona funcionan mal, generando divergencias, insolidaridad, división, estancamiento económico o, en el mejor de los casos, un bajo crecimiento que acaba siendo apropiado por una minoría social satisfecha, mientras se multiplican las injusticias y los niveles desigualdad. La combinación de un entramado institucional incompleto, incoherente y defectuoso con unas equivocadas políticas de austeridad y ajustes asimétricos está siendo letal para el proyecto de unidad europea.

Hay poco, por tanto, que celebrar. Dejemos con sus ceremonias y odas oficiales al bloque de poder económico y a la gran coalición de fuerzas conservadoras y neoliberales que, con el concurso impagable de parte de las corrientes socialdemócratas, han llevado a Europa a esta situación deplorable. La hegemonía de la derecha en las instituciones comunitarias impone con mano férrea la estrategia de austeridad (y el fundamentalismo de mercado que la sustenta), ignora la profundidad de la crisis, a la que quiere creer superada, y hace lo mínimo para mantener vivo el proceso de unidad europea, pero no lo suficiente o las reformas necesarias para que la eurozona funcione y se convierta en el instrumento de estabilidad, seguridad y prosperidad que prometieron y puede llegar a ser.

Y mientras celebran tan redondo aniversario, dediquemos nuestros esfuerzos a señalar la delicada situación de la eurozona y la UE con la esperanza de que aún se puedan arreglar las cosas, si se actúa con rapidez, porque el tiempo se acaba y hay que llevar a cabo reformas urgentes que solucionen los problemas en lugar de perpetuarlos como se ha hecho hasta ahora. El euro aún puede ser transformado en una herramienta de cooperación y bienestar, pero si las reformas se postergan o son poco sustanciales, el euro puede desaparecer de forma traumática y arrastrar en su caída a la UE y al proceso de integración europea. Para reformar o refundar la UE y la eurozona es necesario que la ciudadanía recupere el aliento. Y que las izquierdas inicien de una vez el debate de cómo construir y aplicar un programa de reformas que sea al tiempo sólido y viable, capaz de ofrecer seguridad y certidumbre a la mayoría social. Un proyecto europeo de unidad y solidaridad que suscite el apoyo de la ciudadanía y de un amplio espectro de fuerzas progresistas decididas a llevarlo a cabo, derrotar a la extrema derecha y romper con el inmovilismo depresivo de las políticas de austeridad y la apatía satisfecha de unas elites que pretenden seguir aumentando su poder y sus ganancias a costa de aumentar el malestar de la mayoría.

Problemas y soluciones viables frente a consignas mágicas  

Repasemos las principales manifestaciones del mal funcionamiento de la eurozona y la UE, fruto del carácter incompleto, contradictorio y dañino de la actual estructura institucional comunitaria, especialmente evidente en el caso de la eurozona. Sin olvidar el contexto de una elección política por parte del bloque conservador que ha impuesto una injusta e ineficaz estrategia de salida de la crisis basada en la austeridad, la devaluación salarial y un ajuste asimétrico que ha tenido impactos económicos y sociopolíticos muy negativos.

Los excedentes de ahorro de los países con superávit en sus balanzas corrientes (Alemania y Holanda, fundamentalmente) no se prestan a los países periféricos de la eurozona, cuya solvencia presupuestaria y bancaria está en entredicho, sino a países emergentes. En realidad, desde 2010, la UE no es un mercado financiero único en el que los capitales y ahorros fluyen atendiendo a los incentivos y señales que proporcionan los mercados. En otro ámbito, mientras los socios deficitarios han tenido que hacer tremendos esfuerzos de ajuste para equilibrar sus cuentas exteriores y continúan recortando inversiones, servicios y empleos públicos para corregir modestamente los desequilibrios de sus cuentas públicas, los países excedentarios no han hecho nada para disminuir sus superávits por cuenta corriente y lastran con esa decisión el potencial de crecimiento del conjunto. Por último, para referirme solo a los problemas de mayor envergadura, la unión monetaria contribuye a incrementar la heterogeneidad de estructuras y especializaciones productivas entre los socios, pero sigue sin contar con mecanismos capaces de frenar o compensar esa heterogeneidad creciente, abandonando casi por completo el cumplimiento del principio comunitario de cohesión económica, social y territorial.

Para afrontar ese entramado extremadamente complejo de problemas, el único paliativo que ofrecen las instituciones europeas es la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo (BCE), que ha permitido reducir en los últimos años las tasas de interés y las primas de riesgo y, como consecuencia, ha hecho soportables los altos niveles de deuda pública de los países periféricos. Aunque esa política monetaria que práctica el BCE presenta el grave inconveniente de no poder aspirar siquiera a resolver los problemas estructurales e institucionales que sufre la UE. O peor aún, porque las políticas  expansionistas del BCE pueden agudizar o enquistar los problemas, ya que favorecen las burbujas especulativas y hacen cada vez más difícil retroceder hacia medidas monetarias menos expansivas.     

La muy interesante experiencia de unidad de las izquierdas portuguesas y de las políticas que lleva a cabo el actual Gobierno socialista nos permite hablar de la posibilidad cierta de no someterse a los esquemas de equilibrio presupuestario y devaluación salarial que han impuesto las instituciones europeas y, no menos importante, aprobar medidas que protejan efectivamente a la mayoría social de los recortes y de la austeridad. Ello ha sido posible en Portugal por una extraña mezcla de sentido común, confianza en la fuerza de la unidad popular para imponer reformas que no gustan en Bruselas o Berlín y responsabilidad política de las fuerzas de izquierdas (Bloque de Izquierdas, Partido Comunista y Los Verdes) que acordaron con el Partido Socialista un programa de medidas económicas y políticas y siguen dando su respaldo político y parlamentario al actual Ejecutivo socialista para que lo cumpla.

La experiencia portuguesa nos indica que es posible, incluso en esta Europa con clara hegemonía de la derecha que se permite reacciones brutales e inhumanas contra inmigrantes y algunos Estados miembros (como en el caso de Grecia), que un pequeño país periférico que acumula graves desequilibrios macroeconómicos haga reformas y aplique medidas que mejoran las condiciones de vida de la gente y protegen a la mayoría social. Las izquierdas portuguesas lejos de plantearse desafíos imposibles o saltos en el vacío que podrían provocar enormes costes y riesgos han intentado y conseguido no someterse a los estrictos esquemas de equilibrio presupuestario y devaluación salarial que pretendían imponer las instituciones europeas y, no menos importante, proteger efectivamente a los sectores más empobrecidos o con mayores riesgos de exclusión social.

Pero no se trata, únicamente, de resistir en una prolongada guerra de guerrillas las imposiciones de las instituciones europeas en el ámbito de cada Estado miembro. Se trata también de plantear alternativas europeas a las injustas e ineficaces políticas de ajuste asimétrico que defienden las autoridades de la UE y de hacer propuestas que democraticen las decisiones de política económica, completen las instituciones europeas y arreglen las que funcionan mal o muestran evidentes debilidades e incoherencias. Reformas que afectarían a múltiples ámbitos: el presupuesto de la UE, los objetivos del BCE, la mutualización de las deudas públicas, la política fiscal común, el aumento de la inversión pública europea modernizadora  o un sistema de transferencias (mediante un seguro de desempleo europeo, por ejemplo, que actúe como estabilizador automático). Hay mucho camino que recorrer y muchos terrenos en los que es posible conseguir avances parciales encaminados a que la eurozona y la UE funcionen, proporcionen un respiro a la ciudadanía europea y marquen un cambio de rumbo que permita percibir que el proyecto de unidad europea es útil y está al servicio de la ciudadanía, no de los grandes grupos empresariales y las elites.

No hay consignas mágicas que ahorren el trabajo, duro y de enorme complejidad, de hacer posibles pequeños logros o modestas reformas encaminados a lograr el apoyo de la mayoría social, democratizar las instituciones europeas, mejorar las  condiciones de vida y trabajo de la gente y volver a encarrilar el proceso de unidad europea sobre los ejes de la cooperación y la cohesión.

La Agonía de Europa no se refiere únicamente a la postración que sufre un proyecto de unidad europea que no cuenta con el aliento de la mayoría y está a punto de ser secuestrado o anulado por fuerzas insolidarias y xenófobas. Se refiere también a la necesidad de luchar para preservar lo mejor del acervo cultural europeo, sin aceptar repliegues nacionalistas o soberanistas, insolidaridades o miedos al extranjero. Una Europa unida es, seguramente, el mejor contrapeso a los intentos de las grandes potencias empeñadas en recuperar por la fuerza privilegios. Y la herramienta imprescindible para impulsar un amplio movimiento democratizador, inclusivo y negociado de la mundialización. 

La Agonía de Europa