jueves. 18.04.2024

Un colosal cadáver

En medio del silente canto de la sirena inclinada en la roca azotada por el mar; alrededor leones marinos y el viento de ninguna parte siempre presente, olas que revientan en el acantilado y la luna todavía blanca en el crepuscular horizonte, está Europa.

Y sus islas y sus penínsulas, y sus llanuras, y sus cordilleras, y sus ríos, y los bosques negros, y aquellos otros en los que la luz se filtra entre la bóveda arbórea y brilla en las hojas de los helechos, y se escucha el canto de los siete enanitos camino de la mina, y el carbón arde en la chimenea y un olor dulzón envuelve la paja esparcida en el suelo, y allí, durmiendo plácidamente, la piel que sabe a miel de la princesa es el lugar de nuestros sueños entre bisontes de Bialowieza y el rostro ausente del padre Maximilian Kolbe mientras suena La sinfonía de las lamentaciones y Lucien Febvre exclama Peur toujours, peur partout (miedo siempre, miedo en todas partes), y la sombra de las Waffen-SS cubre la llanura y el olor a carne de hereje quemada se adhiere a cada flor, a cada hoja, a cada rama y árbol del bosque de la inocencia de los ausentes, está el cadáver de Europa.

Y en las dos orillas del Atlántico, y en el comercio, y en la verde hierba, y en la cebada y su mesura, y en la tala de los bosques de Irlanda, y en la patata, y en la pérdida de la cosecha, en la muerte de millones de seres humanos, y en los obuses que describen parábolas en la blanca estatura del cielo, y en los ejércitos que recorren los caminos de Europa viviendo de la cosecha, robando, saqueando, quemando aldeas, en el barro caliente, derretido, esparcido y mezclado con la sangre, y en la intolerancia, en la mirada esquiva, en la mala suerte y en la maldición bíblica, y en las conversaciones en las noches de tormenta (“esa gente no es como nosotros, ha traído la peste a nuestras tierras, al traído al diablo y a la muerte que siembra la muerte, y lenguas extrañas afiladas con la lujuria y el engaño”), y en los discursos a pie de cadalso, está el cadáver de Europa devorado por los buitres.

En medio del silente canto de la sirena, golpeando el oleaje sobre su cola de pez, los tulipanes ya en flor, los campos inundados de sal, vuelve la lúdica procesión de los mezquinos aduladores del fuego purificador y de los que portan la antorcha. Ya no temen a la luz y a la palabra sonora. Gritan y blasfeman en calles y plazas: pronto arderán los libros de viejo y el viento esparcirá las cenizas del olvidado pensamiento. Tienen muchos nombres y hablan muchas lenguas pero respiran el mismo aire y beben de las mismas fuentes hediondas. Desfilarán en prietas filas y nos arrinconarán en los estuarios de los ríos… antes de arrojarnos al mar, antes de convertir Europa en una tierra de oscuridad eterna devorada por los buitres.

El ángel se lamenta a las puertas de Europa, un colosal cadáver en mitad de la historia.

Un colosal cadáver