martes. 16.04.2024

Un barco a la deriva

aquarius

El Aquarius permanece inmóvil. Alrededor las islas y el viejo continente. Seguramente no lejos, en el fondo, habrá sirenas durmiendo en el interior de los pecios, los bancos de peces nadarán debajo y alrededor del barco, en Roma, París, Londres, Berlín o Madrid se dormirá apaciblemente

No busquéis el Aquarius en la superficie del mar, entre Malta e Italia. Ese barco naufragó hace mucho, entre las ruinas de un continente que se quiso libre y tolerante, un continente que se mueve a la deriva entre la filosofía en llamas de la Ilustración.

No busquéis vida en esos acantilados blancos que se divisan entre en el sol del mediodía, ni en los escarpes de pinos que descienden hasta las leves playas de arena, ni en los puertos de plata que se alejan a veinte o treinta nudos de velocidad.

No hay vida en tierra firme, ¿para qué desembarcar?, ¿para hallar las cenizas del corazón de la libertad en medio de las calles de Roma, París, Londres o Berlín?, ¿para huir de la muerte y caer en una muerte más terrible, la de un continente que levanta muros y escupe al rostro de su pasado?.

No hay futuro en aquellas tierras de cipreses y de ruinas milenarias, ni en las húmedas catedrales góticas, los ríos detuvieron su corriente y ahora la hojarasca se acumula inerte en su extenso lecho. Al fondo un puente barroco, un poeta mirando el vacío que se abre en su caída a ningún sueño.

Un barco a la deriva.

Puertos de mar cerrados a los vientos y al amor. El agua cálida hiela los cuerpos, la muerte reverbera en los cuerpos mientras las gaviotas en lo alto, volando entre nubes oscuras y viscosas, graznan, se posan en la cubierta del barco, caminan torpemente entre náufragos desesperados.

No busquéis respuestas en aquellos rostros aterrorizados. Son las máscaras de nuestro pasado, somos nosotros en el siglo quince, en el dieciséis y diecisiete, son los mismos gestos de terror en mitad del Mar Caribe azotado por el huracán. Ahora sabemos del sufrimiento de nuestros antepasados, sedientos, hambrientos, desnudas e indefensos ante el poder.

Las aguas del Mediterráneo, los pecios, el horizonte azul, las velas latinas sobre la línea del horizonte, el comercio, la civilización, el miedo, el terrible y negro miedo de los ribereños, su sádica decisión de dejar que la muerte carcoma el casco del barco y que los cuerpos de sus pasajeros se hundan y sus cabellos se muevan como las algas en el fondo del mar: un bosque submarino de muertos mecidos por las corrientes marinas.

¿Cuándo matamos nuestro pensamiento?, ¿cuándo devoramos transmutados en caníbales la carne de nuestra tragedia milenaria?, ¿cuándo quemamos los templos de nuestra filosofía y expulsamos de nuestras creencias la de la unicidad del género humano?.

¿Cuándo decidimos que ellos serían los últimos y nosotros los primeros?.¿No fue en Auschwitz donde tales pesadillas se hicieron dolor y muerte?, ¿fue en el archipiélago gulag?. ¿Alguna vez creímos que sus guardianes nos eran ajenos, distantes, de otra especie desconocida y que nosotros éramos en esencia hijos de la piedad?.

El Aquarius permanece inmóvil. Alrededor las islas y el viejo continente. Seguramente no lejos, en el fondo, habrá sirenas durmiendo en el interior de los pecios, los bancos de peces nadarán debajo y alrededor del barco, en Roma, París, Londres, Berlín o Madrid se dormirá apaciblemente en estas noches tibias de junio mientras Europa se resquebraja y bajo nuestros pies solo hay inseguridad.

Es el continente que se hunde irremisiblemente mientras los gritos que se escuchan son de cobardía y lamento.

Es ese sueño que despierta desnudo y aterrorizado después de la pesadilla

(es esa luz que se apagó y que ya no ilumina las raíces de nuestra historia)

Es ese ejército de cadáveres sin rumbo que recorre las tierras de Europa vestida con los harapos del Medievo.

Es ese barco detenido en el mar, sin un faro que lo guíe, sin las antorchas de los habitantes de la costa iluminando las aguas profundas para atracar en la bahía.

Es el abandono de 629 refugiados y la soledad de más de quinientos millones de personas abandonados por la cobardía de sus gobernantes, esos hijos de la libertad que de tanto nombrarla han terminado por temerla.

El Aquarius y su tragedia en el mar de la civilización.

Un barco a la deriva